El pasado 31 de Julio moría la actriz, directora y cantante Jeanne Moreau. Musa indiscutible de la Nouvelle Vague, a pesar de ser muy menuda, se crecía frente a la cámara y en cualquiera de sus películas es imposible apartar la vista de su espectacular magnetismo. De ahí que se convirtiera en protagonista de las obras maestras de algunos de los más grandes cineastas de la historia del cine como; François Truffaut, Louis Malle, Luis Buñuel, André Téchiné, Claude Lelouchm u Orson Wells, que la considero como la mejor actriz del mundo. Ella era considerada la gran dama del cine francés, y nada mejor que rendirle su merecido homenaje con la película que la encumbro al estrellato "Ascensor para el cadalso".
El realizador francés Louis Malle, debutó en el cine de ficción con esta obra maestra de prodigiosa precisión narrativa, adaptación de una novela barata de Nöel Calef, que mezcla con suma habilidad el suspense y el romance en una trama alambicada, propia del cine negro y repleta de paradojas, y que anticipa gracias a su tratamiento naturalista algunas de las constantes visuales que caracterizarían a la incipiente Nouvelle vague. En "Ascensor para el cadalso" Louis Malle despliega durante todo su metraje un gran poder de fascinación gracias a una ambientación visual y sonora que se vuelca sobre la expresión de la soledad, la pesadez de la noche y la asfixia de los espacios cerrados, físicos y mentales. Los personajes hablan de las guerras que aborrecen o ignoran como si fueran eventos indistintos; todo se ha vuelto repetición y sucesión indistinguible de cosas iguales; los ventanales cuadrados del exterior del edificio, las máquinas de escribir idénticas y alineadas en la oficina, provocando una sensación de progresión al infinito, los inmuebles adosados, construidos en serie, donde la pareja de ladrones culminan un particular encuentro con un rico matrimonio alemán.
Pero no adelantemos acontecimientos y presentemos a los personajes... La historia, escrita por Malle y Roger Nimier, a partir de una novela sin demasiado futuro de Noël Calef, transcurre durante un intenso fin de semana y nos cuenta lo que le sucede a Julien Tavernier (Maurice Ronet) es un exmilitar que ha combatido en la guerra de Indochina y que se ha reciclado profesionalmente como una especie de asistente personal o brazo derecho de un poderoso empresario. Es también el amante de la mujer del patrón junto a la que prepara un plan para asesinarlo. La pareja concibe meticulosamente la escena para que la muerte parezca un suicidio, pero Tavernier queda encerrado en el ascensor, muy cerca de la escena del crimen. En el exterior, ella (Jeanne Moreau) piensa que su cómplice la ha abandonado, al ver el coche de Tavernier alejándose con una mujer en su interior. Lo cierto es que un joven delincuente ha robado el vehiculo junto a su novia, lo que implicara al protagonista en otro crimen que no le corresponde.
No hay prólogo alguno que nos prepare: cuando empieza "Ascensor para el cadalso" las cosas ya están en movimiento y en los próximos minutos se van a desarrollar los hechos. Tienen la urgencia de la pasión, la adrenalina de lo prohibido, el arrojo de lo que no tiene marcha atrás. No entendemos muy bien lo que está sucediendo, pues nadie se tomó el trabajo de presentarnos a los personajes (ni falta que hace). A pesar del intenso comienzo (no podía ser menos ante la apertura con un primer plano de Jeanne Moreau, musa del director en la primera de sus muchas colaboraciones, clamando amor al espectador), el filme tarda en arrancar, sobre todo a causa de la poca garra y la cuestionable lógica interna que exhibe el segmento protagonizado por los trágicos amantes juveniles, auténticos agentes encubiertos de ese Destino juguetón, sarcástico y sádico amante del absurdo.
