El 1 de enero de 1919, en un helado Wisconsin, nacía una hermosa niña a la que llamaron Frances Lillian María Ridste. De ascendencia noruega por parte de su padre Alfred Ridste y polaca por parte de su madre Clara Stentek, la preciosa niña estaba destinada a intentar asaltar los cielos en esa nueva Babilonia llamada Hollywood. Pero lo que ella no sabía, era que esa ciudad de los sueños puede ser tan implacable como una manada de hienas devorando a una incauta gacela... Esta es su historia. La historia de una niña que soñó con ser estrella y termino siendo devorada por las hienas.
Desde que nació en un pueblucho de Wisconsin, la vida de Frances Lillian María Ridste no fue un camino de rosas. Su padre la abandonó antes de nacer porque los cuchicheos del pueblo aseguraban que no era el verdadero padre de la futura actriz y abandono paterno se sumó la desgraciada muerte de sus dos hermanos pequeños. Pero ahí no terminaron los sinsabores de la joven. La pobreza, el hambre y el abuso sexual por parte de un familiar gravitaron sobre la joven "Baby doll" como era llamada por su belleza. Para evadirse de las miserias humanas, la pequeña Baby doll soñaba con las candilejas mientras tachonaba las paredes de su cuarto con recortes de revistas con sus ídolos Mary Astor, Clark Gable y la elegantísima Carole Lombart.
Para escapar del hambre y los chismorreos la familia emigró a la soleada California, donde con 12 años presentaron (con escaso éxito) pese a su indudable belleza y feminidad a varios concursos de belleza. Desilusionada con sus primeros pasos sobre las bambalinas, la joven Carole se resignó a ser la típica adolescente norteamericana hasta que con 15 años y se escapó a Yuma (Arizona) para casarse con un mozalbete de 19 años. Tres semanas después la madre anuló el compromiso y regresó a casa con ella. Volvió a clases y para ayudar a su madre trabajó ocasionalmente en una hamburguesería, en un almacén, de camarera y de acomodadora en un cine mientras la convivencia con su madre se deterioraba por momentos. Harta de una pobre existencia y de tantos sueños incumplidos, la joven promesa a estrella ahorró cien dólares y se pagó un billete de autobús con destino a Los Ángeles para labrarse un futuro en Hollywood. Lo primero que hizo fue cambiar de nombre. Modificó el de su actriz favorita, Carole Lombard, y lo ajustó a Carole Landis; se tiñó el pelo de rubio y consiguió empleo de bailarina de hula-hula en un cabaret. Los chacales disfrazados de periodistas afirmaron años más tarde, que para redondear el escaso salario Carole Landis ejerció la prostitución.
Simpática, jovial, y con un buen redoble de caderas pronto consiguió contratos para anunciar quesos y aceites de coche. Tanto buscó la puerta de la fama que al final la encontró con 18 años al debutar en el filme "Una chica con suerte" de Mervyn LeRoy (1937). Por fin, su sueño, comenzaba a tomar forma y sella su primer contrato con la Warner Brothers, gracias a su representante y su futuro marido; Busby Berkeley. Ese mismo año participa en nada más y nada menos que en 10 películas, a las que le seguirán otras 11 en el 1938, pero sin aparecer en los créditos hasta que el productor y director Hal Roach la escogió como pareja del fortachón y acartonado Víctor Mature, en "One Million B.C." (interpretando a una cavernícola muy ligera de ropa para los cánones de la época). No cabe duda que el film fue todo un éxito a mostrar a Carole como un ser virginal y lleno de hermosura. Algo que no contentaba a la joven estrella por ser solamente una joven curvilínea en un apretado traje de baño. "El cielo sabe que yo quiero que la gente piense que tengo sex appeal. Pero también que tengo algo más que el atractivo sexual", reclamó amargada en una entrevista.
