31 de agosto de 2017

Ascensor para el cadalso

(Ascenseur pour l'Echafaud ) 1958                         Director: Louis Malle                                                                                             Reparto: Maurice Ronet, Jeanne Moreau, Georges Poujouly, Lino Ventura, Yori Bertin,Elga Andersen, Ivan Petrovich.                                         Guión: Louise Malle, Roger Nimier                                                 Fotografía: Henri Decae

El pasado 31 de Julio moría la actriz, directora y cantante Jeanne Moreau. Musa indiscutible de la Nouvelle Vague, a pesar de ser muy menuda, se crecía frente a la cámara y en cualquiera de sus películas es imposible apartar la vista de su espectacular magnetismo. De ahí que se convirtiera en protagonista de las obras maestras de algunos de los más grandes cineastas de la historia del cine como; François Truffaut, Louis Malle, Luis Buñuel, André Téchiné, Claude Lelouchm u Orson Wells, que la considero como la mejor actriz del mundo. Ella era considerada la gran dama del cine francés, y nada mejor que rendirle su merecido homenaje con la película que la encumbro al estrellato "Ascensor para el cadalso".

El realizador francés Louis Malle, debutó en el cine de ficción con esta obra maestra de prodigiosa precisión narrativa, adaptación de una novela barata de Nöel Calef, que mezcla con suma habilidad el suspense y el romance en una trama alambicada, propia del cine negro y repleta de paradojas, y que anticipa gracias a su tratamiento naturalista algunas de las constantes visuales que caracterizarían a la incipiente Nouvelle vague. En "Ascensor para el cadalso" Louis Malle despliega durante todo su metraje un gran poder de fascinación gracias a una ambientación visual y sonora que se vuelca sobre la expresión de la soledad, la pesadez de la noche y la asfixia de los espacios cerrados, físicos y mentales. Los personajes hablan de las guerras que aborrecen o ignoran como si fueran eventos indistintos; todo se ha vuelto repetición y sucesión indistinguible de cosas iguales; los ventanales cuadrados del exterior del edificio, las máquinas de escribir idénticas y alineadas en la oficina, provocando una sensación de progresión al infinito, los inmuebles adosados, construidos en serie, donde la pareja de ladrones culminan un particular encuentro con un rico matrimonio alemán.
Pero no adelantemos acontecimientos y presentemos a los personajes... La historia, escrita por Malle y Roger Nimier, a partir de una novela sin demasiado futuro de Noël Calef, transcurre durante un intenso fin de semana y nos cuenta lo que le sucede a Julien Tavernier (Maurice Ronet) es un exmilitar que ha combatido en la guerra de Indochina y que se ha reciclado profesionalmente como una especie de asistente personal o brazo derecho de un poderoso empresario. Es también el amante de la mujer del patrón junto a la que prepara un plan para asesinarlo. La pareja concibe meticulosamente la escena para que la muerte parezca un suicidio, pero Tavernier queda encerrado en el ascensor, muy cerca de la escena del crimen. En el exterior, ella (Jeanne Moreau) piensa que su cómplice la ha abandonado, al ver el coche de Tavernier alejándose con una mujer en su interior. Lo cierto es que un joven delincuente ha robado el vehiculo junto a su novia, lo que implicara al protagonista en otro crimen que no le corresponde.

No hay prólogo alguno que nos prepare: cuando empieza "Ascensor para el cadalso" las cosas ya están en movimiento y en los próximos minutos se van a desarrollar los hechos. Tienen la urgencia de la pasión, la adrenalina de lo prohibido, el arrojo de lo que no tiene marcha atrás. No entendemos muy bien lo que está sucediendo, pues nadie se tomó el trabajo de presentarnos a los personajes (ni falta que hace). A pesar del intenso comienzo (no podía ser menos ante la apertura con un primer plano de Jeanne Moreau, musa del director en la primera de sus muchas colaboraciones, clamando amor al espectador), el filme tarda en arrancar, sobre todo a causa de la poca garra y la cuestionable lógica interna que exhibe el segmento protagonizado por los trágicos amantes juveniles, auténticos agentes encubiertos de ese Destino juguetón, sarcástico y sádico amante del absurdo.

