30 de diciembre de 2016

Bella Muerte

una fábula colorista y crepuscular                                                                            


Dibujo: Emma Ríos                                                                                                    Guión: Kelly Sue DeConnick                                                                                  

Una niña ataviada con plumas de buitre y un hombre con los ojos vendados, anciano pero corpulento, llegan a una ciudad de lo que podría ser el salvaje oeste americano. Suben a la tarima de los ahorcados, despliegan un estandarte que en realidad es un tapiz compuesto por las viñetas de una historia y ante todo el pueblo, empiezan a narrarla. Y eso es solo el principio. "Bella muerte" es una fábula colorista pero a la vez crepuscular. 
El cómic toma tan solo esta ambientación para contarnos una historia a medio camino entre lo onírico y la realidad. En algún momento se vendió como una mezcla entre Sandman y Predicador, pero tratad esta comparación como cualquier otra puramente comercial. Bella Muerte tiene voz y luz propia, y cualquier comparación con este álbum se queda bastante pobre. De ningún modo estoy diciendo que sea mejor o peor; simplemente, estamos ante otra cosa.

Desde las primeras viñetas del relato podemos apreciar que la propuesta de DeConnick no va a ser fácil para el lector y que le va a obligar a estar atento a la historia, a las conversaciones y a las pistas que va dejando la autora a medida que construye un relato absorbente y fascinante donde se mezclan los géneros con sencillez y naturalidad.
En sus páginas se despliega una imaginaría de western, pero con algunos elementos de fantasía. Se intuyen ciertos estilismos del manga, pero también unos combates y unos diseños icónicos de los personajes que podrían remitirse al cómic de superhéroes. Hay quien podría verlo como una especie de evolución contemporánea de aquellos tebeos de tema onírico que escribía Neil Gaiman en los noventa. Pero cuando una obra apunta a tantos posibles lugares, lo mejor es tratarla como algo único. Porque esto es lo que es. Es muy, muy difícil no dejarse maravillar por las bellísimas composiciones que elabora Emma Ríos para narrar las acciones que se van sucediendo en cada página de este trabajo, reforzando el drama emocional de cada escena con la medida distribución de cada imagen o secuencia de las mismas.

                 
Con las primeras imágenes promocionales que aparecieron de la serie ya se apreciaba que el dibujo de la artista gallega Emma Ríos iba a ser espectacular y este tomo lo confirma con creces. Las páginas de "Bella Muerte" tienen una fuerza y una elegancia de la que pocas obras actuales pueden hacer gala y el repertorio de recursos narrativos y estilísticos que despliega Ríos desde las primeras páginas convierten a esta obra en una verdadera delicia visual, repleta de detalles sugerentes, diseños llamativos y planos impactantes que confieren al conjunto una fuerza impresionante que se mantiene sin altibajos hasta la última viñeta. Al excelente dibujo de Emma Ríos , que se entinta a sí misma, hay que sumarle el acertado coloreado de Jordie Bellaire quien usa una paleta de tonos suaves para construir una identidad cromática única para la serie y demostrar porque es una de las coloristas más solicitadas del cómic actual.
Con "Bella muerte", Emma Ríos demuestra que es capaz de evitar los cánones visuales repetidos hasta la saciedad en los géneros de acción, y refuerza un poco más la reciente generación de historietistas del "nuevo cómic gallego".

George Hoyningen-Hune (1900-1968)

El fotógrafo del glamour y la moda.      


George Hoyningen-Hune, Es uno de los más influyentes fotógrafos del s.XX. Barón del Baltico, cuya familia había huido de la revolución Rusa. Su obra dará un giro de modernidad al mundo de la moda. Trabajara para la revista "Vogue" y en 1935, se trasladara a Nueva York, donde desarrollará la mayor parte de su trabajo. Publico dos libros de arte sobre Grecia y Egipto antes de trasladarse a Hollywood, donde ganaría una gran reputación por sus glamurosos retratos de las estrellas del cine.

