29 de marzo de 2017

La mujer de papel

Autor: Rabih Alameddine                         Editorial: Lumen


"Mi cuerpo está lleno de frases y momentos, mi corazón repleto de locuciones adorables, pero ni el uno ni el otro se dejan tocar por nadie. Tengo las neurosis de mis escritores, pero no su talento. En ´La mujer del teniente francés´, John Fowles, al describir a su personaje, dice que posee un hastío byroniano. Dejadme parafrasearlo. Vivo en una soledad byroniana, pero no dispongo de las dos válvulas de escape del poeta: la genialidad y el adulterio”.

Esta es una de esas novelas que a los amantes de los libros nos encanta leer y del que disfrutamos plenamente. Escrita con gran sensibilidad y fluidez, "La mujer de papel" es una historia agradable e instructiva, que nos descubre a un personaje central inolvidable que nos enseña cómo el amor por la literatura puede convertirse en una válvula de escape para una realidad dolorosa, transformando el desasosiego en esperanza. Desde las primeras páginas Rabih Alameddine nos traslada a un viejo apartamento de Beirut donde conoceremos a Aaliya, una mujer de unos setenta años, con el pelo teñido de azul y una historia que contar.

Aaliya es uno de esos personajes difícil de olvidar, porque el cariño que se le toma es bien grande. Por su forma de ser, por su forma de pensar, por su forma de amar los libros, por su forma de vivirlos... Por su forma de dirigirse a nosotros, los lectores, y contarnos su vida. Aaliya se desnuda ante nuestros ojos, a través de sus reflexiones, a través de sus divagaciones. Como si estuviera hablando con nosotros, Aaliya empieza una historia y termina con otra. Las ideas bullen en su cabeza, quiere contarnos tantas cosas que le es imposible seguir un orden. Y así, a pedacitos, nos enteramos de la dura vida que ha llevado esta mujer. Conoceremos su fallido matrimonio y su mala relación con su familia, conoceremos de su soledad y su única compañía en los últimos cincuenta años, los libros... Una soledad buscada y ansiada, incluso en los difíciles años de la guerra que estuvo sola. Pero aunque lo que nos confiesa a veces es doloroso, no lo hace nunca compadeciéndose de sí misma. Además tiene un fino sentido del humor que en varias ocasiones consigue sacarnos más de una sonrisa.

Su único refugio es la literatura. Sus únicos amigos son los libros. Libros que llega a traducir a su lengua y que los conserva en su casa como verdaderos tesoros. No hay en ella deseos de publicarlos, ni deseos de que su obra sea leída, por sus manos pasan grandes autores, grandes obras pero no se limita a nombrarlos habla de ellos y con ellos, con un conocimiento que llega a acomplejarnos. Pero además de literatura hay otros temas presentes en la novela, como la soledad, la vejez, la guerra, la amistad, el poder de las decisiones o la marginación.

La narración es ágil y envolvente. La narración está plagada de referencias, títulos y sentencias bibliográficas que harán las delicias de los coleccionistas de frases para el recuerdo y amantes de la literatura en general, pero la inclusión de estos elementos no resulta para nada densa, sino que surge de manera espontánea y adecuada en relación a lo que se está contando. Alameddine logra que este libro, a pesar de tratar temas tan serios como la guerra, el aislamiento o la marginación, resulte una lectura amena y absorbente, cargada de lucidez y con ciertos toques de ternura.

Gloria Swanson

El brillante crepúsculo de una estrella

"Estoy muy contenta Sr. De Mille, ¿le importa que diga unas palabras?...Gracias. Solo quiero decirles a todos cuanto me alegro de estar en los estudios otra vez. No saben cuánto los he echado de menos. Prometo no volver a abandonarles, porque después de Salomé, haremos otra película y después otra. Es mi vida y siempre lo será... No existe nada más, solo nosotros, las cámaras, y toda esa gente maravillosa en la oscuridad... Sr. De Mille, estoy preparada para mi primer plano".

(Gloria Swanson, “Sunset Boulevard”).

