Autor: Víctor del Árbol Editorial: Debolsillo Nº páginas: 416
"Existe un tipo de personas que huye del cariño y se refugia en el abandono. María era una de ellas. Tal vez por esa razón se negaba a ver a nadie, incluso ahora, en aquella habitación de hospital, que era como una estación de final de trayecto.
Prefería quedarse mirando los ramos de lilas que le enviaba Greta. Las lilas eran sus flores preferidas. Intentaban sobrevivir en el jarrón de agua con ese gesto heroico que tiene todo lo inútil. Cada día languidecían sus pétalos frágiles, pero lo hacían con elegancia discreta, con su color tornasolado.
A María le gustaba creer que su agonía era también así: discreta, elegante, silenciosa."
Diciembre de 1941. En una fría estación de tren de Mérida, Isabel harta de las palizas y el maltrato de su esposo, está a punto de perder todo aquello por lo que ha vivido. Mayo de 1981. María, una joven y exitosa abogada de Barcelona, debe comparecer ante la justicia de los hombres. Pero eso no le preocupa, está agonizando y no es a ellos a quienes deberá rendir cuentas, sino a su memoria. ¿Qué se puede hacer por amor? ¿Y por odio o sed de venganza? ¿Existen la redención, el perdón o el olvido? ¿Podemos llegar a ser, incluso antes de morir, aquello que una vez soñamos? Isabel y María habrán de enfrentarse a estas preguntas en el curso de sus vidas, tan distintas y, a la vez, semejantes.
Descubrir qué es lo que une a estas dos mujeres separadas por el tiempo sera todo un juego para el lector, que disfrutará con los sorprendentes giros que irá dando la historia mientras distintos personajes van apareciendo en escena y poco a poco revelando su papel en todo este engranaje que tan hábilmente engarza Víctor del Árbol mediante un estilo descriptivo pero no por ello lento, el autor narra los acontecimientos ocurridos y poco a poco va entrelazando los personajes de ambas tramas, entrando en la psicología de cada uno de ellos.
El autor nos ofrece una novela coral en la que todos los personajes tienen sus luces y sus muchas sombras. Nadie parece escapar al río de lava dañino que traspasa generaciones por más que nos empeñemos o intuyamos que existe la bondad, en el sentido más ingenuo y simplón de la palabra. Todos, son víctimas y verdugos. En distintas proporciones e intensidad, desde luego, pero casi nada ni nadie, consigue estar a salvo de la maldad.
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