De
entre las muchas actrices deslumbrantes que trabajaron en Hollywood
durante los años cuarenta y cincuenta existen una serie de iconos
femeninos imperturbables, bellezas eternas que conquistaron para
siempre nuestros corazones. Una de esas ninfas, más tarde transformada
en una mujer muy interesante y muy sensual, fue la norteamericana Kim
Novak, nacida Marilyn Pauline Novak en 1933, uno de los más míticos
rostro, cuerpo y mirada del cine americano.
Siempre se ha dicho que juventud y belleza suelen ir de la mano, aunque en el caso de esta artista todo matiz añadido le da singularidad. Se la ha situado entre la carnalidad y la delicadeza, y se ha destacado cómo de su forma de andar emerge un sutil movimiento de caderas. Después está esa mirada fría pero también suplicante y el sosiego del rostro que ejercen de irresistible imán en la pantalla. Pocas actrices de su época pueden presumir de haber dejado tantas imágenes indelebles en la memoria del cine de Hollywood, iluminando la pantalla con una sinceridad y una sensibilidad que algunos no supieron (o no quisieron apreciar), pues en sus mejores papeles existe un universo de emociones encontradas, de soledad y de dignidad, de interpretación sin palabras, que a mí siempre me ha fascinado.
Ella fue la misteriosa mujer que resucitaba de entre los muertos en "Vértigo" de Alfred Hitchcock; la que bailaba sensualmente con William Holden en "Picnic", la que seducía al bueno de James Stewart en "Me enamoré de una bruja", y se la recuerda de un modo especial por el papel de exnovia de un adicto a la heroína, que interpretaba Frank Sinatra, en "El hombre del brazo de oro" de Otto Preminger. Otros títulos significativos son "Bésame, tonto" de Billy Wilder, "Un extraño en mi vida" de Richard Quine o "La leyenda de Lylah Clare" de Robert Aldrich.
Pero la cúspide de su carrera está en "Vértigo" (1958), un título que desbancó a "Ciudadano Kane" como mejor filme de la historia según un baremo del British Films Institute’s en el 2012. En "Vértigo", su magnetismo traspasa la pantalla y ahí es cuando entra en juego el imán del que está hecho su nombre, en su frialdad disimulada, en una mirada suplicante, en llevar mezcla de otras actrices, prototipo de rubia platino, y en donde destacó siempre por ser producto accesible, penetrando en el interior del espectador como si fuera un juego mas del deseo carnal.
En 1954 se traslada a Los Ángeles y empieza su carrera cinematográfica. Es el productor de la Columbia, Harry Cohn, (uno de los más despiadados y temidos magnates de ese Hollywood siniestro de los años treinta y cuarenta, que hasta dicen que contrataba a jóvenes actrices a cambio de sexo, en pocas palabras, de esos que dan mala fama a los productores) el que se fijó en ella y a mediados de los años cincuenta le ofreció un buen contrato, siempre que se cambiara el nombre, pues los altos gerifaltes de aquel Hollywood no querían a ninguna que le hiciera sombra a Marilyn Monroe. Novak accedió, a cambio de que le permitieran conservar su apellido, y en 1953 apareció, no acreditada e interpretando a una modelo, en "The French Line", dirigida por Lloyd Bacon, junto a Jane Russell.
Nunca será considerada como una gran actriz, a la altura de otros monstruos que no hace falta nombrar, pero para mí siempre me seguirá enamorando... o sera por la fascinación que me produce en "vértigo". (en mi opinión, una de las mejores o tal vez la mejor, película de la historia). Kim sabedora de tal influencia, y con una inteligencia poco común, supo crear en nuestra mente esos paraísos idílicos a lo largo de su carrera, y es mas, ahora en pleno siglo XXI, sigue siendo igual de atrayente admirar la figura de una de la actrices mas misteriosas, inaccesibles y bellas de cuantas poblaron el rutilante firmamento de Hollywood.
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