Mi pecado Autor: Javier Moro Editorial: Espasa Libros Nº páginas: 384
Mucho antes que Penélope Cruz o Sara Montiel intentaran probar las mieles del
éxito en Hollywood, una hermosa mujer donostiarra triunfó en una
industria en plena transformación del cine mudo al sonoro. Ella se
llamaba Concepción Jacinta Andrés Picado, pero entró en la Historia
del Cine, con mayúsculas, con el nombre de Conchita Montenegro...
esta es su historia contada por Javier Moro en "Mi pecado", la historia
de una mujer que dejó embriagada a las élites cinematográficas del
momento. Una mujer que conoció a las grandes estrellas del cine
estadounidense, que acudió a las mejores fiestas en las que corría el
lujo y el derroche sin medida y que supo jugar sus cartas a base de
talento y de simpatía natural.
Fue un momento único para la actriz y para la historia de Hollywood, el intervalo entre la llegada del cine hablado y la invención del doblaje en aquella ciudad convertida en una moderna torre de Babel. De todos los extranjeros, pocos llegarían a triunfar. Conchita Montenegro lo consiguió.
Ampliamente
documentada de jugosas anécdotas y detalles, la historia de Conchita
Montenegro no es sólo la historia de una hermosa e inteligente mujer
que llegó a lo más alto de la industria cinematográfica y que fue
olvidada por decisión propia. Es la historia de un tránsito entre la
fama y el anonimato que el periodista, escritor y cinéfilo Javier Moro
pretende recuperar centrándose en dos momentos importantes en la vida
de la actriz. Empezando en un presente situado en 1943 en el que la
actriz ha regresado de los luminosos y espléndidos Estados Unidos a una
España oscura y triste arrasada por una guerra civil, sin recursos,
gris y anodina y a un pasado, trece años antes, en que Conchita alcanzó
los cielos conquistando la meca del cine.
Nacida
en San Sebastián un 11 de septiembre de 1911 Concepción Jacinta Andrés
Picado creció en el seno de una familia que supo alimentarle culturalmente con la interpretación y la danza, materias en la que
tanto ella como su hermana Juanita obtuvieron excelentes notas. Su
dominio natural de la escena le sirvió para ser de modelo a los más
notables pintores españoles del momento y matricularse (junto a su
inseparable hermana) en la Escuela de Danza del Teatro de la Ópera de
París. Fue precisamente la danza la que le abriría las puertas del cine
al debutar un pequeño papel en "Rosa de Madrid", de Eusebio Fernández
Ardavín. Poco después, el aristocrático escritor y director de cine
Agustín de Figueroa, se fijó en ella y le ofreció su primer papel
protagonista, en "Sortilegio", que fue un notorio fracaso. Sin embargo
su siguiente película, "La mujer y el pelele" de Jacques de Baroncelli
fue un rotundo éxito. La presencia de Conchita Montenegro no pasaba
desapercibida gracias a una secuencia en la que tenía que bailar
completamente desnuda en un tablao, cuya imagen se reflejaba en una
botella de Jerez.
La
película provocó un escándalo mayúsculo en la España de Primo de
Rivera pero captó la atención de los cazatalentos del cine
norteamericano, ávidos por enriquecer la nómina de cineastas e
intérpretes. Con su belleza moderna y muy alejada del folclore hispano,
Conchita Montenegro llega a USA con 19 años y un contrato bajo el brazo
con la Metro-Goldwyn-Mayer. En un primer momento sólo intervino en las
versiones en español de algunas producciones de Hollywood, pero poco
después, gracias a su facilidad con los idiomas, a su belleza, su
inteligencia, su atrevida personalidad y una extraordinaria mirada,
pronto logró cautivar a ese Hollywood lleno de tiburones ávidos de carne fresca.
Pero aquella joven y
atractiva chiquilla de fuerte carácter, nunca se dejo amilanar por nada
ni por nadie y menos por los hombres. Buena prueba de ello es una
jugosa anécdota que nos muestra el indómito carácter de Conchita
Montenegro. Durante una prueba la actriz se negó a besar al mismísimo
Clark Gable: "Mi primera prueba, ¡ahí es nada!, fue con Clark Gable. Me
hicieron vestir, si le llaman vestir a una mujer cubrir su cuerpo con
hierbas de hawaiana. (…) Aquello me daba mucha vergüenza. Mi rubor
aumentó considerablemente cuando llegó el instante del beso; un beso
apasionado y verídico. Creí que iba a morir. Y Clark buceó con sus
labios inútilmente cerca de mi cara. Me negué a besarle y le abofetee".
El sonoro guantazo, lejos de truncar la carrera y convertirse en un
tropiezo por culpa de su orgullo, la aupó a lo más alto comparándola
con la Garbo.
