3 de abril de 2018

Graciela Iturbide


La poética mirada del pueblo  


Para Graciela Iturbide la fotografía "es un pretexto para conocer", es su manera de estar en el mundo. Viajera antes que fotógrafa, Graciela Iturbide reconoce sin tapujos su pasión por conocer nuevos países, nuevos rincones donde, si es posible, desplegar su talento fotográfico y captar en una instantánea el intimismo de un retrato o la vitalidad de un paisaje.


Fotógrafa sin prisa, alumna de Manuel Álvarez Bravo y acreedora de los premios fotográficos más importantes, entre ellos el Hasselblad, Graciela Iturbide es la doña de la fotografía mexicana. Desde sus inicios a finales de la década de los 60 hasta finales de los 80, la obra de Iturbide refleja su interés por la teatralidad de la vida cotidiana y las atmósferas carnavalescas de las fiestas populares mexicanas, en las que confluyen los ritos católicos y las tradiciones indígenas. Se trata de fotografías en las que no sólo pone de relieve la ironía con la que el imaginario mexicano representa la muerte, sino que también acentúa el carácter surrealista y grotesco de estos ritos sociales.


Nacida en la Ciudad de México en 1942, Graciela Iturbide estudió en el Centro Universitario de Estudios Cinematográficos de la Universidad Autónoma de México. En 1970, es invitada a asistir a Manuel Álvarez Bravo, considerado el fotógrafo mexicano más influyente del siglo XX y de quien Iturbide aprendió cómo transmitir a través de su obra los valores artísticos relacionados con la cultura mexicana. Esta sensibilidad visual ha sido comparada a la del realismo mágico literario.


Graciela es recordada por muchos por su trabajo con los indios Seri del Mar de Cortes o su libro “Los que viven en la arena”, en el que retrató la comunidad mexicana del desierto de Sonora y su dura vida en torno a la frontera, encuentra en su México natal uno de sus referentes preferidos, para ello, Graciela recorre el país para reflejar la riqueza cultural del mismo, potenciado por la persistencia de rituales milenarios, de una relación con la naturaleza anclada en lo más antiguo del mundo, de unas formas de vida peculiares, de unas mujeres de Juchitán que son las que rigen los destinos de sus comunidades y tienen un grado de independencia respecto del hombre muy raro en el resto del país.

        

Iturbide tiene una forma de mirar en la que prima la ternura, el acercamiento sincero al retratado o al paisaje, o al elemento natural, a lo que quiera que sea lo que inmortalice en sus fotografías. Un acercamiento intenso, verdadero, casi como si acariciara el momento, el lugar, a la persona. Lo primero que salta a la vista en el trabajo de Graciela Iturbide es el dominio de la composición. Decir que esta autora tiene un gran ojo y un talento extraordinario se queda más que corto. Pararse a mirar una imagen tomada por la mexicana Graciela Iturbide es como quedar atrapado en una tela de araña. Imposible dejar atrás las sensaciones que le quedan a uno grabadas con cada una de sus fotografías a medio camino, dicen los críticos, entre lo documental y lo poético.


Graciela Iturbide camina por las calles cazando imágenes. Se le aparecen cactus, pájaros en el cielo, camisas colgadas de los árboles y hombres asesinados en plena calle, y ella sólo aprieta el obturador. Las imágenes de Graciela tienen una mezcla de deseo documental y poético. A veces patéticas, a veces tristes, siempre muy expresivas. Es difícil que no afloren las emociones ante la sensibilidad de las escenas. En esa relación con el medio no sólo el natural, sino también el íntimo, el más personal, el que tiene que ver con los rituales, con las formas culturales definitorias de cada comunidad, de la relación planteada entre los sexos, en definitiva, de los rincones que nos definen de forma particular a cada uno, están la fuente de inspiración de Iturbide.


 










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