(Phantom
Lady) 1944 Director: Robert Siodmak Reparto: Franchot Tone, Ella Raines, Alan Curtis, Aurora Miranda, Fay Helm, Elisha Cook Jr., Thomas Gomez, Regis
Toomey. Guión: Bernard
C. Schoenfeld Fotografía: Elwood Bredell
Considerada
por
muchos como una de las más destacadas películas de la etapa
americana de Robert Siodmak, "La dama desconocida" es uno de los
mejores ejemplos de como no es necesario
dejarse una millonada para realizar una gran película. Basta con un
buen guión y un grupo de actores (no importan que sean mega-estrellas)
suficientemente capaces como para
seguir las instrucciones de un magnífico director.
Realizada con una alarmante escasez de medios, "La dama desconocida" nos cuenca la historia mil veces vista del falso culpable. Basada en la novela de William Irish, uno de los autores más expoliados de la literatura, “La dama desconocida” se beneficia, no obstante, de una arquitectura argumental impoluta, perfectamente engarzada, en la que conoceremos a Scout (Alan Curtis), que tras discutir con su mujer conoce a una misteriosa mujer en un bar con la que pasa la noche. Al regresar a casa lo está esperando la policía, ya que su mujer ha sido asesinada. Incapaz de dar ningún dato sobre la desconocida, su única coartada posible, es acusado del terrible crimen. Su secretaria (Ella Raines) es la que mejor lo conoce y está segura de su inocencia, por lo que intentará encontrar a la misteriosa desconocida.
En un casi imperceptible in crescendo a medida que se suceden sus casi noventa minutos de metraje, Robert Siodmak logra coronar una de las obras maestras de los años cuarenta. Ya sólo el arranque es una muestra de su valía. El primer plano de la cinta nos presenta el eje central sobre el que recae toda la trama: una mujer con un extravagante sombrero, a la que Siodmak encuadra de espaldas para esconder su rostro. El director maneja con soltura la cámara, mima con atención cada detalle, por pequeño que parezca, y saca de los actores el máximo de lo que pueden dar, o casi. Destaca la lograda fotografía de Elwood Bredell, que hace un uso del blanco y negro espléndido, utilizando vistosos contrastes y jugando con las luces y las sombras de forma sublime. Un arma fundamental con la que el director es capaz de crear atmósferas y escenarios sumamente opresivos, para lo que utiliza además pequeños detalles como las manos del asesino. Hay que destacar también el hecho de dejar el papel protagonista, el del héroe que no puede, ni debe faltar en una producción de este tipo, en manos de una mujer de aspecto angelical, algo que da un toque innovador dentro de un género acostumbrado a que este rol sea para el habitual tipo duro.
Realizada con una alarmante escasez de medios, "La dama desconocida" nos cuenca la historia mil veces vista del falso culpable. Basada en la novela de William Irish, uno de los autores más expoliados de la literatura, “La dama desconocida” se beneficia, no obstante, de una arquitectura argumental impoluta, perfectamente engarzada, en la que conoceremos a Scout (Alan Curtis), que tras discutir con su mujer conoce a una misteriosa mujer en un bar con la que pasa la noche. Al regresar a casa lo está esperando la policía, ya que su mujer ha sido asesinada. Incapaz de dar ningún dato sobre la desconocida, su única coartada posible, es acusado del terrible crimen. Su secretaria (Ella Raines) es la que mejor lo conoce y está segura de su inocencia, por lo que intentará encontrar a la misteriosa desconocida.
En un casi imperceptible in crescendo a medida que se suceden sus casi noventa minutos de metraje, Robert Siodmak logra coronar una de las obras maestras de los años cuarenta. Ya sólo el arranque es una muestra de su valía. El primer plano de la cinta nos presenta el eje central sobre el que recae toda la trama: una mujer con un extravagante sombrero, a la que Siodmak encuadra de espaldas para esconder su rostro. El director maneja con soltura la cámara, mima con atención cada detalle, por pequeño que parezca, y saca de los actores el máximo de lo que pueden dar, o casi. Destaca la lograda fotografía de Elwood Bredell, que hace un uso del blanco y negro espléndido, utilizando vistosos contrastes y jugando con las luces y las sombras de forma sublime. Un arma fundamental con la que el director es capaz de crear atmósferas y escenarios sumamente opresivos, para lo que utiliza además pequeños detalles como las manos del asesino. Hay que destacar también el hecho de dejar el papel protagonista, el del héroe que no puede, ni debe faltar en una producción de este tipo, en manos de una mujer de aspecto angelical, algo que da un toque innovador dentro de un género acostumbrado a que este rol sea para el habitual tipo duro.
Robert Siodmak dirigió esta película con un toque maravilloso de austeridad que bordea el expresionismo, haciendo que todo lo que es realmente fundamental y que hoy sería mostrado sin ambages, ocurriera al otro lado de la cámara, es decir, fuera de campo. El asesinato no se ve, se ve la coartada. El cadáver es recogido por el equipo forense pero tampoco lo captan los ojos, solo los oídos que se prestan a escuchar el lamento del marido de la víctima. El juicio solo se puede intuir porque Siodmak no coloca la cámara en el juez, los abogados y los testigos, sino en el público que asiste a la audiencia. El batería que experimenta un éxtasis tocando su instrumento no puede enseñarnos qué es lo que le lleva a tan altas cotas de placer. El asesino decide acabar con su vida dejando solo un quebradizo rastro de cristales rotos…
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