Los rasgos que mejor definen toda su obra son, por un lado, su profunda admiración por el arte clásico, especialmente por la escultura griega y que le ayuda a que los modelos adopten posturas de una gran plasticidad con un sentido casi escultórico. Representan un ideal de belleza y por eso la expresión de sus rostros esta ausente. La elegancia y la armonía marcaran la obra de George Hoyningen-Hune  primero por  un cubismo ligero y estético que provenía de su aprendizaje con André Lhote, su profesor de dibujo y pintura una vez llega a París y posteriormente por la Grecia antigua. Así que su obra muestra ligeros guiños a la vanguardia que se está viviendo en este loco París de las primeras décadas del siglo XX pero también muestra su querencia por el arte clásico. De esta manera, sus instantáneas se llenaron de columnas estriadas rotas, de juegos con los vestidos de sus modelos a la manera fidíaca y su técnica de paños mojados, o trabajos en los que la luz lo era todo y buscaba mostrar el estudio de los músculos de modelos colocados sobre pedestales o sosteniendo (?) arquitrabes. Buscaba la belleza ideal, la transmisión del silencio, de la tranquilidad, de la delicadeza. Por el otro lado, siempre acostumbraba a envolver a los personajes en una atmósfera de silencio, de misterio muy surrealista y que concede un talante un tanto inquietante, pero que ejerce una irresistible atracción sobre el espectador.


Hoyningen- Huene nació en San Petersburgo (1900) en el seno de una familia noble. Tras la revolución de 1917 y la confiscación de todos sus bienes huyen de lo que pronto se convertirá en la URSS,  recalando en las ciudades de París y Londres. Como otros muchos emigrados, después de hacer trabajos únicamente para sobrevivir. Hoyningen trabajó de camarero, revisor de tren en Polonia, entre otros trabajos ocasionales, hasta que se asienta en París en los años 20 donde tendrá empleo como extra de producciones cinematográficas, algo que le pondrá en contacto con la forma de iluminar y de montar las escenografías de las películas obteniendo un aprendizaje muy valioso para su carrera posterior. 

 

Pronto encuentra su verdadero camino. Primero, comienza a asistir a las clases de Lhote, y por esas cuestiones rocambolescas del destino y del azar. Con Man Ray intenta realizar un libro de fotografías en el que aparecieran las mujeres más hermosas de París, obra que si bien no tuvo éxito sí llamó la atención del editor de moda de Vogue, Main Bocher, quien le dará trabajo como ayudante de fotógrafo encargado de montar las escenografías y preparar la iluminación de las sesiones. Hasta que un día de 1926, el fotógrafo titular no se presentó a la sesión, Hoyningen tomó su puesto y ahí empezó su carrera. Más tarde, Condé Nast le dará su sitio en Vogue donde desarrollará un trabajo de una finura fantástica.  



En 1935 cruza el charco para conocer los Estados Unidos, país en el que se habían casado sus padres, para trabajar para Harper’s Bazzar antes de iniciar una escapada a Oriente Medio y hacer algunos viajes por África y Arabia. A mediados de los años 40 abandonó la fotografía de moda, dio clases y trabajó con directores de cine como Jean Negulesco, Michael Kidd, Michael Curtiz y George Cukor, y será en la ciudad de Los Ángeles en la que fallecerá de un ataque al corazón.


       


El legado fotográfico que dejó Hoyningen es incuestionable, un legado basado en un “corpus muy coherente de imágenes, sobre todo relacionadas con la moda y los retratos de estudio, que destacan por su precisión, economía de medios, armonía, elegancia y agudeza psicológica” (William Ewing)










26 de diciembre de 2016

Scream Queens; Gritando en la pantalla

Las Reinas del grito

Expertas en dar gritos para perforarnos los tímpanos, correr como posesas perseguidas por monstruos o psicópatas con muy malas intenciones. La esperanza de vida de las "Scream Queens" o reinas del grito suele ser tan corta como corta es su cada vez más menguante ropa, salvo que sea la heroína, entonces pobres de los psicópatas o monstruos que se pongan en su camino.

Desde la prehistoria del cine de terror la figura de la chica doliente y gritona se convirtió en un cliché donde las damas en apuros aparecen en pantalla armadas de un par de potentes pulmones dispuestos a expulsar un terrorífico alarido al enfrentarse cara a cara a la amenaza del momento y subir como posesas las consabidas escaleras en vez de salir a la calle para escapar del malote ser que las persigue. Pero no todo fueron damiselas aterradas que se desmayaban o eran trinchadas como vulgar pavo de Navidad. Nuestras damas del grito también sabían dar sustos interpretando a voluptuosas vampiras, brujas y, a monstruos de todo pelaje y condición.


Una de las primeras en sufrir y hacernos sufrir con sus gritos, fue una hermosa rubia llamada Fay Wray que recibía los embates amorosos del gorila más famoso del cine "King Kong" (1933), ademas de participar en otras producciones de terror para la RKO. Claro que si hablamos de los años 30, las chicas de la Universal no pueden quedar fuera de este repaso. Chicas como Helen Chandler, una de las primeras en caer bajo los influjos de "Drácula" (1931) o Elsa Lanchester, una de las más populares gracias a ser "La novia de Frankenstein" (1935). 

