La luz de un tiempo pasado
Las imágenes de Ricardo Compairé siempre me han parecido fascinantes. Creo que es el fotógrafo que mejor ha sabido captar la esencia, el alma del universo pirenaico. Era un hombre que conocía a la perfección lo que fotografiaba, y en sus fotos se percibe siempre la incesante búsqueda de la luz y del contraluz, el equilibrio perfecto entre calidez y calidad. Componía muy bien y era como un director de cine tras una cámara de fotos. El quería que sus imágenes fueran un fiel reflejo de su tiempo y a la vez que tuviesen una plástica excepcional, en el sentido artístico más amplio de la palabra.
Artista ordenado y minucioso, el fotógrafo nacido en Villanúa en 1883, mostró pronto un gran amor por el paisaje; años después, mientras cursaba Farmacia en Barcelona, descubrió la pintura y la fotografía. Al instalarse en Hecho en 1908, empezó a hacer fotos con una idea central: documentar un mundo en extinción, un mundo de tipos, de trajes tan delicados como los de Ansó, de contrabandistas, de pastores, de cazadores, de campesinos, de mujeres, de objetos que en sus manos parecen bodegones. Meticuloso en su trabajo, era capaz de estar una semana en un lugar para lograr la instantánea que buscaba hasta culminar en una obra enorme cercana a los 4.000 clichés, un verdadero documento para su tiempo.
Una obra que pocas veces se mostró al público, pues Compairé huía en todo momento de las exposiciones y concursos aun a sabiendas de que sus virtudes artísticas podían, muy bien, ser fácilmente recompensadas. Ocasionalmente, sólo por el ineludible compromiso con sus amigos, algunas de sus fotos se publicaron en diversos libros y revistas.
La base fundamental de su trabajo fotográfico procede, por un lado, de sus estudios de farmacia que le facilitan el conocimiento de los procesos químicos en el revelado; por otro, de su afición por la botánica y el excursionismo, que le permiten contemplar paisajes poco conocidos y, por último, de su afición por la pintura, que le aporta conocimientos básicos sobre estética y composición.
En 1936, una bomba cayó muy cerca de su casa: se asustó, dejó la foto y trasladó sus miles de negativos a Borja. De allí pasarían, en los años 80, a la Fototeca de Huesca. Cerró sus ojos a la luz que tanto había buscado en sus fotos un 18 de febrero de 1965 en su casa de Huesca... Por su ingente y fabulosa obra, Ricardo Compairé Escartín merecería ser revisitado por todo buen aficionado a la fotografía. Solo cabe lamentarse que si Ricardo Compairé hubiera nacido en París sería un nombre universal en la fotografía.