26 de enero de 2018

El puente de Waterloo

(Waterloo Bridge) 1940 
                                  
Director: Mervyn LeRoy                                                                                Reparto: Vivien Leigh, Robert Taylor, Lucile Watson, Virginia Field, Maria Ouspenskaya, C. Aubrey Smith.                                                                                Guión: S.N. Behrman, Hans Ramaue, George Froeschel Fotografía: Joseph Ruttenberg


A lo largo de la historia del cine han existido (y existirán) actrices, estrellas, mega estrellas y Vivien Leigh, una mujer más allá de cualquier calificativo superlativo, y como hoy tenemos que celebrar el aniversario de su nacimiento, nada mejor que recordarla con su mejor interpretación en la magnifica "El puente de Waterloo". Uno de los mejores melodramas que ha dado el Hollywood clasico.


Mervyn Leroy realiza un romance clásico marcado por el estigma de la tragedia, narrado con sensibilidad pero sin cargar las tintas en las escenas más emotivas. El resultado fue un extraordinario film romántico, que funcionó a las mil maravillas en taquilla, convirtiéndose en uno de los grandes éxitos de la Metro en 1940. Basada en una obra de teatro del dramaturgo Robert E. Sherwood, "El Puente de Waterloo" cuenta la triste historia de Roy Cronin (Robert Taylor), un oficial británico que conoce a una bailarina de ballet llamada Myra Lester (Vivien Leigh) de la cual se enamorará. Sin embargo, después de un breve período en el que incluso preparan planes de boda, la guerra acaba cerniéndose sobre el Reino Unido, y nuestro protagonista es destinado al frente mientras tanto Myra es despedida del Ballet. En principio Myra aguantara estoicamente la situación de precariedad, pero sufre un mazazo terrible cuando cree que Roy Cronin ha fallecido en el campo de batalla. Debido a las penurias económicas, se ve abocada a la prostitución para poder sobrevivir.



Es entonces cuando Vivien Leigh realiza un cambio colosal dentro de su personaje, su Myra que era una mujer inexperta, alegre, inocente y dulce, se endurece por los golpes de la vida y se vuelve depresiva, desengañada del amor y de la vida. Tiempo después convertida en una mujer de la noche y sin esperanzas, se vuelve a encontrar con su amor, él no ha cambiado nada, sigue siendo aquel joven impetuoso, encantador y soñador, sin embargo Myra ya se ha enfrentado al lado oscuro de la vida y posee una mirada más descreída del mundo que le rodea. Myra no cree que lo merezca aunque siga amándolo, ya que se siente sucia por lo tuvo que hacer por sobrevivir y decide alejarse del amor.



Con estos mimbres, Mervin LeRoy conduce como quiere los sentimientos del espectador, nunca cayendo en la sensiblería, pero si acercándose, rozándola y efectuando múltiples reveses con el guión. La puesta en escena es realmente maravillosa y llena de dinamismo y de secuencias magistrales como el travelling que nos presenta a nuestra protagonista avanzando por la estación del tren en busca de clientes o la del baile donde Myra y Roy están bailando "El vals de las velas", mientras los músicos tocan, van apagando uno por uno las velas que iluminan la sala. Leroy demuestra que una mirada y un gesto pueden transmitir más significado que las palabras. El resultado final fue la escena más romántica de la cinta que culmina con uno de esos besos limpios, honestos, que tan generosamente prodigaba el cine de antaño.



Pero si por algo recordamos hoy esta excelente película es por Vivien Leigh, que demuestra su extraordinaria capacidad como actriz. Su transición de ingenua virgen hasta ser esa prostituta de endurecido corazón dan muestras de lo destacada que es su actuación. Leigh captura la fragilidad de Myra con gran resolución, sin excesos o grandes gestos. Su actuación es honesta, sutil y de intensa emoción. Con una sola mirada suya esta ofreciendo su desnuda alma al publico. Está soberbia en todos y cada uno de los pasajes del film, pero especialmente en la escena de la estación, cuando reaparece Roy, como un fantasma procedente del pasado. Esta secuencia comienza con un primer plano de nuestra heroína, cuyo rostro muestra una expresión vacía, característica de alguien que se ha resignado a su destino y ya no espera absolutamente nada de la vida. Pero el mérito de Leroy, ayudado por la gran facilidad expresiva de Vivien, reside en transmitirnos con sólo un primer plano la idea de que, a pesar del modo en que la vida se ha ensañado con ella, Myra no está totalmente hundida en el fango y sigue conservando buena parte de su dignidad como mujer.


                                                                                                                                                                                                                    En fin, puede que esta crónica me haya quedado algo parcial, pero mi eterno amor a Vivien Leigh me impide que sea más objetivo. Lo cierto es que la cinta del maestro Leroy conserva la misma frescura y vigencia que en el momento de su estreno. La sencilla y, a un tiempo, dramática historia de amor que relata, sigue encandilando al buen amante del cine y es precisamente la sencillez de su planteamiento argumental lo que la ha convertido en una obra imperecedera que nos seguirá haciendo vibrar las fibras más sensibles de los amantes del Séptimo Arte. Y es que, como creo haber comentado en alguna que otra ocasión, en lo que al cine se refiere, cualquier tiempo pasado fue mucho mejor.








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