Pero llegaron los años 40 y la Universal tuvo que buscarse nuevos rostros como los de Evelyn Anker que sufrió el acoso de vampiros y licantropos en "El hijo de Drácula" (1943) y "El hombre lobo" (1941). También de la Universal era Anne Gwynne, una actriz y "Pin-Up" que nos dejo una estrambótica película donde era perseguida a partes iguales por vampiros, monstruos de Frankenstein y hombres lobos.
Pero en aquella época no sólo la Universal se dedicaba a dar sustos, como ya hemos dicho, su otra gran competidora, la RKO, tenia a sus chicas dispuesta a lanzar gritos, Simone Simon y Jane Randolph, aunque no se les pueden considerar estrictamente reinas del grito, nos hicieron disfrutar cuando una asustando y otra gritando jugaban al gato y al ratón en la clásica y magnifica "La mujer pantera" (1942).
Los años 50 estuvieron más pendientes de la ciencia ficción que del terror. Por ello, los papeles de féminas de amplios pulmones fueron escasos. No obstante, esta década nos descubrió a mujeres como Anne Francis y su "Planeta prohibido" (1956) o Julie Adams, la protagonista de otro gran clásico "La mujer y el monstruo" (1954). Pero si los 50 fueron escasos en decibelios, los 60 fueron todo lo contrario. La reina indiscutible de aquellos años sería Barbara Stelle que empezaría a dar gritos y a meternos el miedo en el cuerpo con la película italiana de Mario Bava "La mascara del Demonio" (1960), para luego colaborar con Roger Corman en "El péndulo de la muerte" (1961) y volver al cine italiano para ofrecernos un recital de gritos con películas como "Los largos cabellos de la muerte" (1964), "Amantes de ultratumba" (1965) o "Un Ángel para Satan" (1967), además la bella Barbara tuvo tiempo entre grito y mordisco para colaborar con directores como David Cronenberg o Joe Dante.


Sin embargo fue la mítica Hammer la que descubrió a buena parte de las reinas del terror de los años 60 y 70. Las más populares fueron Ingrid Pitt, protagonista de la lésbica "La Condesa Drácula" (1971) y Caroline Munro, a quien pudimos ver como la inmóvil esposa de "El abominable Dr. Phibes" (1971) entre otras películas. Pero no fueron las únicas en dar gritos. Ahí estaban Madeline Smith, Veronica Carlson o Barbara Shelley.

Mientras estas reinas del griterío se consolidaban más o menos, en otras latitudes surgían otras reinas. Así en Italia cobraba fama Edwige Fenech, mientras que en estos lares, la hispano-alemana y muy carnal Helga Liné, sufrirá de lo lindo con "El espanto surge de la tumba" (1973) o Soledad Miranda "Las Vampiras" (1971), además estaban Diana Lory y Linda Romay mezclando a partes iguales grito y erotismo.
Pero volviendo al panorama internacional, en el año 78 comenzó a reinar Jamiee Lee Curtis con su "Halloween" (1978), para después seguir con una retahíla de películas de terror como "El tren del terror" (1980), "Prom Night. Llamadas de terror" (1980), "La niebla" (1980) o las olvidables saga de Halloween. Pero fueron los 80 cuando el nombre de "scream queens" toma fuerza con películas de bajo presupuesto y calidad más que dudosa, donde nuestras heroínas se desnudaban con facilidad y gritaban como nadie. Hay tres que son las reinas entre las reinas: Linnea Quigley, Michelle Bauer y Brinke Stevens.


La primera, guapa y menudita la vimos sufrir en "La noche de los demonios" (1988) o en "Noche de paz, noche de muerte" (1984). La Bauer se dio a conocer con "La tumba" (1987) o las descacharrantes "Camp Fear" (1991) y "Morgana" (1995) y Brinke Stevens que a pesar de no tener un cuerpo tan explosivo como sus compañeras, ha conseguido ganarse la admiración de innumerables fans de la serie B en cintas como "Esclavas del espacio" (1987), "La casa de la abuela" (1988) o "Haunting Fear" (1991) y por si fuese poco la capacidad de lanzar berridos de esta actriz, esta autentica reina del grito es ni más ni menos dueña de dos carreras universitarias, ademas de un master y tener tiempo para aprender siete idiomas.


