Pocos realizadores en el cine tuvieron (el director estaba enfermo durante el rodaje, y murió sin poder completar el trabajo de postproducción) un testamento tan admirable, sentido, directo y al mismo tiempo narrado de forma tan creíble y cercano. Nunca un intento de fuga carcelaria fue narrado con tal austeridad y tal verismo como en "La evasión". La precisión de las imágenes, la nitidez de los sonidos y la ausencia de adornos superficiales nos remiten irremediablemente a verdadero CINE con mayúsculas. Una absoluta obra maestra.
Se ha comentado muchas veces el perfecto control que poseía Jacques Becker sobre el tiempo cinematográfico, y en "La evasión" lo muestra de forma muy compleja, el tiempo de la película está dividido en dos partes. En la primera, Becker insiste en reflejar el tiempo real, dando mucha importancia a los acontecimientos que tendrían lugar si fuera la vida real. Sin embargo en la segunda mitad, Becker aprovecha inteligentemente que los presos antes no podían medir el tiempo y que Roland ha fabricado un reloj de arena, entonces ahora el tiempo se puede medir y con ello la película va más deprisa, las acciones son más cortas y menos detallistas, este contraste de tiempos nos prepara para el sorprendente final de "La evasión".
Es inevitable no comparar "La evasión" con la gran película de Bresson, "Un condenado a muerte se ha escapado" (1956). Pero estas dos películas tienen muchas diferencias, la de Bresson es más un trabajo espiritual, en cambio, Becker se centra más en la realidad, sombría y oscura. Además de que el deseo de escapar de la prisión en la película de Bresson es una cuestión de vida o muerte y en la de Becker está impulsada por la necesidad de ser libre y destruir el régimen que trata a los prisioneros como animales.
El cineasta francés se sirve de una celda, varios pasadizos, diversos utensilios metálicos y cinco protagonistas para poner en marcha una película que funciona a varios niveles, consiguiendo que un trabajo magistral y verdaderamente complejo parezca sencillo en su ejecución. Jacques Becker prescinde de artificios que despisten al espectador, sabedor de la interesante historia que tiene entre manos -sencilla y directa, pero repleta de afluentes que la enriquecen-, y los carismáticos personajes que la protagonizan.
Estamos en la Francia de 1947. Gaspard Claude (Marc Michel) es un recluso que está en prisión provisional a la espera de juicio, acusado del intento de asesinato de su mujer, aunque jura y perjura que es inocente. Por motivos de unas obras que se van a realizar en el centro, es trasladado a una nueva celda en la que conviven Manu (Philippe Leroy), Roland (Jean Keraudy), Géo (Michel Constantin) y Monseigneur (Raimond Meunier) que han preparado un minucioso plan para fugarse. Tras las lógicas reticencias iniciales, estos deciden comunicarle el plan de fuga, por lo que le ofrecen la posibilidad de acompañarlos si contribuye con los laboriosos trabajos necesarios para la huida.
No nos equivoquemos, "La Evasión" no es la típica película en que el típico protagonista principal lidera un grupo de presidiarios para escapar de una prisión de máxima seguridad del modo más espectacular posible, sino un film que no juzga a sus personajes, que no intenta justificar su privación de libertad, que no explica sus antecedentes. "La Evasión" habla sobre camaradería, lealtad y solidaridad de una manera brillante; pero también analiza los dilemas morales que pueden surgir cuando el destino contrapone el bien de un grupo frente al de un individuo que pertenece al mismo.
El cineasta francés se sirve de una celda, varios pasadizos, diversos utensilios metálicos y cinco protagonistas para poner en marcha una película que funciona a varios niveles, consiguiendo que un trabajo magistral y verdaderamente complejo parezca sencillo en su ejecución. Jacques Becker prescinde de artificios que despisten al espectador, sabedor de la interesante historia que tiene entre manos -sencilla y directa, pero repleta de afluentes que la enriquecen-, y los carismáticos personajes que la protagonizan.
Estamos en la Francia de 1947. Gaspard Claude (Marc Michel) es un recluso que está en prisión provisional a la espera de juicio, acusado del intento de asesinato de su mujer, aunque jura y perjura que es inocente. Por motivos de unas obras que se van a realizar en el centro, es trasladado a una nueva celda en la que conviven Manu (Philippe Leroy), Roland (Jean Keraudy), Géo (Michel Constantin) y Monseigneur (Raimond Meunier) que han preparado un minucioso plan para fugarse. Tras las lógicas reticencias iniciales, estos deciden comunicarle el plan de fuga, por lo que le ofrecen la posibilidad de acompañarlos si contribuye con los laboriosos trabajos necesarios para la huida.
No nos equivoquemos, "La Evasión" no es la típica película en que el típico protagonista principal lidera un grupo de presidiarios para escapar de una prisión de máxima seguridad del modo más espectacular posible, sino un film que no juzga a sus personajes, que no intenta justificar su privación de libertad, que no explica sus antecedentes. "La Evasión" habla sobre camaradería, lealtad y solidaridad de una manera brillante; pero también analiza los dilemas morales que pueden surgir cuando el destino contrapone el bien de un grupo frente al de un individuo que pertenece al mismo.
Resulta increíble el dinamismo de la puesta en escena, teniendo en cuenta que gran parte del metraje transcurre entre cuatro paredes; el director lo resuelve a través de una planificación milimétrica, basada en rápidas panorámicas y precisos movimientos de cámara que exhiben un portentoso dominio del espacio y del tiempo. Basada en un caso real Jacques Becker esculpe "La evasión" sobre un guión perfecto del propio director, Giovanni y Jean Aurel en el que prima lo esencial y se aparta lo superfluo, psicología inútil y barata incluida. Nada es casual en “La Evasión”; desde todas y cada una de sus líneas de diálogo, pasando por sus planos más o menos prolongados (esos interminables golpes al suelo de la celda que no acaba de romperse transmiten la ansiedad y desesperación de quien los infringe), hasta los portentosos y fascinantes giros de guión en el último tercio del metraje que convierten esta película en una experiencia inolvidable.
Becker consigue dotar al film y a la amistad existente entre sus protagonistas de una calidez digna de los mejores trabajos de Howard Hawks. Además, el inesperado giro final otorga a la película los tintes dramáticos necesarios, convirtiéndola irremediablemente en una obra de referencia dentro de su subgénero y de la misma historia del cine. Es realmente difícil hacer cine de esta calidad sin apenas medios, en unos pocos metros y con un reparto poco conocido, pero como esto es un arte, no es imposible, hay artistas que lo consiguen. Lástima que Jacques Becker no pudiera asistir a su estreno y nos dejará antes de producirse, pero de lo que no me cabe duda es de que dejó en ella lo mejor de sí. Gracias maestro.
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