15 de diciembre de 2017

Vilhelm Hammershøi


Espacios de silencio


¿Se puede pintar el silencio, la soledad y la ausencia? Vilhelm Hammershøi, pintor danés, uno de los más importantes en la historia del país y también uno de los pintores más notables y misteriosos en Europa entre los siglos XIX y XX, nos demostró que si. Descendiente de Vermeer y precursor de Hopper, Hammershøi nos muestra unos espacios donde habitan el silencio. Su estilo puede ser catalogado como intimismo minimalista donde el autor nos muestra interiores domésticos con pocos muebles, a veces con una figura humana, generalmente una mujer, de espaldas. Aquellos de sus interiores en los que no se observa la presencia de figuras humanas muestran puertas abiertas, habitaciones contiguas y espacios sugerentes. 


Hijo de Christian Hammershøi, un comerciante adinerado, y su esposa Frederikke. Debido a su talento, con tan sólo ocho años empezó a recibir clases de dibujo y pintura. En 1879 entra en la Real Academia Danesa de Bellas Artes de Cophenague, y entre 1883 y 1885 estudia en la Escuela de Estudios Libres, que había abierto el año anterior como oposición al conservadurismo de la Academia, allí tiene como maestro a Peder Severin Krøyer. Pese al anticonservadurismo de la Escuela, el estilo del joven Hammershøi desconcertaba a sus maestros, de Peder Severin Krøyer se dice que comparó sus obras con “mantequilla a la luz de la luna” o “fetos en alcohol”, pese a estas duras críticas, dijo a otro de los maestros de la escuela que “tengo un alumno que pinta de un modo verdaderamente extraño. No le comprendo, pero creo que llegará a ser importante y trato de no influir en él”.


Si uno observa detenidamente sus pinturas y se deja llevar por ellas, el sentimiento que domina inicialmente es la quietud. Una calma profunda, que cae como una lluvia de colores tenues y apagados, con una música de pocas notas, que conmueve el alma y la quiebra. Uno de sus cuadros más conocidos, "El reposo", que retrata a una mujer joven, sentada, dándole la espalda al espectador y observando una pared pálida y vacía, golpea por su plenitud desolada, por la ausencia de un motivo para mostrar como el motivo y deja solo una pregunta, un ¡qué! exclamativo se transforma en un ¿por qué? Sin respuesta alguna, seguido de otras preguntas, que llenan el espacio del cuadro de tonos aún más grises y sofocados. El arte de Hammershøi es un desnudo vestido, un día de sol bajo la lluvia, una contradicción llena de expectativas, que lentamente nos desconsuela, porque nada llena el espacio y el vacío se vuelca hacia adentro en ligera angustia.


La misma dinámica de espacios y personajes podemos encontrarla en artistas como Hopper, con una luz y unos lugares comunes que evocan la misma siniestralidad del pintor danés. Pero si hubo alguien que se dejó encandilar por la pintura de Hammershøi –y sea posiblemente su único heredero directo–, ese fue Carl Dreyer. Siendo ambos de Copenhague y prácticamente coincidentes en el tiempo, es claro que el cineasta pudiera conocer a un pintor que ya estaba desapareciendo. El tranquilo dramatismo que encontramos en Ordet (1955) es el que vemos en los espacios de Hammershøi. Ambos comparten la misma concepción sobre el hogar, el tiempo que se mueve sin avanzar y un silencio que habita en las casas y en las familias. Lo que para el pintor nos lleva a una sensación de inquietud, en Dreyer reflexionamos acerca de lo inevitable. Es en esa casa donde viviremos el temor a Dios, la duda ante la fe, la realidad de la muerte y la posibilidad de la resurrección. En Hammershøi no hay palabra, todo está en silencio. No sabemos que es aquello que piensa esa joven que nos vamos encontrando. Pero sabemos lo que pensamos nosotros. La incertidumbre que el espectador se plantea consiguen generarla ambos creadores. Es la calma inestable la que nos lleva a lo profundo del alma.


Sus composiciones muestran una reducida paleta de tonos apagados, una severa geometría y un dominio admirable de la luz que se derrama por ventanas por las que se filtra la luz, pasillos inhóspitos y un mobiliario escaso. Con estos mínimos elementos, Hammershøi construye un discurso artístico capaz de interpelarnos desde el inicio de su producción artística hasta su muerte. Es como si intentara decir constantemente lo mismo y sintiera que no llega a conseguirlo. Es sin duda un pintor complejo de situar, pues si bien la influencia de Vermeer y la Escuela de Delft es patente, y él mismo declaró sentirse mucho más atraído por el arte del pasado, es innegable lo rompedor de su pintura.










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