En estos años las grandes productoras han ido creando nuevos mitos para las febriles mentes de los adolescentes, chicas como Sarah Michelle Gellar la "Buffy cazavampiros" de la TV. dio el paso a la gran pantalla gritando en "Sé lo que hicisteis el último verano" (1997), y Jennifer Love Hewitt o Neve Campbell, aunque pienso que estas chicas están muy lejos de las actrices de terror. Pero estos últimos años hay una actriz que puede llevar la corona de reina con orgullo, y esa actriz es la encantadora Asia Argento, que siguió la estela de su padre Dario Argento y junto a él nos ha dejado un puñado de películas como "Trauma" (1993), "El arte de matar" (1996) o "La madre del mal" donde la guapa actriz luce con orgullo su corona de reina del grito, además de dejarnos un par de interesantes películas "normales" dirigida por ella misma.


Ni que decir que han quedado fuera del tintero no muchas, sino muchísimas grandes reinas del terror, pero entonces este pesado y farragoso articulo se extendería cual grito de Marilyn Burns perseguida por Leatherface en "La matanza de Texas" (1974). Así que para terminar solo cabe esperar y desear que mientras se sigan haciendo películas de terror, seguirán surgiendo reinas y princesas dispuestas a reventarnos los tímpanos y dejar sus huellas en este genero tan denostado por algunos y tan querido por otros.

19 de diciembre de 2016

El fluido rosa en Pompeya



"Pink Floyd: Live at Pompeii" (1972)            Dir: Adrian Maben      


Para empezar tengo que dejar bien claro que para mi los auténticos Pink Floyd eran los primeros, con el genial y algo loco Syd Barrett, pasando por discos como "Ummagumma" (1969), el mítico "Wish You Were Here" (1975) hasta llegar a "Animals" (1977) y algo de "The Wall" (1979). A partir de ese momento mi interés por la banda termino por decaer y dejé de seguirlos para encaminar mis oídos hacia otros sonidos más guitarreros y más sucios, pero eso ya es otra historia.
A comienzo de los años 70 Pink Floyd ya contaba con su formación más conocida, compuesta por David Gilmour, Roger Waters, Richard Wright y Nick Mason. Con cinco álbumes de estudio lanzados, los británicos habían conseguido un enorme éxito tanto en el público cómo en la crítica. Entre ese público con el que contaba Pink Floyd se incluía Adrian Maben, un director y editor que trataba de mezclar la música de la banda británica con otros tipos de arte.

La idea de usar las ruinas de Pompeya surgió en 1971 cuando Maben pasó sus vacaciones en Nápoles, y en una de sus visitas a las construcciones romanas de Pompeya, perdió su pasaporte. Buscándolo, llegó al anfiteatro, dónde se encontró sólo. Entre esas ruinas, completamente en silencio, encontró el lugar ideal dónde se podría apreciar en todo su esplendor la música de Pink Floyd. El bueno de Adrian Maben se puso manos a la obra y el director logró convencer a las autoridades responsables de Pompeya para cerrar el anfiteatro durante seis días para la grabación, esta actuación se realizaría sin publico. En Octubre de ese mismo año, la banda se trasladó a Italia para grabar uno de los videos más espectaculares que cualquier amante de la música puede ver. La acústica del anfiteatro era inmejorable, así que se decidió montar todo el equipo de sonido en el centro del monumento. Después de tres días a través de Europa, el material llegó en camión a las ruinas de Pompeya. Con el montaje ya hecho, se descubrió un gran problema, en los restos de la ciudad romana no había suficiente energía para hacer funcionar el equipo necesario. Tras unos días intentado solucionar este contratiempo, se decidió usar un cable desde el ayuntamiento hasta el anfiteatro para proporcionar energía suficiente a todo el equipo. El día 4, empezaron las grabaciones. Las primeras escenas fueron de la banda paseando por las ruinas y los alrededores de Pompeya y Boscoreale. A finales de ese mismo mes, se lanzó uno de los álbumes más emblemáticos de Pink Floyd, "Meddle". Tras grabar las tres canciones planeadas en Italia, la banda se trasladó a Paris, dónde, en Diciembre, se rodó el resto de la cinta. Además el metraje de la película se completa el resto de canciones grabadas en París y con entrevistas a la banda en los míticos estudios de Abbey Road de Londres mientras grababan el magistral "The Dark Side of the Moon".


 

En 1972 se estrenó la primera versión de la grabación, con una duración de una hora y que incluía canciones de "Meddle", "Ummagumma" y "A Saucerful of Secrets". Dos años después y tras una conversación de Roger Waters y Adrian Maben, se lanzó una versión extendida de la cinta. Que, además de las canciones de la grabación original, incluía escenas de las grabaciones de "The Dark Side of the Moon". Más recientemente, en 2003, se publicó un último montaje que consistía en la versión de 1974 remasterizada y con algunas nuevas imágenes del espacio tomadas por la NASA.



