4 de junio de 2017

¡Quiero vivir!

(I Want to Live!) 1958
Director: Robert Wise                                                                                         Reparto: Susan Hayward, Simon Oakland, Virginia Vincent, Theodore Bikel, Wesley Lau,John Marley, Gavin MacLeod, Dabbs Greer                                      
Guión: Nelson Gidding, Don Mankiewicz
Fotografía: Lionel Lindon

Cuando Albert Camus escribió "Reflexiones sobre la guillotina", (un demoledor alegato sobre la pena de muerte), además de exponer la inutilidad de la pena máxima, nos mostraba la crueldad de ese tiempo previo a la muerte, esa etapa en la que los que han sido declarados culpables por la ley (en algunos casos sin ni siquiera ser los autores del delito) esperan su ejecución en el corredor de la muerte; dice que es imposible hablar de hacer morir a alguien sin generar sufrimiento. Asegura que se trata de una doble muerte, la de ese tiempo previo y la muerte física, y es la primera peor que la otra.

Hago esta reflexión porque esto mismo es lo que veremos en la excelente película "¡Quiero vivir!", intenso y poderoso filme sobre la angustiosa espera de una condenada a muerte. Basada en la verdadera historia de Barbara Graham (Susan Hayward), una hermosa mujer de más que dudosa reputación que deambula por bares a la búsqueda de dinero fácil, desafiando cualquier convencionalismo social, Barbara se ve envuelta en una kafkiana situación cuando se le acusa de un asesinato, algo que, ni por error cometió. El filme pues será una revisión a las vivencias de la desafortunada mujer durante sus últimos días de vida, batallando por liberarse la cámara de gas.



Para el frenético relato de la mala vida de Barbara Graham, el director construye una brillantísima primera media hora movida por el ánimo desbocado de una mujer "sátira, astuta, con alma de tigresa, con la mala suerte de ser joven, amoral, atractiva, y culpable hasta el cuello",tal como la describe uno de los periodistas. Frente a ese sensacionalismo y el linchamiento moral, Wise propone una vez más un intento de veracidad, conjugando un cierto tono documental y periodístico con la estilización del tratamiento visual del film y la progresiva relajación del tempo, sustituyendo las atrevidas elipsis de la primera parte, por un estiramiento de los minutos, para ir llegando al tormento interior de esa mujer que no tiene por qué sufrir la tortura de una muerte lenta, independientemente de si es o no culpable, según la tesis contra la pena máxima que esgrime Wise.


A destacar la magnífica secuencia final, con la que Wise cierra su ataque a las consciencias que aún abogan por la condena capital. Todo, mediante el silencio más sepulcral y la unión de la cotidianeidad con la que se opera la muerte. Mientras la muchacha avanza despavorida, con los ojos vendados por no querer ver la prensa que la ha condenado, el director nos muestra la profesionalidad con la que algunos trabajan con la muerte (como un negocio más, Wise se centra en los elementos técnicos y mecánicos que no hacen más que aumentar la desesperación). Delante de tan dantesco espectáculo, una multitud llena de fantasmas que no es capaz de moverse por tratar de salvarla. Después de este silencio, el director nos muestra como la gente abandona el proceso mortal, mientras de nuevo volvemos a escuchar la ornamentación musical. Como si no hubiera pasado absolutamente nada.

Para este estimulante drama el director Robert Wise se apoya en un magnifico guión de Nelson Gidding que aporta dinamismo en el tiempo narrativo y una estética negra a una opresiva película a mayor lucimiento de una de las grandes damas de Hollywood, Susan Hayward capaz de elaborar una gran riqueza de contrastes controlando en todo momento a su personaje que se mueve entre la amabilidad, el desenfreno total, el mal humor pero que ante todo, y cómo acabará exclamando finalmente, lo que quiere es simplemente vivir.

Una actuación de Susan Hayward que le valió merecidamente un Oscar de la academia por una memorable actuación encarnando el carácter indomable de Barbara Graham, que se vuelve figura pública, que nunca cede, excepto cuando ya la pesadilla se vuelve terminal, y la muerte viene a tocarle la puerta. Su actuación es excelente, genuina, intensa, apasionada. Susan Hayward recrea un personaje complejo, pues su completa amoralidad y falta de respeto absoluto por las reglas y estándares sociales la pueden volver indeseable y execrable para muchos, pero no por ello es digna de ser liquidada arbitrariamente; de esa forma invita al espectador a tomar bando en la situación, mientras ella se debate entre la vida y la muerte en una desesperación llena miedo que sucede en la mente de un condenado a muerte.

"El miedo devastador, degradante, que se impone durante meses o años al condenado es una pena más terrible que la muerte. No es más que un acto de revancha echo desde una estructura creada por unos ciudadanos que miran hacia otro lado."
(Albert Camus, " Reflexiones sobre la guillotina")



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