13 de mayo de 2017

El poder invisible

(The invisible ray) 1936                             Director: Lambert Hillyer                                                   Reparto: Boris Karloff, Bela Lugosi, Frances Drake, Frank Lawton, Violet Kemble Cooper, Walter Kingsford, Beulah Bondi.                                                                                              Guión: William Bowers                                                           Fotografía: Joseph Walker

"El rayo invisible" tiene el valor añadido de contar con dos monstruos del cine de terror de la época: Bela Lugosi y Boris Karloff. Para este servidor, esto ya sería más que suficiente como para darle una oportunidad pero es bien cierto que la cinta contiene más cosas que deben de ser tenidas en cuenta. Dirigida por el semi-desconocido, aunque de extensa filmografía, Lambert Hillyer, este recomendable producto de los estudios Universal se benefició de los efectos visuales del mítico John P. Fulton (El doctor Frankenstein, El hombre invisible o Los diez mandamientos) y la dirección artística de Albert S. D’Agostino (La séptima víctima, El regreso de la mujer pantera, El ladrón de cadáveres, El extraño o Cara de ángel).


"El poder invisible" se adentra en el campo de la ciencia ficción prescindiendo de las figuras de terror clásicas, resultando un soplo de aire fresco entre tanto refrito. Eso sí, para el proyecto se contó con los dos actores más representativos del cine de terror de esos años y que mejores réditos le supuso a los estudios Universal. La historia nos presenta al Dr. Janos (Boris Karloff), que ha descubierto un poderoso y nuevo elemento bautizado como Radium X y que podría suponer un gran avance para la humanidad. Tras una expedición al África en busca del extraño elemento el "loco" doctor se contamina con la sustancia y cuando retorna a París enloquece al sentirse traicionado por todos, incluido el eminente Dr Benet con quien mantiene más de una diferencia profesional por el adecuado uso del Radium X, e inicia una cadena de asesinatos que tendrá por víctimas a los demás miembros de la expedición.


La película en su conjunto es más que interesante y presenta una serie de elementos que más adelante en la década de los años 50 abundaría en el cine, cobrando protagonismo la ciencia y la ética de su uso, con el siempre inquietante trasfondo de la era atómica que tanto influyó en las producciones de esos años. De esta forma, la película intenta exponer que el peligro no es el descubrimiento en sí, sino que depende de los hombres y el uso que le den (Benet la usará para curar miles de enfermos, mientras Janos solo sabrá utilizarla con fines egoístas y dañinos). Un discurso que unido a unos personajes con cierta profundidad, dotan a la obra de una mayor trascendencia e interés de la que le presuponía en un inicio. Boris Karloff como casi siempre cuaja una buena actuación y su torturado personaje tiene varios momentos destacables a lo largo de la historia. Por parte de Lugosi, sorprende por su contención, dejando de lado su sobreactuacion y tics de los que hizo gala en tantas otras ocasiones.


En los films protagonizados por el dúo Karloff & Lugosi ambos alternaban el protagonismo; en algunas películas, el malvado era Lugosi y en otras, lo era Karloff. Sin embargo, en el caso de El poder invisible, aunque el papel del «mad doctor» Janos Rukh corre a cargo del genial Boris, lo cierto es que Lugosi, y en general todos los participantes de la trama, traicionan al científico, robándole y atribuyéndose un descubrimiento que no le pertenece (en el caso de Lugosi) o enamorándose de otro hombre (en el caso de su esposa, papel interpretado por la actriz Frances Drake). De hecho, al comienzo Janos Ruhk se nos presenta como un visionario lleno de buenas intenciones y que desea utilizar su descubrimiento por el bien de la humanidad. Sin embargo, al sentirse traicionado por todos, será cuando decidirá emprender contra todos ellos una cruenta y terrible venganza.

Pese a la celeridad propia de este tipo de producciones (El poder invisible se filmó en tan solo treinta y seis días), la concisión actúa en beneficio de la historia. Incluso los decorados, con frecuencia reutilizados de otras filmaciones, permiten destacar la imagen cautivadora del refugio del científico, en plenas montañas de los Cárpatos, así como el interior del mismo. Lambert Hillyer, especialista en westerns, nos presenta un película ágil, apasionante, pequeña pero grande a la vez, de realización sobria, casi minimalista pero muy eficaz en el tratamiento del suspense, que nos ofrece además un argumento evidentemente muy original y en algunos momentos apasionante.