Respecto a la calidad y factura de la película, "Pink Floyd: Live at Pompeii" deja mucho que desear (solo las escenas en Pompeya valen la pena) y las opiniones del director y del grupo poco aportan al personal mundo de Pink Floyd, pero la cinta nos deja un buen puñado de muy buenas canciones. Pese a todo "Pink Floyd: Live at Pompeii", es sin duda una autentica joya para coleccionistas y para los buenos amantes del Rock.



Mención especial merecen las versiones de "Echoes", una de las obras maestras del Rock Progresivo o "A Saucerful of Secrets" con una final capaz de poner los pelos de punta a cualquiera gracias a los cantos de David Gilmour.



Además de estas dos canciones, "One of These Days" también fue filmada en el anfiteatro de Pompeya. Una canción dónde el bajo de Roger Waters consigue un ritmo espectacular.



También resulta curioso que, en un momento de la canción, Nick Mason pierde una de sus baquetas y, sin dejar de tocar ni perder una sola nota, saca otra para continuar con la canción. Durante todo el concierto Pink Floyd deja claro su indiscutible calidad tanto de interpretación cómo de composición y nos brinda una maravilla audiovisual que todo el mundo debería ver.




Buceando entre la música de You Tube me encontré con este falso concierto (sólo tres canciones fueron ejecutadas en el coliseo: "Echoes (parts 1 & 2", "A Saucerful of Secrets" y "One Of These Days I´m Going To Cut You Into Little Pieces". Así que me puse manos a la obra y puedo decir que me llena de orgullo y satisfacción anunciar que la encontré para verla onlay en versión original. http://www.veoh.com/watch/e10283032AgTW2q/s244523



La película es una nueva edición echa por el director con un par de escenas añadidas que no aportan nada nuevo, salvo un saco de milloncejos a los bolsillos de la banda y al avispado director. Para los nostálgicos como yo del grupo el placer de volver a ver y escuchar a Pink Floyd es inversamente proporcional a las peleas y guerras por los derechos a quedarse con la marca, pero eso, ya es otra historia.

16 de diciembre de 2016

"Lionel Atwill: Un sádico en Hollywood"

Bajo el titulo de "Lionel Atwill: El Doctor X- Un sádico en Hollywood" L’Atelier 13 nos presenta a Lionel Atwill, un nombre esencial en el cine de terror de los años 30-40, e icono del cine de terror de la Universal, Lionel Atwill, se especializará en el papel de Mad Doctor, imprimiéndole a sus interpretaciones una maldad y crueldad pocas veces vista. Si repasamos su filmografía nos lo encontramos en títulos tan emblemáticos como "Doctor X", "Los Crímenes del Museo", "La Marca del Vampiro", "El Hijo de Frankenstein" o "La Mansión de Drácula". Lamentablemente L’Atelier 13, sello que apostó por editar clásicos del cine negro, terror y ciencia-ficción, además de otras piezas extrañas, con sabrosos extras, libretos y una presentación exquisita, se despidió hace ya más de un año. Por eso este cuidado pack que hoy traigo aquí esta destinado a ser pieza de todo buen coleccionista de la serie B.

Se trata de un pack compuesto por seis filmes (El Doctor X, El asesino diabólico, El hombre que fabricaba monstruos, El médico loco, El extraño Doctor RX y El monstruo nocturno) y al que han puesto por titulo "El Doctor X: Un sádico en Hollywood". Título que juega con las dos caras, la pública y la privada, de este actor inglés: por un lado como intérprete de papeles de doctor chiflado (y maquiavélico), y por el otro haciendo referencia al escándalo que prácticamente acabó con una carrera que hasta ese momento le había deparado una gran riqueza y notoriedad. Icono del cine de terror de la Universal, Lionel Atwill, se especializará en el papel de Mad Doctor, imprimiéndole a sus interpretaciones una maldad y crueldad pocas veces vista.


"EL DOCTOR X", (Doctor X) de Michael Curtiz, 1932: Un periodista se interesa por una historia de asesinatos y canibalismo. Su investigación le lleva al instituto del doctor Jerry Xavier, que trabaja con cuatro científicos realmente extraños. Un extraño film de terror de Warner repleto de tipos extraños y rodado en color (al igual que Los crímenes del museo) pero con un procedimiento del color tanpoco perfeccionado que nos da un resultado aún más aterrador. Además de director de lujo en ciernes, tenemos a Fay Wray, la primera Scream Queen del cine poco antes de enfrentarse al rey Kong. Años después, la misma Warner produjo "The Return of Dr. X" de Vincent Sherman, (1939), un descacharrante film de terror interpretado por un nada convencido Humphrey Bogart (aquí como Maurice Xavier). El actor nunca volvió a interpretar un film de terror.


