31 de marzo de 2018

Encuentro en la noche


(Clash by Night) 1952                                                    Director: Fritz Lang                                                                                              Reparto: Barbara Stanwyck, Paul Douglas, Robert Ryan, Marilyn Monroe, Keith Andes, J. Carrol Naish                                                                       Guión: Alfred Hayes                                                                                   Fotografía: Nicholas Musuraca


Todos sabemos que la filmografía de Fritz Lang es una de las más ricas que existen. Con films tan imprescindibles como, "Metrópolis", (1927), "M, el vampiro de Düsseldorf" (1931), "Furia" (1936), "La mujer del cuadro" (1944), "Perversidad" (1945) y un largo etcétera, lo convierten en un firme candidato a estar en el podium de los tres mejores directores de la historia. Pero entre sus grandes títulos, el maestro también tenia obras "menores" y más desconocidas como "Encuentro en la noche", un film envidiable en su forma de tratar el adulterio, de describir cierto tipo de vida y ofrecer un personaje femenino de los que ya no se ven en el cine estadounidense, a cargo de la inmortal Barbara Stanwyck.

La historia que nos presenta Lang es la historia del regreso de Mae (Barbara Stanwyck) al pueblo portando nada más que lo puesto y una maleta. En apenas unos minutos el personaje de Stanwyck queda perfectamente definido. Su forma de andar, la resignación con la que lleva su maleta, el trago de whisky que se bebe en un bar y las contundentes contestaciones que da, son el reflejo de un pasado tormentoso del que quiere huir. Para ello regresa al lugar que la vio nacer para refugiarse en la casa de su hermano Joe (Keith Andes) y la novia de éste, la inocente Peggy (Marilyn Monroe).


Todo parece predispuesto para que Mae encuentre la paz a su amargada existencia y su mala suerte en las relaciones con los hombres. En esas circunstancias Mae conocerá a Jerry (Paul Douglas), un aldeano simple y bonachón, y Earl (Robert Ryan), un proyeccionista de cine, a disgusto con su vida y con muchas cosas en común con Mae. Poco a poco y a base de mucha paciencia, el bueno de Jerry consigue hacerla ceder y que abra un poquito su corazón ya que Mae no se fía de los aduladores, no cree en la bondad de los hombres; según sus propias palabras, sólo quiere a alguien que la proteja del viento y de la lluvia. Pero en realidad es la huida hacia adelante de una Mae que sólo quiere evitar la tentación de abandonarse con Earl, a quien llega a considerar su alma gemela

El mencionado triángulo de personajes será el eje central de la narración y en el que los sentimientos a flor de piel serán la constante, sobre todo desde el instante en el que Mae decide casarse con Jerry, aun deseando a un hombre como Earl, el cual le recuerda todas sus malas experiencias. Los personajes estarán en continua tensión hasta el instante en el que Mae sucumbe a los deseos carnales de Earl, momento filmado de forma prodigiosa por Lang con esa especie de temporal que se avecina, como certera alegoría del tormento interior que sufre Mae intentando ser una buena esposa mientras en sus entrañas le corree el incontrolable deseo hacia Earl. Así pues la verdadera tormenta ha comenzado. El romance entre Mae y Earl no es más que loca y desgarradora pasión. Nada más. Nada menos. Lang, cineasta de una pieza, sella el encuentro en la noche con un intenso y torrido abrazo mortal entre los amantes.

La forma en que se entreteje el drama de Lang se desliza con naturalidad, y al analizar a los personajes, es someramente predecible, pero el genial alemán lo retrata con esa familiaridad de la vida real, en la que uno sabe hasta cierto punto lo que va a suceder, pero que, sencillamente, no lo puede evitar, pues, somos humanos, los defectos están ahí, ellos nos humanizan. Una desesperada Mae está horrorizada por aquello en lo que su vida se está convirtiendo, está escapando de sí misma, y se encuentra en difícil situación, cuando Jerry se muestre interesado en ella, pero su bondad la repele, le aburre, la asfixia, y entonces aparece Earl, representando todo de lo que ella viene huyendo, representándola a ella misma, el fuego, la pasión, el desinterés por los demás, y ella, asustada, al ver que todo se repite otra vez, acepta a Jerry, pero solo por ese miedo, pues es tan inocuo, tan ajeno a la mezquindad, que representa para ella alivio y seguridad.


Fritz Lang prosigue su personal andadura por el cine oscuro, sórdido, macabro y plagado de violentas situaciones y circunstancias. Ya desde los títulos de crédito con el fondo de un furioso y poderoso mar, con la bravura y violencia de sus olas, el maestro nos prepara para lo mejor, llevarnos a las entrañas de la tormenta, el triángulo amoroso, con personajes, como no puede ser de otra forma con Lang, exquisitamente delineados, con lo que su estudio del triángulo sentimental se vuelve más compacto, creíble. Y los actores que representan a tan complejos caracteres están a la altura del desafío, una Barbara Stanwyck estupenda en el papel de la atormentada manzana de la discordia, el siempre eficaz secundario Paul Douglas como el esposo engañado, y el soberbio Robert Ryan como el amante, además de una eventual participación de Marilyn Monroe que a diferencia de filmes posteriores, aquí se la ve con una naturalidad y una frescura que encanta.



Estamos pues ante un drama denso, saturado de diálogos mordaces, sobre todo los que escupe Barbara Stanwyck con su voz hastiada. Son como bofetadas en el rostro de quienes osan acercarse a su tristeza. Ese es también el tono que adopta Robert Ryan después de un inicio bastante más alegre y despreocupado, y el que va tomando la película en sí misma; cada vez más oscura, más castigada, como las olas que rompen contra las rocas.


Puede que Fritz Lang realizara aparentemente una película menor, pero era tal su capacidad de crear verdadero cine que cualquier "producto" que caía en sus manos el lo convertía en algo imprescindible para aquel que sepa apreciar exquisito cine y no se ahogue en la estupidez e inmundicia que nos envuelve y lucha por poseernos más y más.


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