Hollywood, la meca del cine, consagró a las más hermosas e increíbles estrellas, catapultó a la fama a miles de actores, y, de la mano de excelsos productores y sublimes directores, enterró y mandó al ostracismo a las glorias del pasado. El cine les dio la vida y, como Dios, se la quitó cuando ya no servían, cuando ya no convenían, demostrando así lo efímera que es la fama y lo implacable que resulta el poder de Hollywood). Y una de las grandes divas del cine mudo que sufrió en carne propia el desprecio y el desapego del "sistema" fue la exquisita Gloria Swanson.

Cuando se cumplen 118 de su nacimiento, hoy recordamos a Gloria Swanson. Paradigma de la diva extravagante y veleidosa, arrogante, narcisista, autosuficiente y egocéntrica; antes de que Hollywood fuese la fabrica de sueños, ya reinaba entre las diosas primigenias del celuloide. Porque fue ella y nadie más que ella, la que redactó las leyes del estrellato: seis maridos, una fortuna, un idilio con un Kennedy y la decadencia más grande jamás filmada en "El crepúsculo de los dioses" son algunos logros que, más de un siglo después de su nacimiento, mantienen viva su leyenda, la leyenda de una estrella que brilló en el cine mudo y en el sonoro. Gastó en placeres hasta el último centavo que le cayó en la cartera, vivió 20 años en el olvido y resucitó para filmar un esplendoroso final.

Gloria Josephine May Swanson había nacido en Chicago, el 27 de marzo de 1898, y desde niña quiso ser actriz. Frecuentó el Art Institute de su ciudad natal, y a los 17 años fue contratada por la compañía Essanay, interviniendo a continuación en dos cortos de Charles Chaplin. Al año siguiente le llegó una nueva oportunidad, la de entrar a formar parte de la "escudería" de bellezas formada por Mack Sennet, mundialmente conocidas como las "bathing beauties". Pero en su carrera fue fundamental su encuentro con otro fuera de serie, Cecil B. de Mille, que supo ver en ella la materia prima ideal de un tipo femenino que iba a hacer furor en los años veinte: la mujer fatal.

   

No era una belleza clásica, con sus facciones prominentes y su escaso metro y medio de estatura, pero su agresiva sensualidad la hacía irresistible. Los hombres quedaban prendidos cuantos caían en la red de unas inmensas pestañas que enmarcaban unos hermosos ojos, su boca finamente perfilada y la inteligente dosificación de sus artimañas de mujer fatal la convirtieron en leyenda. Aunque se la encasilló como mujer fatal, su talento iba más allá del estereotipo, y supo extraer de sus personajes todo tipo de complejidades que iban desde la picardía al dramatismo, de la alta comedia a la tragedia. Poco después lograría dos de las mejores interpretaciones de su carrera: la de prostituta en "La frágil voluntad" (1928), de Raoul Walsh, y la ingenua novicia de "La reina Kelly" (1929), para Eric von Stroheim, con quien, al parecer, estuvo ligada por un ardoroso y nada fácil vínculo sentimental.


Con la llegada del cine sonoro, la estrella de Gloria Swanson estaba irremisiblemente condenada a apagarse en la práctica, aunque su figura, como mito, jamás haya perdido vitalidad. Gloria adivinó que los nuevos procedimientos iban a implicar una revolución profunda, y se esforzó para estar a la altura de los tiempos. Estaba en la madurez de su temperamento artístico, en la cúspide de su arte, y no se podía resignar. Tomó lecciones de declamación, trató de adaptarse a las nuevas condiciones de rodaje, pero su carrera entró en una fase de declive de la que ya no se recuperaría. "Indiscreta" (1931) de Leo McCarey) y "Esta noche o nunca" (1932) de Mervyn LeRoy, fueron sus dos últimos trabajos importantes antes de entrar en una oscuridad laboral de la que sólo la rescataría Billy Wilder en 1950, aunque, eso sí, con todos los honores: porque Gloria Swanson era la única actriz que podía interpretarse a sí misma, a la vieja estrella del mudo encerrada con sus recuerdos en una vieja casona de Sunset Boulevard.

    

"Yo sigo siendo grande. Son las películas las que se han hecho pequeñas", era la escalofriante declaración de principios de su personaje en "El crepúsculo de los dioses". La intensidad con la que la pronunciaba fue posible gracias a la verdad que esas palabras escondían sobre ella misma. Su interpretación de Norma Desmond le valió una nominación al Oscar a la mejor actriz, y se cuenta que otra diva del momento, Barbara Stanwyck, impresionada y totalmente emocionada, se inclinó para besarle el vestido, pero eso es otra leyenda que envuelve la figura de una mujer que nunca se privo de nada y lo derrocho todo.