"EL ASESINO DIABÓLICO"(Murders in the Zoo) de A. Edward Sutherland, 1933:  Eric Gorman, un zoólogo tan rico como celoso, le cose los labios a un pretendiente que ha osado besar a su mujer en una expedición por Oriente. De vuelta a Nueva York, sospecha que ella le es infiel. Un film del todo bizarro y donde podemos ver en un papel secundario al duro de Randolph Scott, por aquel entonces a punto de iniciar su vida en común con Cary Grant. El film cuenta con escenas impagables y deliciosamente extravagantes como la escena central desarrollada durante una cena que tiene lugar en el patio del zoo, con los comensales rodeados por las fieras enjauladas. El guión, obra conjunta de Philip Wylie y Seton I. Miller, este uno de los guionistas capitales de la década, aparece saturado de diálogos malévolos y cortantes, amén de andar sobrado en cuanto a elementos retorcidos; una mixtura de sexualidad, violencia y posesión. La escena durante la cual Atwill rodea y asfixia a su esposa como una serpiente mostrando en su rostro la satisfacción que le produce su sufrimiento y asco, es una de las cumbres del talento de un actor que usa, con plenas facultades, la disonancia entre un físico tosco, un rictus desagradable y unos modales obsequiosos, pintando un cuadro final de poderosa amenaza.


"EL HOMBRE QUE FABRICABA MONSTRUOS", (Man Made Monster) de George Waggner, 1941: Todos los pasajeros de un autobús mueren electrocutados en un accidente a excepción de Dynamo Dan, un artista de feria. El oscuro doctor Rigas pone a prueba su inmunidad para crear una raza de superhombres. Lo demás es un agradable pasatiempo desarrollado a lo largo de apenas una hora de metraje que supone, básicamente, una perífrasis del mito de Frankenstein. Presentando al científico enajenado que no se detendrá ante nada para llevar a la práctica sus descabelladas teorías y a su criatura, un anti-villano trágico cuya bondad intrínseca no puede sobreponerse a una ingobernable capacidad destructiva y al terror que al resto de la gente provoca.


"EL MONSTRUO NOCTURNO", (Night Monster) de Ford Beebe, 1942: Muertes misteriosas, sangre en los pasillos, niebla espesa, ranas que dejan de croar… todo lo que rodea la mansión Ingston amenaza la débil cordura de la hermana de dueño, Margaret, la cual insiste en pedir la ayuda de la psiquiatra Lynn Harper, a lo cual se opone ferozmente el ama de llaves de la casa. Así y todo, la joven doctora logrará llegar en compañía del escritor y periodista Don Porter, amigo de Kurt Ingston. Al llegar se encuentran que también han sido invitados lo médicos que trataron si éxito al anfitrión durante la horrible enfermedad que lo dejó mutilado. Para su asombro entre los presentes se encuentra un misterioso yogui que afirma tener la capacidad para regenerara los cuerpos. Debatiéndose todavía entre el escepticismo y el asombro los invitados van muriendo uno a uno, estrangulados y rodeados de misteriosa manchas de sangre que no parecen proceder de cuerpo alguno. Todos estos personajes y algunos más (como por ejemplo, el consabido mayordomo) figuran entre los sospechosos… o futuras víctimas. Con semejantes individuos metidos en la tenebrosa mansión de turno (uno de ellos un casi invisible mayordomo interpretado por Bela Lugosi) entenderán que no puedan perdérsela. Además, si la cosa no funciona muy bien, siempre hay un consuelo: Dura 73 minutos.


"EL MÉDICO LOCO", (The Mad Doctor of Market Street) de Joseph H. Lewis 1942: Al fracasar un experimento sobre animación suspendida, un científico loco huye rumbo a Nueva Zelanda donde se cruza con diversos personajes, entre ellos un detective que anda tras sus pasos y que será arrojado por la borda. Justo cuando el científico va a ser detenido por un joven camarero que lo ha visto todo, el barco naufraga. Los pocos supervivientes dan con sus huesos en una isla que, en principio, creen desierta. Lo cierto es que una belicosa tribu la habita y que su jefe determina que la enfermedad de su esposa es culpa directa de los blancos. Milagrosamente Benson logra salvar a la mujer, siendo desde entonces tomado por un dios. El doctor decidirá entonces retomar sus experimentos, sometiendo tanto a los isleños como a sus compañeros supervivientes a su tiranía. El conjunto es un extravagante refrito de cuatro o cinco esbozos de guión recosidos unos encima de los otros para dar algo así como sensación de coherencia. El ritmo es desigual, las elipsis esta hecha a hachazos, pero también hay lugar para alardes de concisión como la prodigiosa secuencia del baile en el barco, una escena de sociedad donde H. Lewis presenta en económica combinación de diálogos y gestos a todos los personajes y define sus caracteres y futuras relaciones. 

