Entre el presente y el pasado
"En mis pinturas quiero mostrar el momento en que todo queda por suceder."
Misteriosa, seductora, bella, lánguida, apasionada y poderosa. La mujer ha sido la protagonista de muchas de sus obras más populares. Ya sea descansando en una playa, recostada en un bar, bailando o en la habitación del hotel. Las pinturas de Jack Vettriano son una reminiscencia de las películas de cine negro, a menudo con temas románticos o eróticamente provocadores. En ambientes cerrados, llenos de humo, opresivos y sombríos en cierta forma, y con la estética de los mejores años del género, veremos sus mujeres fatales, sensuales y a los hombres fríos, inquietantes, elegantes ambos, ejercitar el viejo baile de la seducción, mientras el humo del tabaco les envuelve. El aire está cargado de erotismo y lujuria, cualquier lugar es bueno para que se crucen sus miradas y salte la chispa entre estos seres solitarios que presientes amorales, en los que sus gestos reflejan el desencanto y la decadencia de la sociedad en las que les ha tocado vivir.
Sus imágenes son entrada a la fascinación de un mundo donde todo puede suceder; un lugar eterno donde el pasado y presente se entrelazan. Es es un mundo de atmósferas pesadas que evocan las grandes películas en blanco y negro y las novelas de nuestro tiempo; el drama de hombres y mujeres es llevado a su fin en cada lienzo contra el fondo de barras y clubes, playa e hipódromos, salas de baile y dormitorios. Vettriano pone la escena e invita al espectador a desarrollar la narrativa. Su pintura, como el jazz, huele a tabaco, a derrota, a lujuria y a alcohol.
Sus personajes, perdedores solitarios que inútilmente buscan algo de calor humano, parecen escapados de un tango. Sus paisajes, desoladas playas abandonadas por las mareas, lloran al tiempo que nunca fue o al que no ha de volver… En sus paisajes exteriores sopla el viento, en los interiores siempre arde el fuego. Así es la pintura de Jack Vettriano.
Escocés atípico donde los haya, tras abandonar la escuela a los dieciséis y trabajar en la mina, descubrió la pintura cuando, a los veintiuno, su novia le regaló una caja de acuarelas. Pintor autodidacta, empezó copiando cuadros impresionistas y, como no tenía dinero para pagar a una modelo, aprendió a pintar inspirándose en un manual para ilustradores. Los críticos y los "puristas" del arte jamás se lo han perdonado. Le han puesto a parir, como también pusieron a los primeros impresionistas franceses en su tiempo, pero eso a él, poco o nada le importa. Vettriano pinta nuestros sueños, nuestra melancolía, nuestro silencio… iconos de nuestra vida secreta.
Algunas de sus escenas recuerdan la soledad de Hopper. Sin embargo, la incomunicación de los personajes de Hopper se transforma aquí en un torbellino de pasiones, de erotismo, de sensualidad sin límite. Es como si los solitarios personajes de Hopper hubieran tomado vida para desatar sus más secretas pasiones en los cuadros de Vettriano.
Sus cuadros evocan un mundo perdido, un mundo soñado donde todo es posible, donde, como en las películas del mejor cine negro, habitan hombres duros y mujeres fatales en ese tierno abrazo de los que viven más allá de todo límite, de quienes, cada noche, forjan su destino, un destino donde no amanece nunca, porque la luz del día nada sabe de amores furtivos, ni de encuentros prohibidos.
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