La quintaesencia de un romanticismo tan desaforado como caduco, del histrionismo silente y del exceso. La que con una simple mirada podía convertirse en lo que ella quisiera. La que pronuncio estas palabras "He atravesado un largo aprendizaje. Durante tiempo suficiente he sido anónima. He decidido que ahora que soy una estrella, lo voy a ser en cada lugar y en cada momento". La que en los años 20 ganó ocho millones de dólares de la época, para luego dilapidarlos. La que decia "el dinero es divertido hasta que no queda nada por comprar". La que consumia maridos tan rapidos como cigarrillos. Moria a los ochenta y cuatro años de un aneurisma... Ella sigue siendo una de las leyendas más grandes del cine. Porque agracias a dios no existe nada más, solo nosotros, las cámaras, y toda esa gente maravillosa en la oscuridad.



23 de marzo de 2017

"El amor y la belleza hecha luz"

2046                                                                         Director: Wong Kar-Wai (2004)                              
Reparto: Tony Leung Chiu Wai, Zhang Ziyi, Faye Wong, Gong Li, Kimura Takuya, Lau Ka Ling, Chang Chen, Maggie Cheung, Ah Pi                 Guión: Wong Kar-Wai                                                       Fotografía: Christopher Doyle, Lai Yiu Fai, Kwan Pun Leung

"En el año 2046, una amplia red de ferrocarriles se extiende por todo el planeta Tierra. De vez en cuando, un tren misterioso parte rumbo a 2046. Todos los pasajeros que se dirigen a ese lugar, tienen el mismo objetivo: quieren recuperar la memoria perdida, pues en 2046 nunca cambia nada. Nadie sabe realmente si eso es cierto, porque nadie, absolutamente nadie, ha regresado nunca. Nadie excepto yo".

Así comienza el que, bajo mi punto de vista, es uno de los trabajos más logrados y complejos de Wong Kar-Wai. "2046" funciona como una suerte de sumario de la obra del director.Hay varios elementos en común en su cinematografía: formalismos, temáticas y estéticas en que el director va profundizando, dejando en esta cinta un trazo que evidencia la presencia de un autor, en tanto realizador que piensa en el cine a través de cada pieza que compone su obra. Ver una película de Wong es una experiencia visual, estética y sensible. En su cine no hay grandes historias, ni un desarrollo complicado de argumentos, por el contrario, se proponen pequeñas reflexiones que se desenredan a través de gestos, de planos detalle, de sutiles ralentis apenas perceptibles. Estas reflexiones giran a menudo en torno al amor y a la soledad, al individuo frente a su constante contradicción, una nostalgia permanente, presente en los momentos de felicidad y compañía, y, por supuesto, acentuada en los instantes de soledad. El presente no tiene fuerza en el universo de Wong Kar-Wai, todo está teñido por la nostalgia de la temporalidad, del transcurso del tiempo donde el presente se plantea como algo perecedero, algo que atenta con acabar en cualquier momento.


"2046" nace directamente de "Deseando amar", y, aunque ambas son impresionantes cantos a la belleza y al amor, se pueden ver sin problema por separado, entender su verdadera esencia requiere ver una después de la otra. El protagonista de "2046" es el mismo personaje masculino de aquella, el escritor enamorado que se cruzaba con la preciosa Maggie Cheung en los estrechos pasillos de una casa de huéspedes del Hong Kong de los años 60. Ahora, los pasillos son los de un hotel que le conducen a la habitación 2046 en la que la memoria del pasado y el deseo del futuro se entremezclan en un sueño de verdades y mentiras. Varias mujeres se mueven en este territorio del pensamiento: una carnal y cercana; otra lejana y perdida; una tercera, imaginada. Junto a ellas se mueven personajes de un futuro que es el ahora mismo y seres surgidos de un pasado que nunca volverá. Todos ellos se reúnen entorno al escritor que vive las distintas historias como si todas fueran una única vida. La luz y el color de los decorados del Hotel Oriental y los bares reales y soñados, se combinan con una música tan inolvidable como la de su ilustre matriz cinematográfica.


