Alejada de la habitual magnificencia de sus obras maestras "Secreto tras la puerta" posee los suficientes elementos para merecer un mayor reconocimiento y así dejar de ser considerada como una vulgar revisión de "Sospecha", de Alfred Hitchcock, o como un tópico melodrama psicoanalítico con las preceptivas gotas de suspense. Cierto es que tanto el propio autor como la crítica del momento la consideraron un título menor, sin embargo, propone un apasionante ejercicio de fabulación que remoza la estructura del relato gótico.
Acompañados por la siempre eficaz música de Miklös Rözsa, una excelente fotografía de Stanley Cortez "El cuarto mandamiento" (1942), "La noche del cazador" (1955), " Las tres caras de Eva" (1957) y "Corredor sin retorno" (1963), (a pesar de eso, Lang no aprecio su trabajo) y el montaje de Arthur Hilton ponen de relieve esta extraña atmósfera al límite entre cine negro y fantástico.
Cierto es que tanto el propio autor como la crítica del momento la consideraron un título menor (quizá por sus referencias demasiado explícitas a "Rebeca" (Alfred Hitchcock, 1940), obra por la que Lang nunca escondió su admiración) o porque en esta película, el maestro se sometió más que nunca a los dictados de la productora, pero como el buen vino, los años han jugado a su favor pese a estar lastrada por un inverosímil guión que se adentra en los abruptos acantilados del psicoanálisis tan de moda en aquella época, lo cierto es que "Secreto tras la puerta" es la típica construcción de un personaje central marcado por una crisis mental, pero bien envuelta en una dirección artística y técnica propias del más genuino cine negro y el expresionismo alemán para presentarnos con un soberbio preámbulo la historia de la bellísima Celia Barrett (Joan Bennett), una rica heredera que para superar la muerte de su hermano viaja a México.
Allí, mientras valora casarse con el abogado de su difunto hermano buscando seguridad en su vida se cruzará con un hombre, el enigmático arquitecto Mark Lamphere (Michael Redgrave), de quien se enamorará al instante sintiendo un profundo magnetismo que culminará en una repentina boda. Pero al mudarse a la magnífica mansión de Mark, Celia empezará a desvelar algunos aspectos del pasado de su marido que encierran un terrible misterio.
La primera secuencia, en México, marca por sí sola la calidad de la firma de Lang: el ritmo, los juegos de luces, la dirección de actores crean una atmósfera que da a la obra un arranque con una originalidad que se mantiene a lo largo de las secuencias siguientes. En Méjico, Celia asiste a un espectáculo sorprendente: dos hombres con puñales luchan a muerte por una mujer. A la brutalidad y la violencia de lo que ve, Celia, fascinada, añade con su voz en off la posibilidad de otra presencia, la que siente cerca, fuera del campo de la cámara: un hombre que no mira el combate sino a ella, un hombre que busca su mirada, mientras Celia siente esta presencia como la posibilidad de un irresistible abismo.
Con escenas como esta, Lang demuestra su contrastada maestría para mutar de la vertiente romántica al relato de misterio más descarnado, hasta desembocar en un clímax a todas luces inesperado y (todo hay que decirlo), un poquito artificial. Pero sus suaves movimientos de cámara, los insertos encargados de remarcar algunos detalles clave, su extraordinario dominio de la luz (el protagonista tiende a estar cubierto en tinieblas, frente a una Celia situada en zonas más iluminadas, en sincronía con su personalidades) o su majestuoso barroquismo, son aspectos que bien merecen ser considerados para una mejor clasificación entre las obras del director austriaco.
En definitiva, puede ser un título menor del gran director y el trabajo más hitchcockiano de su filmografía, pero la maestría del director austriaco convierten este film en un suculento híbrido entre el misterio, el thriller, el terror…y una de las historias de amor más turbulentas y más próximas a la locura más absoluta, reflejadas nunca en la gran pantalla.
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