8 de agosto de 2018

Canción de cuna para un cadáver

(Hush... Hush, Sweet Charlotte) 1964                                                                     Director: Robert Aldrich                                                                                  Reparto: Bette Davis, Olivia de Havilland, Joseph Cotten, Agnes Moorehead, Cecil Kellaway, Victor Buono, Mary Astor, George Kennedy, William Campbell.                                                                                                      Guión: Lukas Heller, Henry Farrell                                                                              Fotografía: Joseph Biroc

Dos años después de la magistral ¿Qué fue de Baby Jane? (1962), el bueno de Robert Aldrich dirigió y produjo un nuevo trabajo pensado para el lucimiento de la inolvidable Bette Davis, esta vez acompañada por Olivia de Havilland, Joseph Cotten y Agnes Moorehead. Un largometraje que muchos insisten en comparar con el primero, no sin algo de razón, todo hay que decirlo, pero que merece la pena disfrutar sin ningún género de dudas, por su excelente reparto, lo inverosímil que resulta su guión, la brillante fotografía de Joseph Biroc, la maestría de la partitura de Frank DeVol y el buen hacer del memorable Robert Aldrich. Similitudes con el anterior tiene algunas, pero menospreciarla por ello resulta un tanto absurdo.
Es una historia más o menos enrevesada de asesinatos, misterios, miedos, e investigación periodística. Pero lo que más está presente es la locura. Porque locura es lo que padece Charlotte (Bette Davis), y es lo que le hacen padecer, tanto los vecinos y conocidos, que la condenan por la muerte de su antiguo amor, como su amigo Drew (Joseph Cotten) y su prima Miriam (Olivia de Havilland). Pero no vamos a desvelar aquí demasiado del argumento. Porque, aunque la historia parezca enrevesada, los giros del guión están lo suficientemente claros como para que no nos perdamos un ápice de la trama.


Con una trama donde la intriga es su mejor baza, esta película te absorbe desde el primer minuto mezclando recursos del mejor cine de terror con el suspense de todo la vida, a pesar de concederse pequeñas licencias narrativas en beneficio del espectáculo. Esto no sería posible sin las actuaciones de su trío protagonista, destacando a una formidable Bette Davis, muy bien complementada por unos secundarios y una puesta en escena que te sumergen en la locura y la decadencia de la pobre Charlotte.

La cinta comienza con un atroz asesinato y una canción de nana que a lo largo del metraje irá tomando un tono inquietante para remarcar la creciente crispación de Charlotte Hollis (Bette Davis) que vive recluida en la mansión familiar que heredó de su querido padre, sin haber llegado a recuperarse nunca de la trágica muerte de su gran amor, un hombre casado llamado John Mayhew (John Mayhew), de la que el pueblo la hace responsable. Con evidentes problemas mentales y la única compañía de su siempre malhumorada criada Velma (Agnes Moorehead), recibe la noticia de que el estado está a punto de expropiar sus tierras para la construcción de una autopista, por lo que intentará recurrir a su prima Miriam (Olivia de Havilland) y a su viejo amigo Drew (Joseph Cotten), para intentar evitar a toda costa que la echen del que siempre ha sido su hogar.


Aldrich da aquí una lección de los espacios y los movimientos, manejando a la perfección los lugares y los recovecos de la magnífica casa donde vive Charlotte, que da muchísimo juego al ambiente que se transmite. Pero lo que a muchos se les va a quedar en la mente es la maravillosa Bette Davis, que vuelve a sacar aquí su genialidad como actriz, en un papel que puede asemejarse al de Baby Jane, pero con matices más entrañables, a la vez que empáticos. El director bordará sentimientos y emociones profundas sobre el ser humano como la soledad, el recuerdo omnipresente de una vida pasada que no termina de desaparecer, la obscenidad de la familia, el odio, los celos y la avaricia que se apodera de toda persona que intenta llevar a cabo sus planes a toda costa.

       

Hay que decir que Robert Aldrich mantiene la atención del espectador en todo momento, siendo utilizado con maestría por el realizador, que da toda una lección de como gestionar la tensión y la intriga, de como filmar convirtiendo la casa en una auténtica penitenciaría donde la atmósfera no puede ser mas densa. Para ello se rodeó de un excelente equipo donde podemos destacar la fotografía de Joseph Biroc, con un trabajo soberbio, regalándonos multitud de imágenes para el recuerdo y siendo uno de los responsables de la excelente ambientación de la obra.


¿Y del reparto que se puede decir ante semejantes nombres? Están todos magníficos, Bette Davis y De Havilland mantienen el duelo interpretativo durante todo el metraje, sin bajar la intensidad ni un segundo. Por otro lado tenemos al siempre sobrio Joseph Cotten, que siempre esta elegantemente profesional y a Agnes Moorehead (Embrujada), haciendo uno de esos excéntricos papeles que bordaba. Pero la Davis se devora todas las escenas con uan energía formidable, ya sea como demente o como penosa víctima de las circunstancias. En las dos horas largas que dura la pelicula, Bette Davis nos regala un alarde de gestos y muecas que van desde la alegría a la pena, sin siquiera tener que soltar una palabra, algo que en la actualidad pocas actrices de su edad podrían siquiera imitar.


"Canción de cuna para un cadáver" es una película de las que se disfrutan por lo mucho que ofrece y lo poco que pide. De hecho, lleva cincuenta años sin pedir la fama y la consideración que se merece por estar bajo la sombra de su hermana mayor "¿Qué fue de Baby Jane?", pero es uno de los trabajos más perturbadores y desconcertantes de la época, mezcla de drama sureño y terror psicológico clásico bajo una dirección, puesta en escena, fotografía y ambientación formidables. Una gran película que recomiendo a todo aquel que le guste ver cine en estado puro y a los aficionados a descubrir pequeñas joyas injustamente olvidadas.



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