Si en “Deseando amar” el argumento giraba en torno a un amor imposible, doloroso, donde la contención de un beso o de una caricia actuaba en oposición a una pasión que se percibía desmedida, acá ocurre lo contrario: hay encuentros, sexo y desnudos. Aquello que antes debíamos intuir (el cuerpo bajo el vestido apretado de la precuela, que en el ralentí uno veía ajustarse y estirarse mediante la cadencia del caminar, el beso que al final nunca se daba) se vuelve ahora explícito. La cámara de “2046” se encarga de capturar pequeños fetiches: planos detalles de los pies envueltos en zapatos de tacón, las uñas rojas de los pies de la vecina mientras tienen sexo, una mano, una esquina arrugada de la sábana. Si en la precuela los personajes eran contenidos, cuidadosos no sólo con el espacio del otro, sino con los afectos, con la historia de cada uno, sus contextos y ambientes, en “2046” hay individuos lascivos, ruidosos, trasnochadores, de carcajadas fuertes y deseos no comedidos.


"2046" es un complejo entramado de historias y una puesta en escena primorosa (llena de barroca y angulada saturación) que se complementan a la perfección con una cuidadísima banda sonora que acaba siendo un personaje más, un objeto que delimita y dirige al espectador por los vericuetos del amor-desamor-pasión-soledad y dolor.
Tanto "Deseando amar" como "2046" me parecen puertas entreabiertas a universos extraños y originales en la forma, pero reconocibles y seductores a nivel emocional, con esa capacidad de atracción de todo aquel que se asoma a los abismos de lo humano sin precipitarse en la pretenciosidad. Además "2046" construye una melancólica reflexión sobre el tiempo y sus heridas, y nos hace comprender que quizás el desamor no tenga cura, pero tiene un director que ha sabido dar forma a su indescriptible desaliento poético y atravesar no sólo la pantalla, sino las defensas más inexpugnables del corazón.

Hierro 3

(Bin-jip) 2004                                                                 Director: Kim Ki-duk
Reparto: Seung-yeon Lee, Hee Jae, Kwon Hyuk-ho, Joo Jin-mo, Choi Jeong-ho,Lee Joo-suk, Lee Mi-sook.
Guión: Kim Ki-duk                                                                                     Fotografía: Jang Seung-beck

El silencio es el elemento en el que se forman todas las cosas grandes. Y precisamente silencio es lo que encontraremos en esta hermosa y sencilla historia llamada "Hierro 3". En esta película hay auténtica poesía, y el uso que hace de los silencios resulta extraordinario; casi inaudito en el cine moderno. "Hierro 3" no es una película fácil, requiere un doble esfuerzo en su visionado, pero el resultado final es ampliamente beneficioso para los amante del cine.

"Hierro 3" Narra la historia de un joven muchacho del que nada sabemos, ni sabremos, cuyo hobby
es usurpar casas mientras sus propietarios se hallan de vacaciones, vivir cómodamente en ellas y huir de ellas sin robar nada cuando sus dueños regresen. Él es un hombre silencioso, pero cuando su destino conecta con otra mujer silenciosa que vive, invisible, en su propio y tormentoso "hogar", nace algo especial. Ambos se unen en la clandestinidad de su labor diaria, conociéndose a sí mismos y, como siempre, poniendo en peligro sus propias (y pobres) existencias. Ambos son sujetos “sin hogar”, aunque una casa pueda decir lo contrario: son personas sin amor que buscan su lugar en el mundo y no lo encuentran, personas que cargan amargura, angustia, dolor, y que se buscan constantemente en el universo de las sombras, de las personas que ningún otro ve. La historia de amor entre dos fantasmas que intentan palparse, uno al otro.