Desde el título del filme sabemos hacia donde se dirige realmente este plan, cuál va a ser el resultado. Entonces lo que vamos a presenciar durante casi hora y media es la intromisión del caos, su efecto demoledor, sus extensas ramificaciones, la bola de nieve en la que se convierte, y como asfixia y aniquila. Lo calculado con el deseo se va a estrellar contra la impredecible realidad, contra el error, contra el absurdo más inverosímil. Lo que ocurre en un fin de semana es lo que este filme va a relatarnos, sin darnos un segundo para reponernos. Pasamos de ser testigos involuntarios del complot de una pareja, para convertirnos en espectadores privilegiados de la destrucción del mismo y de la manera en que cada uno de ellos reacciona ante un desastre cuyas consecuencias ignoran y del que también están a ciegas, pues Florence (belleza errante y pensativa en las calles nocturnas y lluviosas de París) supone cosas sin saber si son ciertas, mientras para Julien la sorpresa es todavía mayor: pareciera que durante esa noche un doble suyo sembró la anarquía en las afueras de París en su nombre.


La particular belleza de "Ascensor para el cadalso" se condensa en el laconismo de los diálogos, en el acompañamiento musical que puntea la larga caminata de Florence, en la angustiante trampa deshumanizada en que se ha convertido el ascensor, en el absurdo humor que posee la escena del intento de suicido de los jóvenes, en el esplendor del motel que subyuga a la pareja en su provocativa exposición de un nivel de vida inalcanzable o en la escena final, donde el desenlace es un cierre inesperado a la larga búsqueda de Florence. Todo ello manufacturado con la maestría de Louis Malle, la fotografía (de Henri Decae, asiduo de la Nouvelle Vague), la puesta en escena, la sobria y rotunda interpretación de los actores todo comulga y concuerda en una producción que, sin embargo, arroja una inquietante sensación de caos gracias a la magistral aportación de Miles Davis es una de las grandes responsables. La naturaleza imprevisible de su jazz formatea el París de los 50 en un escenario de cine negro americano; se instala sobre los personajes retratando en sonido el deambular confusos de sus pasos .

Louis Malle era un fanático del jazz y logró algo casi inverosímil: que Miles Davis hiciera la banda sonora de esta película improvisando frente a la pantalla. El trompetista fue a París, contratado por Marcel Romano para una serie breve de conciertos y tocar en el Club St. Germain. Gracias a Boris Vian, que en ese momento era director de la sección de jazz de la Phillips en Europa, Malle pudo conocer a Miles y convencerlo de hacer la banda sonora tras proyectarle dos veces el filme y escoger los segmentos que el músico consideró apropiados.El milagro se obro en una sola y febril jornada nocturna entre el 4 y el 5 de diciembre de 1957 se hizo la irrepetible sesión mientras Jeanne Moreau ejercía como maestra de ceremonias.

Cigarrillos, coches, engaño, asesinato,… todos los elementos para que Davis y su banda recrearan a la perfección todo el ambiente del cine negro francés... Y es que la banda sonora de "Ascensor para el cadalso" es soberbia; y no sólo por las razones citadas, sino también porque no es un mero adorno, un componente gracioso que engalana la película o sirve simple y exclusivamente para subrayar acontecimientos o impulsar sensaciones. Una música elegante, melancólica, sombría, imagen y música son uno. La música de Miles forma parte sustancial de la película de Malle, y sin ella no se entiende. La música es casi un personaje más, contribuye decisivamente al discurso narrativo (aunque el francés no rodara su cinta pensando en el papel crucial que jugaría, ni que seguramente pudo prever, tan sólo intuir al contar en nómina con el reputado músico, en uno de sus momentos más dulces e iluminados). De este modo, la música presenta personajes y construye ambientes: la melodía de trompeta principal acompaña siempre las intervenciones de Jeanne Moreau, variando según su estado de ánimo.

Por todo elllo, conviene y merece la pena revisar esta película, aunque solo sea para escuchar la música de Miles Davis, y por volver a ver la sombrosa ductilidad de Jeanne Moreau, capaz de representar lo que quisiera. Y sin necesidad de "componer el personaje", al estilo teatral, sino actuando desde él, transmitiendo su interioridad con el cuerpo, y sobre todo en su rostro, poseedor de unos ojos con una chispa que desalentaba la deferencia e inspiraba la insolencia, la libertad, la turbulencia de la vida que a ella le gustaba tanto y quería que a nosotros también nos gustara.


