23 de febrero de 2017

Robert Crumb

"La retorcida sonrisa de un clásico"


Fetichista, retorcido, neurótico, honesto, acomplejado y genial. Robert Crumb es el estandarte del cómic underground y representante de lo políticamente incorrecto. ¿Es racista? Sí, pero encuentra múltiples defectos en todas las razas: judía, blanca, negra.... ¿Es misógino? Sí, pero odia todavía más a los hombres que a las mujeres. ¿Critica ferozmente el modus vivendi y la política de su país, Estados Unidos? Sí, pero también se ríe de forma implacable de Europa. ¿Es un radical de izquierdas? Sí, pero nada le pone más enfermo que los radicales de izquierdas... Así hasta el infinito y más allá. 

Robert Crumb (Filadelfia, 1943) representa a la perfección ese dicho que dice “genio y figura hasta la sepultura”. Su arte y su vida se funden para conformar una obra que huye de cualquier etiqueta y que abrió nuevos caminos para los autores de cómic de todo el mundo. Algunos de sus personajes han conseguido superar los límites del 9º arte para convertirse en iconos de la cultura popular de la segunda mitad del siglo XX.

 -"Cuando no estoy dibujando me siento depresivo y suicida. Pero a veces también me ocurre cuando dibujo"- Esclarecedoras declaraciones con las que comienza el magnífico documental "Crumb" de Terry Zwigoff (1994), que explican rápidamente al autor y su obra. La obra de este autor de Philadelphia se ha caracterizado casi siempre por un gran sentido del humor, la mejor arma para afrontar los problemas del mundo, hablar de temas tabú o realizar las confesiones más vergonzosas. Al joven Crumb no le faltaron motivos para sentirse desdichado. Creció en el seno de una familia desestructurada con un padre que pegaba a sus hijos y una madre adicta a las anfetaminas. Ambos trataron de ofrecer a sus cinco vástagos una educación puritana y católica, aunque las cosas no salieron del todo como se esperaba.





En los 70, Crumb empezó a sentirse abrumado por el éxito que tenían sus criaturas, y toma la decisión de apartarse de la vida pública y da un nuevo giro a sus cómics. Es a partir de entonces cuando él mismo empieza a protagonizar sus historias, en las que vuelca todos los aspectos más oscuros de su personalidad: sus fobias, sus manías y, especialmente, sus fantasías sexuales. A partir de este momento, su público se dividió entre los que seguían adorándole y quienes tachaban su trabajo de misógino y depravado. A pesar de eso, Crumb mantuvo su postura de volcar en las viñetas sus pasiones más ocultas y con la llegada de los 80 empezó a ser reconocido en ambientes "más elevados", llegando a exponer su trabajo en el Museo de Arte de Nueva York dentro de una exposición colectiva.

Determinar de dónde proceden todas esas obsesiones y esas oscuras fantasías sexuales protagonizadas por mujeres inmensas y dominantes, de poderosas piernas y Ciclópeos culos, es una labor propia más bien de un erudito psiquiatra. Pero algo podemos intuir en a través de los testimonios recogidos en el excelente documental dedicado a Crumb que dirigió Terry Zwigoff y producido por Lynn O'Donnell y David Lynch, en 1995. Este documental nos permite entrar en su vida y su universo creativo, en sus experiencias y relaciones con las mujeres, las obsesiones artísticas y eróticas que vertebran toda su obra, pero también nos presenta su entorno familiar (marcado por la educación represiva de sus padres y las enfermedades mentales que fueron desarrollando sus hermanos).

Zwigoff cuenta en una entrevista que al principio su idea no era hacer un documental centrado en la persona de Robert, sino hacer una película sobre los tres hermanos Crumb: Robert, Charles y Max. Pero con el tiempo, se quedó fascinado con los otros dos hermanos artistas, una especie de familia Panero de la América profunda. Por extraño que parezca, Robert Crumb es el más equilibrado de todo el clan, pero no necesariamente el más talentoso. Al principio Robert Crumb no quería hacer la película, pero finalmente se puso de acuerdo. Hubo un rumor, creado accidentalmente por el crítico Roger Ebert, que Terry Zwigoff hizo cooperar a Crumb amenazando con dispararse. Ebert lo esclareció en los comentarios de una posterior reedición de la película de Criterion Collection. Ebert dice que "podría ser verdad que la vida de Zwigoff fue salvada, porque sí hizo la película". Durante los nueve años que llevó hacer el documental, Zwigoff dijo que "recibía un promedio de 200 dólares al mes de ingresos y vivía con un dolor de espalda tan intenso que pasé tres años con un arma cargada en la almohada al lado de mi cama, tratando de tener el valor de matarme". Al final sería el hermano de Robert, Charles, el que acabaría con su vida un año después de filmarse el documental.


Precisamente, una de los puntos claves de la película es la enorme influencia que tuvo el hermano mayor (Charles) sobre Robert. Cuando eran adolescentes los hermanos producían cómics a destajo, en una especie de competición enfermiza entre los tres. Charles era el motor de esta competición y el que mejores resultados obtenía. Crumb explica en el documental la frustración que sentía al ver como su hermano le superaba una y otra vez… Y también cuenta ese momento fatídico en el que a Charles se le empieza a ir la pelota: sus dibujos se hacen más abigarrados y se obsesiona con llenar páginas y páginas con una letra cada vez más diminuta, hasta volverse totalmente ilegible. Lo triste es que, con el paso de los años, Charles se niega a salir de casa de su madre, y su vida se convierte en una tómbola interminable de intentos de suicidio, pastillas, depresión y aislamiento. Lo que no quita que Crumb y él se echen unas risas ante la cámara de Zwigoff cuando se ponen a recordar los viejos tiempos. Pero ¡eh!, cuidado, los viejos tiempos en esta familia se conjugan en frases como “hubo una epoca en que te quería matar, constantemente me venía esa imagen a la cabeza”… En fin, que los Panero comparados con los Crumb son una suerte de familia Simpson descafeinada.


En fin, recomiendo encarecidamente esta película, aunque solo sea por asistir al espectáculo de un Robert Crumb descojonado ante sus propias desgracias. Cuando más dura es la verdad a la que se le confronta, más se ríe él… Y claro, con ese bagaje, al final resulta que es uno de los tipos más risueños del planeta.







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