26 de marzo de 2018

Expresionismo costumbrista


La torre de los siete jorobados (1944)            Director: Edgar Neville                                    Reparto: Antonio Casal, Isabel de Pomés, Julia Lajos, Guillermo Marín, Félix de Pomés, Julia Pachelo, Manolita Morán, Antonio Riquelme.                                          Guión: Edgar Neville, José Santugini                                      Fotografía: Enrique Berreyre


¿Cuándo una película se convierte en un título de culto? Primero, cuando sus fans son acérrimos y luchan porque su eco no se olvide en el tiempo. Segundo, si su temática o estética rompen con el estereotipo de su época. Tercero, cuando su creador es un tipo raro, alejado de los cánones sacralizados. Cuarto, si se ha visto en contadas ocasiones, empezando por su estreno, que ha debido pasar casi inadvertido. Todo eso y algo más lo tiene "La Torre de los Siete Jorobados", del más madrileño de los cineastas madrileños de la primera mitad del siglo XX, Edgar Neville, diplomático, aristócrata, artista, vividor y un genial humorista metido a director de cine y hoy muy poco recordado.

Edgar Neville -miembro de la generación del 27, pero desde una perspectiva muy distinta a la representada por los poetas Lorca o Cernuda- fue un cineasta, escritor, periodista y diplomático que solía centrar la ciudad de Madrid tanto en sus historias literarias como en sus aventuras cinematográficas. Se aproximó a la Guerra Civil e incluso filmó alguna película según la idea franquista de "Cruzada", pero sus trabajos más conocidos, "Crimen de calle Bordadores", "Noche de Carnaval" y sobre todo "La torre de los siete jorobados", aunaron el costumbrismo madrileño con el género policíaco.


Hijo de un ingeniero inglés y de una aristócrata española (de cuya familia heredaría el título de Conde de Berlanga del Duero), Edgar Neville compaginó sus estudios de abogado con una pasión creciente por las artes y el teatro que le hizo codearse con lo más granado de la intelectualidad de la época. Lorca, Manuel de Falla, Dalí o Buñuel... pero también con una generación de humoristas como Enrique Jardiel Poncela, José López Rubio, Antonio Lara "Tono" o Miguel Mihura. Hizo amistad con Chaplin, Douglas Fairbanks y Mary Pickfordcuando, así lo relata en una entrevista, llega a Hollywood "de vacaciones". El ambiente, explica, lo seduce y pide excedencia como diplomático para conocer de cerca eso del cine. Algo debió de aprender porque lo más llamativo de Neville, una vez continúa su carrera en España tras finalizar la Guerra Civil, es la de rodar películas muy alejadas de la pompa y circunstancia que en aquellos años caracterizaba al cine español.


"La torre de los siete jorobados" es un film muy recomendable que tiene un poco de todo –terror, fantasía, suspense, comedia- y donde deambulan fantasmas, una judería subterránea, jorobados siniestros, control mental basado en la hipnosis, falsificación de moneda y una hermosa mujer amenazada, estos son algunos de los ingredientes presentes en esta obra dirigida por Edgar Neville (1899-1967) y ambientada en un Madrid de finales del siglo XIX que destila genuino encanto kitsch para presentarnos la historia de un inocente y despistado joven, Basilio Beltrán (Antonio Casal), al que se le aparece el fantasma del arqueólogo Robinsón de Mantua (Félix de Pomés) que murió asesinado. El arqueólogo le hace ganar un dinero en el casino a cambio de que Basilio le ayude en una misión: debe proteger a su sobrina Inés (Isabel de Pomés) de un inminente peligro. Basilio descubre que bajo la ciudad de Madrid se esconde un lugar denominado "La torre de los siete jorobados" donde se refugian un grupo de ellos capitaneados por el doctor Sabatino (Guillermo Marín) que se dedican a actividades delictivas.

Con este argumento, nos encontramos con una extraña muestra de la genialidad de Neville, quién crea una película única en nuestra cinematografía. Una historia entre la delincuencia de Madrid que vivía en el subsuelo y el mundo de los aparecidos, que atravesaban espejos. Porque uno de los elementos más destacables de este largometraje es el aura fantástica que rodea esta historia, elemento que la convierte en una rara avis de nuestra cinematografía. Nada que ver pues con el cine oficial y oficialista de entonces. Neville no se adorna con el melodrama característico de la época, ni de los tipos y decorados que el cine español solía reservar a las historias que tenían lugar en el pasado, sino que Edgar Neville buscó la originalidad en el fantástico

La cámara de Neville recorre un Madrid tenebroso con puertas secretas que dan a pasadizos siniestros. Aún así no pierde la película en ningún momento su amable tono de comedia, que adobada con elementos fantásticos dan al largometraje una atmósfera irreal que no oculta una sutil crítica a la burguesía y a las clases populares que aún vende, pese a que alguno le pueda resultar anticuado y manido su discurso. Resulta sorprendente como una película tan buena y original en el ámbito del cine español sea tan desconocida, mientras que otras de la misma época y menos interesantes son repetidas hasta el empacho en televisión.


En definitiva, podemos decir que La torre de los siete jorobados es una película fantástica por dos razones: Una, porque es claramente uno de los géneros que encontramos en la misma y, dos, porque en su conjunto nos encontramos ante un largometraje que tiene un ritmo vibrante, personajes inolvidables y que cuenta con el humor característico de su director. Un filme a redescubrir que brilla con potencia inusitada dentro del alicaído panorama del cine español de la posguerra.


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