Este fue el último film como intérprete de Lionel Atwill, entre otras cosas por su caída en desgracia a causa del escabroso asunto con la menor. En esta cinta Atwill regresa a su estilo más arquetípico y maligno, retomando, en versión muy soft, al villano sadico de un título como "Murders in the Zoo", Atwill vuelve a la crueldad afilada y elegante y H. Lewis potencia su perfil más animalesco, esa sonrisa de agresiva comadreja, y el brillo despiadado de sus ojos claros con llamativas angulaciones, primeros planos, tomas subjetivas desde el punto de vista de sus víctimas o agradecidos juegos con la profundidad de campo o las lentes levemente de-formantes.



"EL EXTRAÑO DOCTOR RX", (The Strange Case of Doctor Rx) 1942: Sobre Nueva York ataca un misterioso asesino en serie que, implacable, ejecuta uno a uno a todos los malhechores que han conseguido escaparse por los recovecos del sistema judicial. Ese oscuro vengador asesina con un método imposible de rastrear y solo deja un anota escrita sobre un papelito blanco: un número consecutivo y la firma Rx. Parece que solo el detective Jerry Church será capaz de detenerle, pero su reciente matrimonio y las constantes amenazas anónimas le colocan en el trance de tener que elegir si continúa con su misión justiciera. Dirigida por William Nigh, un veterano profesional, un pionero de los primeros años del cine y que no se despegaría de la B más estricta y genuina en toda su kilométrica carrera, carece no ya de lógica, algo que se puede agradecer cuando hay talento y delirio, sino de sentido. En la película suceden varias cosas, en varios sitios, hay varios muertos y al final un personaje nos lo explica todo. Una característica, que unida a otras como las máscaras o lo métodos creativos de matar emparenta esta y otras cintas de similar pelaje con el futuro "giallo", quizás ejerciendo de eslabón perdido entre el thriller gótico y el krimi alemán de los últimos 50 y primeros 60 como claros precedentes del género.. Hacemos como que lo entendemos, tampoco es que importe. Una hora después de haber empezado estamos en el mismo punto y hasta la narración da la sensación de haber comenzado con el tren en marcha... 

¿Y Lionell Atwill? Casi puede decirse que pasaba por allí. Ejerce, básicamente, de reclamo descarado. No aparece hasta pasado más de veinte minutos y lo hace de modo fugaz pero subrayado, mediante una siniestra caracterización usando unas gafas de gruesísimo cristal que amplían sus ojos logrando una mixtura de ridículo e inquietante. Aquí se asoma de cuando en cuando, siempre acechando pero nunca interviniendo y solo reaparece, y ya con diálogo, al final de la historia (sic.) para rematarla del modo más inesperado, entre otras cosas por que no hemos tenido ni una sola herramienta para esperarlo. Con inteligencia se anuncia sabiendo que su imagen ejercerá un efecto subliminal en nosotros, que ya esperamos todo tipo de maldades de él. Cuando se nos presenta está ansiedad aumenta, luego ya sabemos que está, es el culpable perfecto, el malvado con pedigrí, es más efectivo fuera de campo que dentro. Y mucho más barato, también.




Una vez repasado esta seis películas, viene bien asomarnos aunque sea someramente a la vida y "milagros" de este distingido pero turbio caballero inglés.

Nacido en marzo de 1885 en una adinerada familia de Croydon, y aunque su familia hubiera querido que fuera arquitecto el joven se dedicó al mundo del teatro. Se hizo un nombre en Inglaterra actuando en todo tipo de obras, incluyendo clásicos de Ibsen, Shakespeare y George Bernard Shaw. Su dilatada carrera teatral, primero en su país de origen y después en Broadway, le abren las puertas en Hollywood. El suyo fue sin duda un caso de amor a primera vista, como reconoció en los tempranos años 30, con el sonoro haciendo sus primeros pinitos y la Universal a punto de levantar un imperio a costa de explotar una franquicia de monstruos con Drácula y Frankenstein como estandartes: “Ya he tenido bastante de arte. A su manera está muy bien, pero en las películas encuentro una fascinación que aún no he superado. Seguramente nunca lo haré. Puede que sea algo infantil, pero la simple ingenuidad mecánica del asunto me fascina igual que un juguete mecánico fascina a un niño. Me lo he pasado genial y no veo por qué debería parar”. Paró, pero fue muy a su pesar al caer en desgracia tras un oscuro asunto con una menor.


