5 de diciembre de 2017

La dama de Shanghai

(The Lady From Shanghai) 1947    

           
Director: Orson Welles                                    Reparto: Orson Welles, Rita Hayworth, Everett Sloane, Glenn Anders, Ted deCorsia, Erskine Sanford, Gus Schilling, Carl Frank, Louis Merrill.        Guión: Orson Welles                                  Fotografía: Charles Lawton Jr. 


Como la gran mayoría de las películas dirigidas por Orson Welles, "La dama de Shanghai" están envuelta por un halo de mitología, hoy la intentaremos desentrañar. Por un lado, cuenta la leyenda, que estando como estaba el cineasta necesitado de fondos para sacar adelante su producción teatral de "La vuelta al mundo en ochenta días" decidió recurrir al preboste de la Columbia, Harry Cohn, para conseguirlos, ofreciéndole a éste filmar una película para su estudio. La leyenda se agranda cuando el propio Welles (muy dado en adornar su figura) cuenta que descubrió una novela en las estanterías de un quiosco cercano a la cabina desde la que mantenía la conversación con Cohn y le dijo que comprara los derechos, que el ya se encargaría de realizar la adaptación.

Un proyecto que como tantos otros que realizo Welles se le fue de las manos hasta el punto de presentarle al "Gran jefe" de la Columbia una elefantiasica película de más de 2 horas y media de duración. Cuentan que el "mandamas" Harry Cohn, tras visionar el trabajo de Welles monto en cólera y en pleno arrebato ofreció la cantidad de mil dólares a quien le consiguiera explicar el argumento. Anécdota que, más o menos exagerada, nos lanza con fuerza hacia uno de los objetos obligados cuando se habla del cine de Orson Welles y que no es otro que el tratamiento que a sus obras se les daba en la fase de edición, pues una vez sentenciada por el poderoso productor, lo que quedo es otro caso ejemplar de mutilación hasta quedar reducida a 87 minutos.


Con tantos "cortes" y despropósitos (como meter con calzador la canción "Amado mio" para recordar a "Gilda" y se mirara esta dama de Shanghai de otro modo), seguramente el resultado final se parece entre poco y nada a lo que había imaginado en un principio Orson Welles. Pero esto no quiere decir que la película sea confusa y que no se pueda seguir con facilidad. Todo lo contrario. Uno puede introducirse sin problema en su enmarañada trama, porque en el fondo es bastante simple... La historia de "La dama de Shanghai" es la del marinero Michael O’Hara (Orson Welles), un hombre idealista, defensor de causas perdidas y que se esfuerza para mantener alejadas sus pulsiones más violentas, salva la vida de Elsa Bannister (Rita Hayworth) durante un atraco. Esta manda a su marido (Everett Sloane), un millonario abogado criminalista, para contratarle para su yate de lujo como contramaestre y entre estos tres personajes se dibuja un triángulo amoroso macabro, enfermizo e imposible de creer que se ira enmarañando cuando Michael se inmiscuirá en un falso asesinato.


En esta película de intriga, misterio, muerte e incertidumbre, Welles comparte roles con la hermosa Rita Hayworth, la mujer fatal de la película, que en esta ocasión lucirá una rubia cabellera. Sin Rita "La dama de Shanghai" sería otra película, la que Welles había imaginado: una película de serie B, rodada en localizaciones reales de Nueva York, con un presupuesto y plan de rodaje reducidos, y sin estrellas. La protagonista sería Barbara Laage, una actriz francesa, a la sazón novia de Welles (separado de hecho de Rita Hayworth pero aún no divorciado); para ella escribió Orson Welles el papel de "La dama de Shanghai". Pero cuando Rita Hayworth se enteró de que Harry Cohn había contratado a Welles para dirigir la película, presionó para protagonizarla; y no tuvo que esforzarse demasiado, a esas alturas después de "Gilda" (1946), era la gran estrella de la Columbia.

Cuentan que Rita se empeñó en rodar "La dama de Shanghai" para estar cerca de Welles y conseguir la reconciliación, pero Welles tenia en mente hacerle una autopsia a los sentimientos amorosos, torturados y aniquilados por la fuerza de la dominación. La película se convierte en espejo de lo que acontecía detrás de la cámara. Podemos escuchar líneas de diálogo como ecos de la propia intimidad del cineasta y la actriz: "Cómo vas a cuidar de mí si no sabes cuidar de ti mismo", le dice Elsa Bannister a Michael O'Hara mientras bailan en un garito de Acapulco.


Dicen que Rita Hayworth trabajaba embelesada con Welles (convencida de que con él jamás podría equivocarse). Pero no sólo ella. Para cualquier actor, el cineasta era una garantía de soberbias interpretaciones: los actores nunca estaban mejor que cuando trabajaban con Welles. Para un actor no había público comparable a Welles. El cineasta sacaba lo mejor de ellos porque se sentían completamente libres, sabedores de su compromiso apasionado con los actores. Welles demuestra una vez más su genio creativo y un arte sin efectos de estilo. Enfoca la cámara sobre las expresiones de unas caras que delatan sus pensamientos y sus propósitos, compone unos diálogos que definen claramente las relaciones que se establecen. Organiza la iluminación para definir los contrastes que caracterizan el medio donde se expresa el germen de la falsificación y la corrupción y las mentiras.


Puede que nos cueste tragar la ingenuidad del protagonista o los saltos en el guión. Da igual, todos sabemos que en una obra del autor de "Ciudadano Kane", más que lo que se cuenta, lo que de verdad importa es el modo en que se cuenta. Y ahí no hay peros que valgan. Impresionante su imaginería visual. El filme, de turbadora atmósfera expresionista, está repleto de los primerísimos planos, las angulaciones de cámara, de ampulosos planos secuencia y de juegos de picados/contrapicados característicos de su director.

La película contiene escenas que sólo pueden salir del prodigioso talento de Welles, escenas míticas, profundamente psicológicas, escenas que sirven décadas después como referencia para hacer cine. El encuentro entre Michael y Elsa en el acuario, la persecución en el interior del teatro chino, el alucinado paseo del protagonista por la "Casa de los locos" o el tiroteo final en el laberinto de los espejos. Esta última, fragmentada como la propia película, supone una de las escenas más inolvidables de la historia del séptimo arte. Tal es la fortaleza del genio de este cineasta que su impronta ha sobrevivido a avatares e injerencias.

Con esta deslumbrante demostración que es "La Dama de Shanghai", preludio de su verdadera obra maestra "Sed de Mal", tenemos una evidencia más del talento de Orson Welles el cual derrochó a lo largo y ancho de su filmografía, aunque ella quedara plagada de proyectos inconclusos y películas cercenadas como esta, y cuyo poder formal consigue que el espectador quede una vez más, subyugado y atrapado en los efectos que desprenden sus imágenes. Pese a resultar mutilada en la sala de montaje, "La dama de Shanghai", constituye uno de los títulos más fascinantes de la carrera de Orson Welles. Un filme perfecto en su imperfecta perfección. Nunca llegaremos a saber cuál era "La dama de Shanghai" que Welles había imaginado y, muy probablemente, las bobinas desechadas hayan sido destruidas, así que nunca veremos esas imágenes, perdidas para siempre en el limbo del cine. Pero si podemos soñar con las maravillas perdidas que estas dos estrellas crearon para la eternidad.



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