Kim ki-duk hace del viaje de ambos una pequeña travesura compartida o una suerte de luna de miel que se desenvuelve con la tranquilidad de estar viviendo la perfecta utopía. Y de eso se trata esta aventura, de ver hasta que punto puede sostenerse el verdadero goce de la vida en las sociedades actuales. Sociedades que brindan protección y comodidades, pero exigen compromiso total con sus mecanismos (a veces atroces) de subsistencia. Rostros insatisfechos o en conflicto constante son los que observamos alrededor de la alunada pareja: matrimonios cansinos que vuelve de sus vacaciones peor de cómo salieron a ellas, maridos incomprensivos que someten y torturan como una manera de satisfacción ante las presiones de la dura realidad, hijos separados de sus padres por la barrera de las obligaciones hasta el punto de no saber de la posible agonía de uno o de otro. El único santuario que encuentran les será perfecto a los protagonistas para dar rienda suelta a sus sentimientos desbordados por el milagro de vivir el escape del tradicional programa vital de todos los días. 


Kim Ki-duk hace uso del silencio para transmitir sensaciones que son captadas fielmente por el espectador cómplice de la relación entre el joven fantasma-terrenal y la madura ex modelo. Pero cuando hace uso de los diálogos es para darle fuerza a sus imágenes y añadirle tensión a esas escenas calmadas (en casi todas ellas, donde existen diálogos, se trata a la mujer como objeto, víctima de la violencia y del maltrato sexual). El cine de Kim ki-duk es cine poético. Plagado de metáforas que hablan y gritan por sí solas, es un estilo que se toma su tiempo para contar situaciones utilizando no demasiadas palabras. En su cine no hay palabras, hay acciones, hay miradas, hay susurros. "Hierro 3" es una de las películas románticas más magnética y más poética jamás rodada. Kim Ki-duk nos entrega una película diferente y arriesgada sobre la libertad en medio del encierro, sobre un amor transformador capaz de traspasar los mayores impedimentos. Una joya moderna y diferente... "Hierro 3" es una película moderna y diferente que nos hace abrigar la esperanza de que quizás en el cine no este todo dicho.


18 de marzo de 2017

La dama desconocida

(Phantom Lady) 1944                                                                                                               Director: Robert Siodmak                                                                                                                                                  Reparto: Franchot ToneElla RainesAlan CurtisAurora MirandaFay HelmElisha Cook Jr.Thomas GomezRegis Toomey.                                                                                                                                                                                     Guión: Bernard C. Schoenfeld                                                                                                                                               Fotografía: Elwood Bredell

Considerada por muchos como una de las más destacadas películas de la etapa americana de Robert Siodmak, "La dama desconocida" es uno de los mejores ejemplos de como no es necesario dejarse una millonada para realizar una gran película. Basta con un buen guión y un grupo de actores (no importan que sean mega-estrellas) suficientemente capaces como para seguir las instrucciones de un magnífico director.

Realizada con una alarmante escasez de medios, "La dama desconocida" nos cuenca la historia mil veces vista del falso culpable. Basada en la novela de William Irish, uno de los autores más expoliados de la literatura, “La dama desconocida” se beneficia, no obstante, de una arquitectura argumental impoluta, perfectamente engarzada, en la que conoceremos a  Scout (Alan Curtis), que tras discutir con su mujer conoce a una misteriosa mujer en un bar con la que pasa la noche. Al regresar a casa lo está esperando la policía, ya que su mujer ha sido asesinada. Incapaz de dar ningún dato sobre la desconocida, su única coartada posible, es acusado del terrible crimen. Su secretaria (Ella Raines) es la que mejor lo conoce y está segura de su inocencia, por lo que intentará encontrar a la misteriosa desconocida.

En un casi imperceptible 
in crescendo a medida que se suceden sus casi noventa minutos de metraje, Robert Siodmak logra coronar una de las obras maestras de los años cuarenta. Ya sólo el arranque es una muestra de su valía. El primer plano de la cinta nos presenta el eje central sobre el que recae toda la trama: una mujer con un extravagante sombrero, a la que Siodmak encuadra de espaldas para esconder su rostro. El director maneja con soltura la cámara, mima con atención cada detalle, por pequeño que parezca, y saca de los actores el máximo de lo que pueden dar, o casi. Destaca la lograda fotografía de Elwood Bredell, que hace un uso del blanco y negro espléndido, utilizando vistosos contrastes y jugando con las luces y las sombras de forma sublime. Un arma fundamental con la que el director es capaz de crear atmósferas y escenarios sumamente opresivos, para lo que utiliza además pequeños detalles como las manos del asesino. Hay que destacar también el hecho de dejar el papel protagonista, el del héroe que no puede, ni debe faltar en una producción de este tipo, en manos de una mujer de aspecto angelical, algo que da un toque innovador dentro de un género acostumbrado a que este rol sea para el habitual tipo duro.