Según
vamos leyendo en "Mi pecado", descubrimos a una Conchita Montenegro
sumamente moderna (incluso aprendió a pilotar avionetas), independiente
pero con una fuerte necesidad interna de tener a alguien al lado. Se
enamoraba con facilidad, aunque sólo fuese durante una semana, y de la
misma manera sabía pasar página. Se relacionó con lo más granado del
Hollywood de la época, la propia Greta Garbo, Charles Boyer, Carole
Lombard y Leslie Howard, un galán apocado, discreto, casi tímido, del
que se enamoró y le marcó para siempre. Aunque le doblaba la edad los
amantes vivieron su idilio entre fiestas de ensueño y estrenos
triunfales, paseos a caballo y vuelos en avioneta por la costa de
California. El caballeroso y galante Lesie le solía regalar a la actriz
un perfume llamado "Mi pecado", motivo por lo cual este libro toma su
título. Esos mismos frascos ya vacíos, fueron los que Conchita guardo
incluso después de que todo terminase. Como recuerdos envasados a los
que acudir si era necesario.
El
romance de los dos amantes se prolongó hasta los años cuarenta, cuando
la pareja se reencontró en el Madrid de la posguerra. Ella ya había
abandonado Hollywood y él empezaba a dejar de lado una carrera
brillante en el cine para comprometerse en la causa aliada y en la
defensa del pueblo judío. Porque una faceta poco conocida del inglés es
que era, además, un destacado activo de su Gobierno, un "espía al
servicio de Su Majestad". Esta cara oculta acabaría afectando en el
futuro a Conchita y a una España franquista convertida un complicado
tablero de ajedrez en el que jugaban nazis y fuerzas aliadas.
Es
aquí cuando la historia minúscula de las personas se entrecruza con la
historia con mayúsculas. Conchita Montenegro se llevaba bien con el
círculo próximo a Franco. De hecho, se casaría con el falangista y
diplomático Ricardo Giménez-Arnau. Los británicos que querían la
neutralidad absoluta de Franco aprovecharon la admiración que el
dictador sentía por "Lo que el viento se llevó" y la intermediación de
Conchita para que Leslie Howard fuera invitado a visitar al
sanguinario dictador con el pretexto de ofrecerse a hacer el papel de
Cristóbal Colón en una película para mostrar la grandeza de España.
Pero el mensaje era otro... "No te metas y no hagas tonterías. Los
alemanes van a perder la guerra y si luego quieres amigos, más vale que
te portes ahora".
Tras
cumplir su misión, el espía volvía al Reino Unido el 1 de junio de 1943
en un avión civil cuando cazas alemanes, que escoltaban por aire un
submarino, abrieron fuego, haciendo que su avión se estrellara cerca de
las playas gallegas de Cedeira. Cuatro meses después, Franco retiraba a
la División Azul del frente ruso y declaraba la neutralidad de España
en la II Guerra Mundial. No hace falta decir que la muerte de su gran
amor supuso un terrible mazazo para Conchita Montenegro que siempre se
sintió culpable de su muerte y solía decir que si ella no lo hubiera
amado, Leslie seguiría vivo.
Terriblemente
hundida por la muerte de su antiguo amor y tras terminar la película
"Lola Montes" (1944), la primera española que conquistó la meca del
cine, la mujer que rodó 37 películas, 18 de ellas triunfando en
Hollywood, quiso cerrar esa etapa totalmente y caer en el olvido porque
consideraba que su paso por el cine había sido un "pecado de
juventud", negándose incluso a conceder entrevista alguna. Hasta
rechaza el homenaje que le quiso tributar su ciudad natal en el
Festival de Cine de San Sebastián. Según cuenta Moro en su libro "Mi
pecado", poco antes de fallecer, la actriz pidió a Emilio, su portero,
que le acompañara a la caldera. Frente al fuego, fue quemando todas las
fotos y recuerdos que le unían a esa vida de diva del celuloide. "El
portero cuenta cómo vio desaparecer entre las llamas imágenes de la
actriz con Clark Gable, Gary Cooper, Johnny Weissmuller... Ella quiso
borrar el pasado, ese pasado por el que su gran amor había muerto".
La gran diva se quedó viuda en 1972 y murió en Madrid sin dejar descendencia a la edad de 95 años donando su cuerpo a la ciencia.
Su figura, puede que por su insistencia en refugiarse en su vida
privada, ha pasado bastante desapercibida en la historia de nuestro
cine. Inútil buscarla en los libros y las enciclopedias de cine: ni
siquiera la mencionan. Solo nos queda su imagen fugaz, su belleza
perenne y, como bien dijo un crítico francés, su "encanto mórbido e
inquietante."
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