En 1931 debuta en el cine encarnando un papel de perjuro que ya había protagonizado en su versión teatral. Su siguiente trabajo será "Drácula y Frankestein", un nuevo film de terror de la Universal. Pero su consagración llegara un año después de manos de la Warner, que le otorga el papel principal en la película "Dr. X" (1932). Su profunda voz de barítono, su perfecto acento inglés y una exquisita educación junto con sus malvados ojos y su porte elegante pero maléfico hicieron de Lionel Atwill uno de los mejores villanos de los años 30. Tras la retorcida "Dr. X" llega otro aclamado trabajo del actor, "Los crímenes del museo de cera", junto a una de las primeras reinas del grito, Fay Wray. Atwill se especializó así en papeles de psicóticos científicos y locos doctores, de los que en muchos casos escribía él sus propios diálogos. Su voz y su presencia dotaban a las líneas del guión de una maldad atávica que volvía loco al público. En los siguientes años Atwill trabajó duro encarnando al mal. Aun así, tuvo ocasión de probar papeles menos encasillados, como el del Coronel Bishop en "Capitán Blood" (1935) o en su papel de actor en la estupenda comedia "Ser o no ser" (1942).



Lionel Atwill, hombre peculiar, gustaba de presenciar juicios de asesinato, y su matrimonio entró en crisis cuando su mujer le prohibió la entrada a una nueva amiga del actor, una pitón de cinco metros. El divorcio llegaría en 1939. A la pitón había que añadir seis doberman y un guacamayo llamado Cópula. Pero entre toda esa compañía había algo que el actor echaba en falta, (sus fiestas). Así pues, tras el divorcio la mansión de estilo español de Atwill se convirtió en un lugar donde las orgías eran frecuentes, e invitados como Joseph Von Steinberg eran asiduos. Todo invitado a la casa del actor debía estar sano, tener un buen cuerpo y un refinado gusto por los caprichos sexuales más variopintos. El actor británico era un hombre de gran imaginación. En la Navidad de 1940 Lionel Atwill había organizado una fiesta navideña algo peculiar. Tras una abundante cena, los compases de "El Danubio Azul" de Strauss marcaron el inicio de una serie de actos que conforman lo que ha venido a llamarse orgía. Las consecuencias derivadas de aquella fiesta significaron el comienzo del fin para Atwill. Virgina López, diseñadora y chantajista, tenía a su cargo a una rubia adolescente de Minnesota que pronto quedó embarazada. Cuando la preocupada joven llamó a casa para pedir dinero, su padre viajó a Los Ángeles y se puso en contacto con la policía. El juicio no tardó en llegar.


Ante el tribunal, Virginia declaró que en aquella fiesta navideña la joven Sylvia, había recibido las atenciones de Atwill mientras se proyectaban películas porno. Pero la dudosa reputación de Virginia no jugó en su favor, y mientras ella acababa en la cárcel, el actor era absuelto. Aunque se libró de la cárcel por poco, Atwill fue condenado a cinco años de libertad vigilada. Pero sin duda lo peor es que había quedado marcado para siempre en la industria cinematográfica, sujeta por aquél entonces al férreo código Hays.
De esta manera, el hombre que se había ganado una sobresaliente reputación dando vida al "Doctor X" y convertirse en la némesis de Basil Rathbone en "El sabueso de los Baskerville" o de Bela Lugosi en "La marca del vampiro", se encontró de la noche a la mañana repudiado por la industria de Hollywood. Sin embargo, no se rindió, y consiguió ser admitido por los modestos Estudios Republic Pictures, con los que rodó un par de filmes de bajo presupuesto que le permitieron rehabilitarse y volver a Universal de la mano de Lon Chaney Jr y Boris Karloff en "La zíngara y los monstruos" y "La mansión de Drácula". A pesar de todos sus esfuerzos, su estrella se apagaba y el actor tubo que vivir sus últimos años haciendo pequeñísimos papeles y breves apariciones en películas para acabar relegado en una mísera productora, la Producers Releasing Corporation. Allí trabajó lo que le quedó de vida, dejándose la dignidad en películas rápidas de cinco días y de calidad ínfima. Murió con las botas puestas un 22 de abril de 1946 durante el rodaje del serial "Lost City of the Jungle", en el que interpretaba al super villano Sir Eric Hazarias. La última escena que llegó a filmar fue la de la muerte de su propio personaje.