A medida que su popularidad crecía Carole Landis se exponía cada vez más bajo el foco de los grandes depredadores de las majors. Nuestra simpática rubia oxigenada consigue un contrato con 20th Century Fox y se convierte en amante oficial de un Darryl F. Zanuck deseoso de tener entre sus manos a una nueva rubia con la que poder alimentar a las fieras del público. Junto al vampírico Zanuck nuestra actriz logra sus mayores reconocimientos en películas como "Se necesitan maridos" de Walter Lang y "¿Quién mató a Vicky?" de H. Bruce Humberstone, ambas en 1941 junto a la explosiva Betty Grable. Así fue como la Landis se convirtió en una pequeña parte de aquel sueño americano. Luego llegarían "A Gentleman at Heart" de Ray McCarey (1942), al lado de su fiel amigo, César Romero, "Viudas del Jazz" de Archie Mayo (1942) y la película que marcó un antes y un después en la carrera de Carole Landis "Mi chica favorita" de Irving Cummings, donde tuvo que lidiar con una despampanante Rita Hayworth que tenía embelesado a Victor Mature y al viejo zorro de Zanuck que perdió el interés por Carole mientras intentaba echar el "anzuelo" a la Hayworth, motivo por el cual la carrera de nuestra actriz se vino a menos y quedó relegada al furgón de la serie B a pesar de ser una aceptable actriz, buena bailarina y cantante. Porque es que Carole era más que un cuerpo bonito; leía con fruición a Ernest Hemingway, Noel Coward, Somerset Maugham, defendió los derechos civiles de los negros, se erigió como adalid femenino de la lucha contra el cáncer y hasta llegó a escribir regularmente en varios periódicos sus experiencias como animadora de la soldadesca durante Segunda Guerra Mundial, mientras vendía bonos, visitaba heridos, escribia cientos de cartas de consuelo a los familiares y se ganaba el afecto de todo el ejército. En una de sus giras por el Pacífico Sur cayó gravemente enferma a causa de la malaria y la disentería.
Por esto y por otros sinsabores Carol Landis no encontraba su verdadero coto de placidez. Algo no terminaba de encajar y mucha gente se hacía la misma pregunta ¿Qué demonios pasaba por la cabeza de Carole Landis, porque no era feliz? Es bella, es célebre y es rica a los 24 años, pero aún desea cumplir su sueño, de ser reconocida como una verdadera actriz y dejar a un lado la vitola de la sempiterna "glamurosa corista", y por supuesto fundar a una familia, a pesar de que era una mujer de amores rápidos y matrimonios cortos. En diez años tuvo cinco maridos y numerosos amantes pero nunca un amor verdadero con el que poder crear una familia. Este deseo se aleja un poco más cuando es hospitalizada urgentemente por las secuelas de sus enfermedades exóticas y por unos continuos y preocupantes dolores, en el vientre. Ella teme que sus posibilidades de maternidad se vean sesgadas definitivamente. Carole Landis también sufría endometriosis. El golpe la deja fuera de juego, ya no en lo físico, pues, sus últimos trabajos quedaron en el olvido y solamente, le quedaba el circuito de las producciones de bajo coste, por lo que vuelve a caer en una depresión que creía ya olvidada y a pensar de nuevo en sus intentos de suicidio de los años 1944 y 1946.
Todavía frágil y desubicada acaba dándose de bruces con el presuntuoso y cruel actor inglés Rex Harrison, un donjuán irredimible, un ególatra interesado solo en su carrera y casado con la exquisita actriz Lili Palmer, algo que no impidió que las llamas de la pasión incendiaran el voluble corazón de Carole Landis. Todo Hollywood (menos Lili) sabían que eran amantes y se veían a escondidas; el granuja de Harrison pasaba los fines de semana con Lili Palmer y el resto de los días con su querida. El actor consideraba a Landis un muesca más en su revolver; cuando ella se enteró que no se divorciaría entró en crisis y, como estaba enamorada, decidió la peor solución posible: suicidarse con una sobredosis de seconal, un potente barbitúrico. Días antes de su muerte confesó a la revista Photoplay: "en este mundo cada chica sueña con encontrar al hombre ideal, simpático, comprensivo, fuerte y que quiera ayudarla, alguien a quien amar apasionadamente. El glamour, las lentejuelas, la fama y el dinero poco significan si tu corazón está destrozado".
Al amanecer del 5 de julio de 1948, tras tocar varias veces a la puerta de su habitación en su lujosa casa de Pacific Pallisades Rex Harrison encontró a Carole tirada en el suelo, la cabeza reposaba sobre un cofre con anillos, en una mano sostenía varias píldoras y en la mesita de noche había una carta dirigida a su madre: "Adiós, ángel mío, reza por mí, tu baby doll". Así terminaron los sueños de la dulce Baby Doll, se había marchado de este mundo con tan solo 29 años y los sueños devorados por el implacable Hollywood.