La sensibilidad echa carne
Considera como una de las más destacadas representantes de la fotografía en Latinoamérica, Flor Garduño esta vinculada a una tradición de fotógrafos "poetas" (como buena discípula de Manuel Alvarez Bravo), su tema es la cultura popular mexicana pero llena de una sensibilidad artística que la ha hecho trascender las fronteras de su país y transformarse en una de las referencias más importantes de la fotografía contemporánea.
Mientras estudiaba pintura en la Academia de San Carlos en 1977, Flor Garduño conoció a dos maestros de la fotografía que cambiaron su vida. La primera fue Kati Horna (1912-2000), la fotógrafa de guerra húngara que también exploró el surrealismo, el feminismo y la lucha de clases en México. Horna se convirtió en su mentora y le enseñó a explorar temas y movimientos sociales. Luego conoció al mexicano Manuel Álvarez Bravo. Estudiar fotografía con Manuel Álvarez Bravo (1902-2002), uno de los artistas más importantes de América Latina en el siglo XX, era como estudiar pintura con Picasso o piano con Glenn Gould. Cuando apenas era una adolescente, Garduño se convirtió en su asistente y se empapó del vasto conocimiento de las artes que tenía el maestro mexicano. Por dos años, afirmó, Álvarez Bravo no solo le explicó las habilidades técnicas, sino las características intangibles necesarias para convertirse en una artista.
Sus fotografías estan cargadas de misterio, belleza y poder de seducción. Retratos de mujer, animales marcados con oscuros simbolismos, escenificaciones que nos trasladan a espacios inciertos entre la realidad y la ficción… La fotógrafa mejicana nos sitúa ante una enigmática visión de la realidad, con imágenes repletas de intimidad. Flor Garduño, como todo fotógrafo, atrapa momentos singulares, visiones instantáneas. Pero cuando no los tiene a mano, los compone, los elabora y los instala cuidadosamente frente al lente de su cámara. Allí la intervención del artista interrumpe el mundo primigenio para mostrarnos las respuestas al origen de la belleza.
Misticismo o simple búsqueda, la foto toma una forma irracional de presencia, que la artista revela a través de elementos simples de la vida cotidiana que a veces trasciende. Hay una estrategia común a los encuentros entre esos elementos (flores, plumas, hojas, frutos) y las figuras femeninas que involucra. Lo que a primera vista parece solo circunstancial funciona casi como una meditación que le permite aproximarse al encuentro con una dimensión real del espacio que fotografía.
En sus fotografías es posible intuir que se han formado a partir de un gesto intimo, un gesto privado. Ese gesto, permite a Garduño construir una imagen cargada de sentimiento que le confiere una visión muy personal del desnudo. Ningún efecto de encuadre exagerado invade la imagen, solo los contrastes de negros y blancos permiten que trascienda la inmediatez del cuerpo. Sin privilegiar el detalle, sin efectos especiales, ni flash llamativo que estalla sobre los rostros. Frente al objetivo, solo los cuerpos desnudos, que aparentan abandonarse con una total sencillez, dialogan entre sí, a través del poder sugestivo de la imagen.
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