27 de agosto de 2017

Gary Cooper

La elegancia de un vaquero


Entre las muchas "estrellas", "estrellitas" y "estrellados" que pululaban por la "escombrera" más bonita del mundo, a la que el común de los mortales llamamos el Hollywood clásico, dos figuras brillaban y pugnaban por ser la más elegante de aquella moderna Babilonia de lentejuelas, focos y escándalos... Estas dos personas respondían con el prosaico nombre de Archibald Alexander Leach y Frank James Cooper, o lo que es lo mismo, Cary Grant y Gary Cooper respectivamente.

Pero dejemos de momento en un aparte a nuestro actor favorito Cary Grant y centrémonos en Gary Cooper. Un actor extraordinario, cuyo estilo sólo pertenece a los grandes, aquellos que son capaces de discernir entre ser y parecer. Su mirada, los gestos, la forma de andar, decían más en Cooper que cualquiera de sus diálogos. Su gesto de tipo duro y sus andares de vaquero no eran solo la pose calculada de un avezado actor. Gary Cooper fue "cowboy" antes que estrella de Hollywood.

Un 7 de mayo de 1901 Frank James Cooper llego al mundo en Helena, (Montana) y un 13 de mayo de 1961 Gary Cooper subió a los cielos. Entre ambas fechas asistiremos a la trasformación de un vaquero "paleto" a la de actor y gentleman. Su gran popularidad se basaba en su estilo sobrio y natural a la hora de actuar. Era alto y desgarbado, y encarnaba mejor que nadie al "americano ideal", un hombre íntegro y caballeroso que pronto se ganó el reconocimiento de ser considerado como uno de los hombres más elegantes de aquel hollywood dorado.

 

Su vida de película comenzó cuando regreso de Inglaterra donde su madre había traslado a sus retoños para darle una "buena" educación, y el bueno de Cooper intento labrarse un futuro como dibujante y caricaturista en un diario local, pero pronto perdió el interés. Así pues, nuestro héroe hizo de nuevo las maletas y se traslado a Los Ángeles, donde el destino le guardaba un plan mejor. Cuando unos amigos vaqueros de Montana le dijeron que hacían de jinetes para las películas de Hollywood. Se apuntó a la aventura y llegó a intervenir, sin acreditar, en una veintena de films. A los 25 años interpretó su primer papel importante en "La flor del desierto" (1926), y protagonista en "Nevada" (1927) de John Waters, pero el estudio para el que trabajaba le obligaba a intervenir en otras películas como actor secundario, como ocurrió con "Alas", (1927) de William A. Wellman.

Sus casi dos metros de altura y su ojos azules en un rostro sin competencia enseguida le abrieron las puertas del cine con mayúsculas y las alcobas de las estrellas. Como los marineros, Cooper, ya convertido en una estrella, dejaba una novia en cada rodaje. Clara Bow, la pija Evelyn Brent y la ilustre Lupe Vélez fueron tres de sus primeras conquistas. Carole Lombard, Marlene Dietrich y Tallulah Bankhead completaban la Guardia de Corps de su entrepierna. Pero tanto ardor amoroso, tanto trabajo (rodó 28 películas en solo cinco años) y toda esa jauría de gacetilleros resentidos y envidiosos que se colaban por los lugares más insospechados para decir que parecía medio tonto, que no sabía ni hacer la 'o' con un canuto y que era un simple gigoló llevaron al bueno de Cooper al borde del colapso. Así que, en 1931 decidió poner tierra de por medio y tomarse un año sabático en Europa. Se marchó a Italia y recaló en Villa Madama, la residencia de la condesa Dorothy Di Frasso. Gracias a la intermediación de un amigo de ambos, aquel encuentro parecía perfecto. Él necesitaba una segunda oportunidad, una razón que le animara a seguir adelante; ella se conformaba con "algo" que sacudiera la aburrida existencia con su marido.

