Desgraciadamente la realidad de los ancianos en la sociedad occidental no siempre es la deseable: su exclusión como miembros útiles de la comunidad, la soledad y la autoreclusión doméstica son problemáticas que están irremediablemente unidas al sistema de vida contemporáneo y a la pérdida de valores sociales como el respeto por los mayores o la mayor cohesión de la unidad familiar.
Este abandono que sufre la tercera edad, propiciado en muchos casos por sus propios allegados esta magníficamente dibujado en "Dejad paso al mañana", un tierno y desgarrador relato sobre el amor crepuscular y la ingratitud filial realizado por Leo McCarey, un eficaz artesano que logro con este titulo uno de los mejores dramas de todos los tiempos, una película de 1937 que podría estar firmada en 2019, de una actualidad apabullante y que deja al espectador anonadado. Tan actual es el tema de "Dejad paso al mañana", y tan alta es su calidad, de cine humano y mirada clara, que con solo dos pinceladas serian insuficientes para expresar con rigor semejante monumento cinematográfico al amor duradero, la comprensión, la estupidez, la envidia, la humanidad, los celos, la ignorancia y la sabiduría, pero sobre todo, habla sobre la vejez como preámbulo a la muerte, tan segura de sí misma que nos da toda una vida de ventaja, el umbral que todos sin excepción cruzaremos, el paso que indica que todo se ha acabado.
Con una extraordinaria sensibilidad llena de humanismo Leo McCarey nos presenta a Barkley (Victor Moore) y Lucy Cooper (Beulah Bondi), dos ancianos que un buen día reúnen a sus tres hijos para darles una triste noticia: están arruinados y el banco va a quitarles su casa, no tienen dónde vivir. Por supuesto sus hijos deciden ofrecerles su apoyo, pero desgraciadamente ninguno de ellos tiene sitio en sus hogares para alojar a los dos padres, así que tendrán que separarse viviendo en casas distintas hasta que encuentren una solución. Pero los dos Cooper no se consiguen aclimatar a ese nuevo tipo de vida y se sienten desubicados al vivir separados después de toda una vida felizmente juntos.
Afortunadamente aquí es donde uno no puede hacer menos que inclinarse ante la maestría y sabiduría de McCarey por el resultado final. Durante más de 20 minutos, el director congela la acción en un tiempo muerto inusitadamente largo para el Hollywood de la época y se recrea en los últimos momentos de la pareja. Desde el punto de vista narrativo no sucede nada en esos minutos, pero se trata de una de las secuencias más tiernas y humanas de la historia de Hollywood. La pareja al principio no sabe bien qué hacer, pero poco a poco, cuando se acerca la hora de volver a casa, se van animando hasta acabar cenando en el hotel donde pasaron su luna de miel. Ahí todo el mundo les trata con amabilidad y cortesía, y ellos recuerdan los buenos momentos de su vida juntos mientras cenan y bailan. No se puede describir la belleza de estas escenas porque se apoyan de una forma decisiva en los dos actores, pero es uno de esos momentos de cine en estado puro, en que un director consiguió capturar magia con su cámara. Solo por estas escenas, "Dejad Paso al Mañana" merecería un lugar en la historia.
Posiblemente el tema de la vejez y del conflicto generacional, de esos pobres ancianos descolocados en un mundo que no entienden, no sea un tema especialmente atrayente para el público en general, pero el solvente Leo McCarey crea uno de los melodramas más tiernos, tristes y sinceros de su época. Porque la película es conmovedora y se presta a que el espectador derrame alguna lágrima, pero si algo se le debe reconocer es que está rodada con una sobriedad y un saber hacer impecables, huyendo de dramatismos tópicos y baratos e indagando en la profundidad de los personajes. Y es esa sencillez, esa sensibilidad, la razón por la que la película destaca por encima de otras (tal vez la inmortal "Cuentos de Tokio" de Yasujirō Ozu sea la única a la que se la pueda comparar ), pues tanto en la una como la otra la emoción llega en cuentagotas, pero poco a poco te acaba calando y al final es imposible no estar emocionado.
Leo McCarey realiza la que quizás sea su mejor película. Un claro ejemplo de cine clásico más puro: montaje invisible, máxima sencillez (en apariencia) en cuanto a planificación, movimientos de cámara suaves y elegantes, un guión solido como el acero, un desarrollo dinámico de la acción dramática mientras le ofrece todo el protagonismo a los actores y les permite desplegar su talento, se lucen especialmente los ancianos: Victor Moore haciendo de padre torpe y encantador, pero destaca por encima de todos una impresionante Beulah Bondi, que borda uno de esos personajes que se quedaran para siempre memoria de los espectadores que consigan verla.
¿Y que más puedo decir sobre esta sencilla, cálida y emotiva obra maestra injustamente olvidada? Solo me cave recomendar a todos aquellos que se aventuren a su visionado que permanezcan atentos al momento cumbre de la película, su tramo final, cuando tiene lugar la escena decisiva del film (aquellos que no quieran un spoiler dejen inmediatamente de leer esta crónica)... Barkley va a ser enviado al oeste, donde el clima es más benévolo y podrá recuperarse de una enfermedad, y Lucy va a ser ingresada en un asilo, pero antes sus hijos consiguen organizarles un encuentro de despedida. Aunque se supone que luego se reencontrarán, tanto nosotros como ellos sabemos perfectamente que no será así, y que ése va a ser el último encuentro de sus vidas.
En definitiva, como no sabemos hacia dónde nos conducirá el cine del mañana, les recomiendo, mientras tanto, que se refugien en el cine de ayer, del que "Dejad paso al mañana" constituye un inolvidable ejemplo de cine humano y de calidad que golpea la conciencia del espectador. Una de las grandes joyas ocultas del Hollywood clásico, una película que en su momento fue un previsible fracaso absoluto y que afortunadamente está siendo cada vez más reivindicada.
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