Aunque la acción transcurre de forma lineal, la película tiene un atractivo carácter episódico. Ella Raines recorre todos los lugares por donde se supone que estuvo su jefe la noche del asesinato. En cada uno de estos escenarios, Siodmak nos propone una mini historia, con inicio, desarrollo y desenlace. En todos ellos hay un personaje secundario que es el objeto de las pesquisas de la protagonista. Son tres en concreto: El barman, un músico y una bailarina. Los tres "cortos" en sí son pequeñas obras maestras, a destacar el episodio del músico, cuando nuestra particular heroína se viste de prostituta para intentar sonsacarle al corrupto batería (estupendo Elisha Cook Jr.) toda la información que pueda. Si ya de por sí Ella Raines es una mujer explosiva, en esta ocasión además sobreactua (en el mejor sentido de la palabra) para excitar a su victima. La secuencia de la "jam session", cuando Elisha Cook toca la batería de forma frenética y la Reines le incita a que lo haga más rápido, es lo más parecido a hacer el amor que he visto en una película sin escenas de cama.


Robert Siodmak dirigió esta película con un toque maravilloso de austeridad que bordea el expresionismo, haciendo que todo lo que es realmente fundamental y que hoy sería mostrado sin ambages, ocurriera al otro lado de la cámara, es decir, fuera de campo. El asesinato no se ve, se ve la coartada. El cadáver es recogido por el equipo forense pero tampoco lo captan los ojos, solo los oídos que se prestan a escuchar el lamento del marido de la víctima. El juicio solo se puede intuir porque Siodmak no coloca la cámara en el juez, los abogados y los testigos, sino en el público que asiste a la audiencia. El batería que experimenta un éxtasis tocando su instrumento no puede enseñarnos qué es lo que le lleva a tan altas cotas de placer. El asesino decide acabar con su vida dejando solo un quebradizo rastro de cristales rotos…

Todo tiene que ser reconstruido en la mente del espectador porque a Siodmak no le interesa lo evidente, le interesa lo sugerido y la reacción que provoca el hecho. Maestría impresionante mezclada con ángulos de cámara inclinados, sombras amenazadoras y un argumento ciertamente mediocre que se enriquece gracias a que hay un director que pretende ofrecer algo en cada uno de sus planos, de sus intenciones y de sus ganas. Siodmak intenso.
Cine negro en estado puro, sin colorantes ni conservantes.





17 de marzo de 2017

"Vidas rebeldes, almas rotas"


Fotografías de un rodaje


Más allá del análisis que puede hacer cualquier crítico o aficionado al cine "Vidas rebeldes" de John Huston, ha terminado adquiriendo por encima de todo la etiqueta de película maldita, precisamente por tener como actores un grupo de personas "acabadas", gente que si no era por drogas se les extinguía la carrera por edad, gente que quería aparentar ser personas que no eran, esconder miedos e inseguridades. Había tanto dolor acumulado en aquel set de rodaje que todavía hoy, medio siglo después se puede palpar la mayor de las melancolías. Porque pocas veces el título de una película reflejó también no sólo la historia narrada, si no a los actores que la interpretaban: "The Misfits", literalmente, "Los inadaptados", es perfecta para describir las dos historias en liza (la del guión sobre cuatro perdedores sin redención posible y la de la vida real de los implicados).

