18 de marzo de 2017

La dama desconocida

(Phantom Lady) 1944                                                                                                               Director: Robert Siodmak                                                                                                                                                  Reparto: Franchot ToneElla RainesAlan CurtisAurora MirandaFay HelmElisha Cook Jr.Thomas GomezRegis Toomey.                                                                                                                                                                                     Guión: Bernard C. Schoenfeld                                                                                                                                               Fotografía: Elwood Bredell

Considerada por muchos como una de las más destacadas películas de la etapa americana de Robert Siodmak, "La dama desconocida" es uno de los mejores ejemplos de como no es necesario dejarse una millonada para realizar una gran película. Basta con un buen guión y un grupo de actores (no importan que sean mega-estrellas) suficientemente capaces como para seguir las instrucciones de un magnífico director.

Realizada con una alarmante escasez de medios, "La dama desconocida" nos cuenca la historia mil veces vista del falso culpable. Basada en la novela de William Irish, uno de los autores más expoliados de la literatura, “La dama desconocida” se beneficia, no obstante, de una arquitectura argumental impoluta, perfectamente engarzada, en la que conoceremos a  Scout (Alan Curtis), que tras discutir con su mujer conoce a una misteriosa mujer en un bar con la que pasa la noche. Al regresar a casa lo está esperando la policía, ya que su mujer ha sido asesinada. Incapaz de dar ningún dato sobre la desconocida, su única coartada posible, es acusado del terrible crimen. Su secretaria (Ella Raines) es la que mejor lo conoce y está segura de su inocencia, por lo que intentará encontrar a la misteriosa desconocida.

En un casi imperceptible 
in crescendo a medida que se suceden sus casi noventa minutos de metraje, Robert Siodmak logra coronar una de las obras maestras de los años cuarenta. Ya sólo el arranque es una muestra de su valía. El primer plano de la cinta nos presenta el eje central sobre el que recae toda la trama: una mujer con un extravagante sombrero, a la que Siodmak encuadra de espaldas para esconder su rostro. El director maneja con soltura la cámara, mima con atención cada detalle, por pequeño que parezca, y saca de los actores el máximo de lo que pueden dar, o casi. Destaca la lograda fotografía de Elwood Bredell, que hace un uso del blanco y negro espléndido, utilizando vistosos contrastes y jugando con las luces y las sombras de forma sublime. Un arma fundamental con la que el director es capaz de crear atmósferas y escenarios sumamente opresivos, para lo que utiliza además pequeños detalles como las manos del asesino. Hay que destacar también el hecho de dejar el papel protagonista, el del héroe que no puede, ni debe faltar en una producción de este tipo, en manos de una mujer de aspecto angelical, algo que da un toque innovador dentro de un género acostumbrado a que este rol sea para el habitual tipo duro.


Aunque la acción transcurre de forma lineal, la película tiene un atractivo carácter episódico. Ella Raines recorre todos los lugares por donde se supone que estuvo su jefe la noche del asesinato. En cada uno de estos escenarios, Siodmak nos propone una mini historia, con inicio, desarrollo y desenlace. En todos ellos hay un personaje secundario que es el objeto de las pesquisas de la protagonista. Son tres en concreto: El barman, un músico y una bailarina. Los tres "cortos" en sí son pequeñas obras maestras, a destacar el episodio del músico, cuando nuestra particular heroína se viste de prostituta para intentar sonsacarle al corrupto batería (estupendo Elisha Cook Jr.) toda la información que pueda. Si ya de por sí Ella Raines es una mujer explosiva, en esta ocasión además sobreactua (en el mejor sentido de la palabra) para excitar a su victima. La secuencia de la "jam session", cuando Elisha Cook toca la batería de forma frenética y la Reines le incita a que lo haga más rápido, es lo más parecido a hacer el amor que he visto en una película sin escenas de cama.


Robert Siodmak dirigió esta película con un toque maravilloso de austeridad que bordea el expresionismo, haciendo que todo lo que es realmente fundamental y que hoy sería mostrado sin ambages, ocurriera al otro lado de la cámara, es decir, fuera de campo. El asesinato no se ve, se ve la coartada. El cadáver es recogido por el equipo forense pero tampoco lo captan los ojos, solo los oídos que se prestan a escuchar el lamento del marido de la víctima. El juicio solo se puede intuir porque Siodmak no coloca la cámara en el juez, los abogados y los testigos, sino en el público que asiste a la audiencia. El batería que experimenta un éxtasis tocando su instrumento no puede enseñarnos qué es lo que le lleva a tan altas cotas de placer. El asesino decide acabar con su vida dejando solo un quebradizo rastro de cristales rotos…

Todo tiene que ser reconstruido en la mente del espectador porque a Siodmak no le interesa lo evidente, le interesa lo sugerido y la reacción que provoca el hecho. Maestría impresionante mezclada con ángulos de cámara inclinados, sombras amenazadoras y un argumento ciertamente mediocre que se enriquece gracias a que hay un director que pretende ofrecer algo en cada uno de sus planos, de sus intenciones y de sus ganas. Siodmak intenso.
Cine negro en estado puro, sin colorantes ni conservantes.





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