Los meses al lado de la fogosa condesa le habían remineralizado, y decidió que había llegado la hora de regresar. Ella no sólo le ayudó, sino que le enseñó a vestir y pulió sus maneras toscas. Recibió un vaquero y devolvió a Hollywood un caballero. Cuando volvió a Hollywood, la industria le estaba esperando con los brazos abiertos. En 1933, el actor ya ganaba 6.000 dólares a la semana, una fortuna en aquella época, y tenía tantas ofertas que rechazó el papel de Rhett Butler en "Lo que el viento se llevó". Con una considerable falta de olfato, llegó a decir: -"Esa película será el mayor fracaso de la historia de Hollywood. Y me alegro de que sea Clark Gable el que vaya a hundirse con ella y no yo"-.

 
Aunque Cooper había aparecido en películas ligeras nunca había protagonizado una auténtica comedia y esa oportunidad le llegó de la mano de Ernst Lubitch en "Una mujer para dos" (1933) que le abrió un mundo que no había probado y en el que demostró la misma eficacia que en el resto de géneros. Dejó a un lado el western y se embarcó en las cómodas aguas de la comedia. Protagonizó "Deseo (1936) con Marlene Dietrich, uno de sus mejores trabajos. "La octava mujer de Barba Azul" (1938), escrita por Billy Wilder, y los dos filmes de Frank Capra en los que participó dieron un nuevo aire a su carrera: "El secreto de vivir" (1936) y "Juan Nadie" (1941) celebraban el triunfo del héroe anónimo.

Durante un tiempo pareció que Cooper había dejado de flirtear con sus compañeras de reparto para centrarse más en su trabajo y rueda "El sargento York" (1941) de Howard Hawks. La película se convirtió en un enorme éxito y consiguió para Cooper el primero de sus Oscar Fue su primer trabajo con Howard Hawks que continuó con la esplendida comedia, "Bola de fuego" (1941) y que enlazó con dos películas de notable éxito, "El orgullo de los Yankees" (1942) y "¿Por quien doblan las campanas?" (1943), en cuyo rodaje conoció a Ingrid Bergman con quien vivió una historia de amor algo mas discreta de lo habitual en él. Ademas nuestro flamante héroe rueda un buen puñado de buenas películas como; "Clandestino y caballero" de Fritz Lang, "Los inconquistables" de Cecil B. DeMille o "El manantial" de King Vidor, donde conoce Patricia Neal, una excelente actriz de 26 años de quien se enamora y por la que pretende divorciarse de su mujer Verónica Balfe. Pero tras el rodaje de "El rey del tabaco" (1950) de Michael Curtiz el idilio termino ya que su mujer se niega a concederle el divorcio.

Los años cincuenta son de gran actividad e incluyen algunos títulos emblemáticos de su filmografía: "Tambores lejanos" de Raoul Walsh, "El honor del capitán Lex" de André De Toth, "El jardín del diablo" de Henry Hathaway o "Veracruz" de Robert Aldrich en la que tuvo que lidiar con el afán y la vitalidad de Burt Lancaster por robarle protagonismo. Pero su gran obra por todos recordada se llama "Solo ante el peligro" de Fred Zinneman, donde el gesto de dolor que aparece a lo largo de todo el metraje venía dado no solo por su excelente interpretación, sino por una úlcera de estómago que amargara su vida. El premio de su segundo Oscar vendría a aliviar esas molestias. Luego llegarian obras donde el rostro dolorido de Gary Cooper engrandecía la pantalla por si solo. Lamentablemente el brillo de nuestra elegante estrella comenzo a apagarce cuando el cáncer encendió un contador que en dos años marcaría cero. En 1961, Cooper estaba tan enfermo que no pudo recoger su Oscar honorífico y su gran amigo, James Stewart, lo hizo en su lugar. El emotivo discurso de Stewart hizo saltar las alarmas. Al día siguiente, todos los periódicos daban la noticia a cinco columnas: "Gary Cooper tiene cáncer".

     
Su estrella se apagó con la misma dignidad con la que vivió. Un 13 de Mayo de 1.961 murió Gary Cooper y algo cambió en la historia del cine. No solo el sistema de grandes estudios agonizaba en esos días, no solo habían nacido nuevas formas de cine, sino que con la muerte de Gary Cooper se acababa una generación de actores que habían triunfado en todo el mundo en las tres décadas anteriores. Poco antes de Cooper habían muerto Humphrey Bogart, Tyrone Power, Errol Flynn y Clark Gable. Y el mundo no volvió a ser el mismo.