6 de mayo de 2017

Glenn Ford


La sonrisa de un tipo familiar


De muchos actores o actrices se dice que su carrera está marcada por un papel que han interpretado o por su intervención en una película que alcanza grandes cotas de popularidad, hasta tal punto que, en ocasiones, esos personajes llegan a eclipsar gran parte de su trabajo. Pero pocos pueden “presumir” de que toda su vida profesional, después de participar en más de 100 películas, se vea reducida a una escena. Es el caso de Glenn Ford y su célebre bofetada a Rita Hayworth en "Gilda". Corría el año 1946, y gracias a este tortazo, aquel galán de pelo engominado dio el salto a la fama. Hasta entonces había sido un aspirante del montón, un actor más entre el ejército de jóvenes que circulaban por el Hollywood de los años dorados. Había nacido en Canadá con el nombre de Gwyllyn Samuel Newton Ford, pero desde los ocho años vivía en Los Ángeles. Debutó en el cine en 1942 con la película "El barco de la muerte", pero como tantos otros actores Glenn Ford hizo un parón en su todavía incipiente carrera para luchar en la Segunda Guerra Mundial. 

A la vuelta de la guerra le costó encontrar trabajo hasta que, merodeando un día por los estudios de la Warner, se encontró con Bette Davis, que metida a productora de su siguiente película, "Una vida robada", andaba buscando un protagonista masculino se cruzó en su camino. El traje de capitán de los Marines impresionó a la veterana actriz que lo contrató para su película. Pero antes de que se estrenase este melodrama de Curtis Bernhardt un golpe del destino hizo que se cruzase en su camino con Rita Hayworth (con quién ya había coincidido seis años antes), para rodar su célebre historia de amor, celos y espionaje industrial en la Argentina refugio de criminales de guerra nazis. Era 1946, y el resto forma parte del mito. 


De la famosa escena de la bofetada tuvo que hablar el resto de su vida, desmintiendo de vez en cuando que Rita no le respondió con otro tortazo extra, ni que a él le diera morbo alguno propinarle un mandoble a una de las reinas del cine: "Es una película, nada más", respondía, a pesar de los rumores existentes. Su química con la futura señora de Orson Welles en la pantalla saltaba a la vista, y la productora quiso aprovecharlo en otras películas como "Los amores de Carmen", "La Dama de Trinidad" (donde repitieron el numerito del tortazo) o "La dama en cuestión", pero sin conseguir que se repitiera el éxito de la película de Charles Vidor. Hizo muchos westerns, le gustaban especialmente esos guiones ya que su gran afición fueron siempre los caballos. En su adolescencia trabajó de mozo de establo y desde entonces los adoraba. Fritz Lang sacó lo mejor de él en “Los sobornados” y en “Deseos humanos”, dos títulos de cine negro que le hicieron vivir momentos de gloria.


Estos trabajos a las órdenes de Fritz Lang marcaron el inicio de su mejor época, en la que se sucedían películas con los grandes directores del momento como: "El tren de las 3:10" de Delmer Daves, "Cimarron" de Anthony Mann, "Semilla de maldad" de Richard Brooks, "Los cuatro jinetes del Apocalipsis" de Vincente Minelli, "Chantaje a una mujer" de Blake Edwards o "Un gangster para un milagro", dirigida por Frank Capra y en la que se volvía a encontrar casi veinte años después con su benefactora Bette Davis, papel por el que obtuvo su único galardón importante, el Globo de Oro como mejor actor de comedia. Nunca estuvo nominado al Oscar.

                

En las siguientes decadas siguió repartiendo su buen hacer en películas con más o menos exito, pero siempre con esa solvencia que siempre le caracterizo. Murio un 30 de agosto de 2006 a la edad de 90. Cuentan que que durante su estancia en el Festival de San Sebastián de 1987, donde recibió un homenaje a toda su carrera. Para la gala de homenaje Ford pidió que se proyectara "Gilda", durante la proyección Glenn Ford no podía parar de llorar y que todos los días colocaba una rosa junto al retrato de la actriz que tenía en su habitación. Cuatro meses antes de la entrega de este premio había muerto Rita Hayworth y parece ser que Glenn Ford estaba destrozado. Quizás Glenn Ford escondía más de lo que nos mostró tras su amplia pero enigmática sonrisa.

Simpático, sobrio y romántico dentro y fuera de la pantalla, mantuvo siempre su popularidad, tanto en EE.UU. como en Europa, participando en más de cien películas, obras de teatro y colaboraciones televisivas. A lo largo de décadas pudo demostrar sus dotes de actor con mayor o menor fortuna en todos los géneros, desde el western, pasando por las comedias, al drama y el suspense. Su presencia en la pantalla siempre funcionaba y los directores le contrataban porque era eficaz y no daba nunca problemas en los rodajes. No era ni muy alto, ni muy bajo, ni guapo ni feo por lo que Glenn Ford era capaz de encajar en cualquier personaje.