Desde el título del filme sabemos hacia donde se dirige realmente este plan, cuál va a ser el resultado. Entonces lo que vamos a presenciar durante casi hora y media es la intromisión del caos, su efecto demoledor, sus extensas ramificaciones, la bola de nieve en la que se convierte, y como asfixia y aniquila. Lo calculado con el deseo se va a estrellar contra la impredecible realidad, contra el error, contra el absurdo más inverosímil. Lo que ocurre en un fin de semana es lo que este filme va a relatarnos, sin darnos un segundo para reponernos. Pasamos de ser testigos involuntarios del complot de una pareja, para convertirnos en espectadores privilegiados de la destrucción del mismo y de la manera en que cada uno de ellos reacciona ante un desastre cuyas consecuencias ignoran y del que también están a ciegas, pues Florence (belleza errante y pensativa en las calles nocturnas y lluviosas de París) supone cosas sin saber si son ciertas, mientras para Julien la sorpresa es todavía mayor: pareciera que durante esa noche un doble suyo sembró la anarquía en las afueras de París en su nombre.
La particular belleza de "Ascensor para el cadalso" se condensa en el laconismo de los diálogos, en el acompañamiento musical que puntea la larga caminata de Florence, en la angustiante trampa deshumanizada en que se ha convertido el ascensor, en el absurdo humor que posee la escena del intento de suicido de los jóvenes, en el esplendor del motel que subyuga a la pareja en su provocativa exposición de un nivel de vida inalcanzable o en la escena final, donde el desenlace es un cierre inesperado a la larga búsqueda de Florence. Todo ello manufacturado con la maestría de Louis Malle, la fotografía (de Henri Decae, asiduo de la Nouvelle Vague), la puesta en escena, la sobria y rotunda interpretación de los actores todo comulga y concuerda en una producción que, sin embargo, arroja una inquietante sensación de caos gracias a la magistral aportación de Miles Davis es una de las grandes responsables. La naturaleza imprevisible de su jazz formatea el París de los 50 en un escenario de cine negro americano; se instala sobre los personajes retratando en sonido el deambular confusos de sus pasos .
Louis Malle era un fanático del jazz y logró algo casi inverosímil: que Miles Davis hiciera la banda sonora de esta película improvisando frente a la pantalla. El trompetista fue a París, contratado por Marcel Romano para una serie breve de conciertos y tocar en el Club St. Germain. Gracias a Boris Vian, que en ese momento era director de la sección de jazz de la Phillips en Europa, Malle pudo conocer a Miles y convencerlo de hacer la banda sonora tras proyectarle dos veces el filme y escoger los segmentos que el músico consideró apropiados.El milagro se obro en una sola y febril jornada nocturna entre el 4 y el 5 de diciembre de 1957 se hizo la irrepetible sesión mientras Jeanne Moreau ejercía como maestra de ceremonias.
Cigarrillos, coches, engaño, asesinato,… todos los elementos para que Davis y su banda recrearan a la perfección todo el ambiente del cine negro francés... Y es que la banda sonora de "Ascensor para el cadalso" es soberbia; y no sólo por las razones citadas, sino también porque no es un mero adorno, un componente gracioso que engalana la película o sirve simple y exclusivamente para subrayar acontecimientos o impulsar sensaciones. Una música elegante, melancólica, sombría, imagen y música son uno. La música de Miles forma parte sustancial de la película de Malle, y sin ella no se entiende. La música es casi un personaje más, contribuye decisivamente al discurso narrativo (aunque el francés no rodara su cinta pensando en el papel crucial que jugaría, ni que seguramente pudo prever, tan sólo intuir al contar en nómina con el reputado músico, en uno de sus momentos más dulces e iluminados). De este modo, la música presenta personajes y construye ambientes: la melodía de trompeta principal acompaña siempre las intervenciones de Jeanne Moreau, variando según su estado de ánimo.
Por
todo elllo, conviene y merece la pena revisar esta película, aunque
solo sea para escuchar la música de Miles Davis, y por volver a ver la
sombrosa ductilidad de Jeanne Moreau, capaz de representar lo que
quisiera. Y sin necesidad de "componer el personaje", al estilo
teatral, sino actuando desde él, transmitiendo su interioridad con el
cuerpo, y sobre todo en su rostro, poseedor de unos ojos con una chispa
que desalentaba la deferencia e inspiraba la insolencia, la libertad,
la turbulencia de la vida que a ella le gustaba tanto y quería que a
nosotros también nos gustara.