Gary Cooper Hizo felices a tantas mujeres como pudo, aunó la tradición del rudo cowboy con el refinamiento de Hollywood y marcó el fin de una era. Gary Cooper había sido hasta ese momento, y lo fue ya para siempre, el hombre íntegro y valeroso que tantas veces había interpretado en la pantalla. Alto, delgado, elegante era un poco como un lord inglés trasplantado al salvaje Oeste. Su mirada clara infundía confianza y con un solo plano lograba tener al público de su parte, nunca hubo alguien solo ante el peligro más acompañado que Gary Cooper... que esta en los cielos.
 

24 de agosto de 2017

El murmullo de las abejas

Autora: Sofia Segovia                                                         Editorial: Lumen                                                                        
"El murmullo de las abejas" es una novela absolutamente deliciosa, con una narración mágica, envolvente y sugerente que te transporta al lugar y momento que viven sus personajes. Entre sus páginas no cuesta percibir los aromas de la tierra, de los azahares y la miel de las abejas. en ella nos solo se nos cuenta la historia de Simonopio, el niño abandonado, sino también la de la familia Morales Cortés con una trama de corte familiar en la que vamos conociendo las vidas de muchos de sus personajes con sus alegrías, pesares y problemas, los cotidianos que surgen en cualquier existencia y aquellos que suceden de forma excepcional. Una historia compuesta de otras muchas pequeñas y grandes historias en su interior.                                                                                                                               Pero la verdadera historia da comienzo en el año 1910 cerca de un pequeño pueblo de México cuando la anciana Nana Reja, encuentra un recién nacido desnudo y con el cordón umbilical aún sin cortar abandonado bajo un puente. La noticia se recibe con miedo y estupor entre los habitantes del pueblo. El bebé ha aparecido cubierto de un manto vivo de abejas y con una deformidad en la boca que hace creer a los supersticiosos que es obra del demonio. Sin embargo, la familia Morales Cortés lo adopta y el niño crece seguro bajo su cobijo. Allí la presencia de Simonopio, el nombre que se da al pequeño, es una bendición para la familia. Mientras, él crece libre y despreocupado protegido por las abejas, nunca podrá hablar pero ellas son sus confidentes y le susurran al oído secretos que esconde la naturaleza y el ser humano.                                                                                                                                                                                                                                                                           En esta novela tenemos un elemento principal, que otorga todo el simbolismo: las abejas y su murmullo, su llamado. Ejemplifican el trabajo de toda una generación, la fuerza de la tierra, las que hacen que todo prospere. Ellas acompañan a Simonopio desde su nacimiento, y son testigos de cómo se va sustituyendo en México las plantaciones de caña de azúcar por la fruta como los naranjos. La combinación en dos voces nos desconcierta al principio, pero ahí también reside la fuerza de la historia por saber la verdad de la mano de una persona que aparentemente estuvo siempre en un segundo plano. La novela cuenta además, con unos personajes tan originales como bien construidos, como Lupita, la nana Reja, Francisco chico, Beatriz, Simonopio o Anselmo. La autora logra que la historia se vaya entretejiendo de una manera increíble y que el lector se sienta cada más interesado por la historia. El murmullo de las abejas, sin duda, es una novela que atrapa desde sus primeras páginas y que transporta al México de antes de la Reforma Agraria.
A parte de su historia una razón más para leer "El murmullo de las abejas" es la excelente narración de Sofía Segovia. Con un estilo narrativo preciosista, tremendamente evocador y sugestivo, la autora crea una atmósfera muy especial alrededor de sus personajes. Es una novela que toca tenuemente el realismo mágico con pinceladas que enriquecen la historia. Es una novela que respira amor por la naturaleza. El murmullo de las abejas invita a un mundo donde casi todo es posible si se acepta que el cuerpo tiene más de cinco sentidos. Solo es cuestión de aguzar la vista, y estar atentos, para oler el aire, ver más allá de lo aparente y llegar a comprender lo que de verdad importa… Una historia de amor por la tierra y del poder de la complicidad entre los seres humanos. Es una novela repleta de emociones y sentimientos que sumerge al lector en un mundo de sensaciones y olores mientras nos cuenta la historia de una familia de terratenientes mexicanos. El amor, la amistad, la lealtad se contrapone a los deseos de venganza, la ambición y el odio. ¿Qué triunfará?