Las tórridas temperaturas que castigan al desierto y al antiguo poblado minero de Dayton, localización principal del rodaje, no fueron la más infernal de las circunstancias: Clark Gable había recibido poco antes el diagnóstico de cáncer terminal de pulmón (en algunas escenas la enfermedad es notable en la voz extinta del actor). El rodaje fue físicamente muy duro para el veterano actor, como muestran algunas de las fotos del libro y aunque tuvo momentos de relax junto a Marilyn, su cansancio vital se refleja en su rostro. 
Marilyn es sin duda la protagonista de un libro, como lo fue de la película y de un rodaje en el que fue un espíritu rebelde, como recuerda la fotógrafa Inge Morath: "Podías ver fácilmente que Marilyn estaba causando problemas. Siempre llegaba tarde, lo cual no era divertido para los demás, y el filme se estaba retrasando mucho. Pero cuando llegaba, ¡todos estaban encantados de verla!". Marilyn Monroe, que, para añadir un matiz freudiano, consideraba a Gable como el padre que nunca tuvo, estaba hundida en una de las simas de su eterna melancolía depresiva. "Tomaba pastillas para dormir y para despertarse por la mañana...Parecía estar aturdida la mitad del tiempo. Pero cuando era ella misma, podía ser maravillosamente eficaz. No estaba actuando, no simulaba las emociones, era algo real", en palabras de Huston. 


Montgomery Clift, la otra alma doliente la acompañaba en el viaje (los productores no lo querian, pero la tozudez de Huston gano a cambio de tener en nómina a un médico en el rodaje para atenderlos y suministrarles drogas) y sin embargo y pese a sus problemas con la bebida y las drogas, su parte del rodaje se desarrolló en una anormal normalidad, si entendemos por normalidad el el áspero temperamento de John Huston, que no se andaba con chiquitas con los enfermos, a los que llamaba niños "mimados" y "mariquitas" (él mismo padecía de alcoholismo y una incurable ludopatía, que alimentaba con diarias excursiones nocturnas a los tableros de black jack de Reno), con ellos estaba como guionista, Arthur Miller, que se había casado con Marilyn en 1956, intentaba velar por la fragilidad de su mujer a la vez que pensaba en el divorcio.

                     

Fue el largometraje más y mejor documentado fotográficamente de la historia, gracias a la agencia Magnum que envió a nada más y nada menos que Henri Cartier-Bresson, Eve Arnold, Bruce Davidson, Elliott Erwitt, Ernst Haas, Cornell Capa, Inge Morath, Erich Hartmann y Dennis Stock que se encargaron de la cobertura gráfica del rodaje. El resultado se puede ver en un libro con 200 fantásticas fotos y titulado "The Misfits: la historia de un rodaje". Un magnifico libro editado en Francia (desconozco si esta editado en español), donde se resume en 200 imágenes el agotamiento de Marilyn Monroe, su distanciamiento de Arthur Miller, la fragilidad física de Clark Gable o el inevitable declive de Montgomery Clift. 200 fotografías en blanco y negro capaces de expresar la agitación de unos actores, que trasladaron a sus personajes todo el peso existencial que les abrumaban. Y acompañadas de textos del director de la Filmoteca Francesa y exdirector de la revista "Cahiers du cinema", Serge Toubiana, ademas de una entrevista con Arthur Miller.

             

Hay tres formas de leer y ver el libro. Una, desde el punto de visto mitómano, buscando la poses, las expresiones, conociendo algo más de esos mitos del cine que tantas veces hemos visto pero de quienes tan poco sabemos. Otra, desde el punto de vista cinéfilo, introduciéndonos con los fotógrafos en los entresijos de la producción de un filme, que tiene un especial significado por ser el último largometraje protagonizado y estrenado de la rubia actriz, y por Gable. Y la última, desde el punto de vista fotográfico, porque nos permite analizar y comprender las distintas formas de mirar y de fotografiar, de interpretar el mundo que les rodea a fotógrafos diversos enfrentados a las mismas situaciones. Algunos instantes los encontramos inmortalizados por distintos fotógrafos, y en no pocas ocasiones estos se convierten en contenido de las imágenes de sus compañeros.

                  

Las fotos de los reporteros de Magnum no hurgan con grosería en las muchas heridas del rodaje de una película que se funde con la vida, sino que se asoman a las rendijas que hacen tangible el desconsuelo. Haas mostró la elegante furia salvaje de los caballos mustang; Morath indagó en la figura de Marilyn como un eje en torno al cual circundaba toda la soledad del mundo; Davidson se mantuvo a la distancia justa para no implicarse emocionalmente y mirar con desapasionamiento; Arnold, una de las fotógrafas con mayor grado de confianza con la actriz, retrató las sombras que rodeaban su brillo y amenazaban con invadirlo todo.
En resumen, una delicia, imprescindible en la biblioteca tanto de los amantes al cine como de los amantes a la fotografía.