18 de agosto de 2017

Saul Leiter

El fotógrafo con alma de pintor

"Salgo a dar una vuelta, llevo una cámara, saco una foto. Yo hago fotografías, he evitado esxplicaciones más profundas de lo que hago. Yo no tengo una filosofía, yo tengo una cámara."

De tanto en tanto en la historia de la fotografía callejera surgen figuras que lo ponen todo patas arriba, como una ráfaga de viento que entra por la ventana desordenando todo los conceptos establecidos hasta el momento. Eso es poco más o menos lo que sucedió cuando el mundo descubrió a Saul Leiter, un fotógrafo con alma de pintor. 
   

Entre los años 50 y 60 Saul Leiter asombró al mundo de la fotografía con unos inverosímiles colores, encuadres y composiciones nunca hasta entonces vistos. Jamás los rojos habían sido tan brillantes, ni los encuadres tan osados y puede que jamás vuelvan a serlo. Cuando tengan ocasión de contemplar la obra de algún fotógrafo contemporáneo que pretenda asombrarnos con sus imágenes reflejadas o desenfocadas a través de cristales empañados o cuajados de gotas... recuerden que Saul Leiter ya lo hizo, y mejor, hace más de cincuenta años.


      

Fotógrafo, además de pintor y autentico anti héroe por su humildad, le llegó la fama en vida, pero nunca y al entender de muchos, el  reconocimiento del que gozaron los más reconocidos artistas de su generación, como los también neoyorquinos Diane Arbus o Robert Frank. Pionero del color, con sus formas abstractas y sus composiciones radicalmente innovadoras para la época, nos enseñó que quizá el protagonismo de los temas, no siempre descansa en los primeros planos. La fotografía de este aprendiz de rabino, que decidió renunciar a la tradición familiar y abandonarse a la fotografía, en aquellos años, tenían una calidad casi pictórica. 



Saul Leiter nace en 1923 en Pennsylvania, en el seno de una familia fuertemente influida por la religión: su padre era un erudito del Talmud y miembro de la comunidad judío-ortodoxa que había decidido que su hijo se convertiría en rabino. Pero el joven Leiter tenia otros planes y pronto mostró una vocación que le alejaba de los deseos de su padre y le acercaba al arte, especialmente a la pintura, lo que le llevó a abandonar la escuela de Teología y trasladarse a Nueva York al cumplir los 23 años con el sueño de convertirse en pintor, podemos imaginar que con gran disgusto por parte de su reverendo padre. Ese mismo año Leiter contacta con Richard Pousette-Dart, un pintor encuadrado en el Expresionismo Abstracto norteamericano (recuerden: Pollock, de Kooning, Frankenthaler, etc..), quien ejercería una influencia decisiva en su vida y obra. Sin duda la peculiar concepción del color y del encuadre que son rasgos definitorios de este tipo de pintura resultaron decisivos en su evolución. Además, fue Pousette-Dart quien comenzó a experimentar con la fotografía y quien introdujo a Leiter en esta disciplina.

           

Las primeras fotografías de Leiter, en blanco y negro, muestran una extraordinaria y sorprendente desenvoltura y una maestría precoz en el uso del lenguaje fotográfico, exhibiendo un talento innato para el medio que pronto se plasmaría en lo mejor de su obra. Tal fue así que el MOMA (Museo de Arte Moderno de Nueva York) incluyó ni más ni menos que 23 de sus fotografías en blanco y negro en su exposición sobre nueva fotografía, a principio de la década de los cincuenta ("Always the Young Stranger", MOMA 1953). Muy pronto empezó a experimentar con el color, produciendo muchas de sus obras maestras, imágenes urbanas de Nueva York, Londres, París... donde el despliegue cromático y un desconcertante y osado uso del encuadre atacan la visión del espectador con una concepción radicalmente nueva y atrevida. Nadie hasta entonces había abordado el uso del color con un enfoque tan declaradamente plástico, abstracto y pictorico. Como consideraba su galerista Howard Greenberg, "Saul fue un fotógrafo callejero que utilizaba la calle como su propia paleta. Su sensibilidad de pintor influenció toda su obra fotográfica".