7 de febrero de 2018

Edward G. Robinson

"Un pequeño hombre, un gran actor"



La sola mención de Edward G. Robinson nos hace pensar inmediatamente en un gángster. Pero esa es la primera reacción. Después empezamos a recordar otros momentos de sus películas y ahí vamos descubriendo los diferentes y fascinantes matices que este hombre, actor de raza y una de las más admirables presencias en una pantalla, capaz de los más variados registros, porque cuando la ocasión lo requería aparecía la sensibilidad, la solidaridad y la ternura. En definitiva, el ser humano. 

Robinson no era un mito, sino un actor de composición, uno de los más grandes, que desarrolló su arte en una serie de papeles francamente variados, todos ellos realizados concienzudamente como una creación. En los años treinta, y sobre todo en la "plebeya" Warner Bros, fue el duro de palabra crepitante y mueca de sapo de muchas películas llenas de encanto e inventiva. 

La fama de gran actor de Edward G. Robinson no es para discutir. La lista de sus grandes películas sería larga, pero baste citar "La mujer del cuadro" y "Perversidad", de Fritz Lang; "Perdición", de Billy Wilder; "Odio entre hermanos", de Mankiewicz; o "Cayo Largo", de John Huston, para que sobren los comentarios. Cualquiera de ellas deja en el espectador sensible ese grado de melancolía placentera propio de la contemplación de las obras maestras, universales y eternas, pues humanos y eternos son los sentimientos y las pasiones que un inmenso Edward G. Robinson dejo en sus interpretaciones.

Este gran actor nace en Bucarest en el seno de una familia judía. Tras pasar su infancia en una comunidad yiddish, sus padres deciden establecerse en Nueva York en 1903. Una vez en suelo americano, Robinson pretende convertirse en rabino o abogado, pero una beca de la Academia Americana de Artes Dramáticas le hace cambiar de parecer. Tras debutar en el teatro en 1913, Edward G. Robinson pronto adquirió prestigio como actor y como escritor, gracias a su obra "The Kibitzer". Por aquel entonces realizó varios intentos cinematográficos en el cine mudo, pero será en el sonoro donde se afirmará su carrera. Tras varias películas realizadas en los años veinte, encuentra la consagración en 1931 con "Hampa dorada" de Mervin LeRoy, donde encarna a un despreciable y brutal gángster. Robinson fue encasillado durante muchos años en parecidos papeles, pero en muy poco tiempo demostró que era un actor excelso, capaz de dar vida a multitud de personajes diferentes.

Rápidamente la popularidad de G. Robinson crece como la espuma, convirtiéndose en el más emblemático de los "hombres duros" del Hollywood dorado de los 30. Sus apariciones en la pantalla se multiplican exponencialmente hasta llegar a los años 40 donde su enorme talento como actor se diversificara interpretando papeles más ligeros como; "El enemigo público N° 1" (1935), en la que interpretaba dos papeles, el del pérfido gangster y el del inofensivo y tímido oficinista, o en "Balas o votos" (1936), donde interpretaba a un agente de la policía que encarcelaba al malo malisimo Humphrey Bogart.


Pero sus mejores interpretaciones llegarían durante la década de los cuarenta, casi todas ellas en memorables obras de cine negro o dramas psicológicos. Será un despótico Wolf Larsen en "El lobo de mar" (1941) de Michael Curtiz, un perpicaz investigador de seguros en "Perdición" (1944) de Billy Wilder, un apocado profesor en la magnifica "La mujer del cuadro" (1944), un cajero infelizmente casado pero enamorado de la Femme Fatale Joan Bennett en la extraordinaria "Perversidad" (1945) o el inolvidable gangster Johnny Rocco en "Cayo Largo". 

 

Los años cincuenta fueron nefastos para Robinson. A pesar de haberse destacado como uno de los actores que más ayudaron a la causa patriótica durante la Segunda Guerra Mundial, su nombre fue asociado por chivatos con organizaciones comunistas. Fue llamado a testificar delante del Comité de Actividades Antiamericanas donde el actor tuvo que declarar públicamente y defenderse de las amargas acusaciones de las que era objeto. Después de tres largos años de sospechas y rumores el actor fue declarado limpio de toda sospecha. Pero el daño estaba ya hecho y su carrera inició un injusto declive para un actor de su categoría. 


En 1956, se vio forzado a vender su famosa colección de pintura impresionista, una de las más grandes y prestigiosas del mundo, para hacer frente al divorcio de su mujer de 29 años, la actriz Gladys Lloyd. Decide dejar el cine por unos años y vuelve a Broadway para intervenir en la obra de Paddy Chayefsky "Middle of the Night", que fue un rotundo éxito. En los sesenta, vuelve a disfrutar de buenos papeles. Vincente Minnelli le rescata, en 1962, para que acompañe a Kirk Douglas en esa continuación de Cautivos del Malque fue Dos semanas en otra ciudad, y Alexander Mackendrick le ofrece el protagonismo de Huida hacia el Sur (1963).


Pero cuando parecía que todo se había terminado, o casi; Cecil B. DeMille lo rescata para participar en "Los diez mandamientos". A este le seguirán titulos tan notables como "Millonario de ilusiones", "Sammy, huida hacia el Sur" o "El rey del juego". Aún así, su declive fisico y moral era inevitable y estuvo acompañado por una deriva que le llevó a hacer papeles indignos de su talento en Italia o en España. Su última composición le valió una de las más bellas y emotivas "muertes" cinematográficas que puedan concebirse: en "Cuando el destino nos alcance" (1973).

Respecto a esta ultima película no puedo pasar sobre ella sin comentar una de las anecdotas más conmovedoras del cine. El actor había ocultado a todo el equipo que padecía un cáncer terminal y que los médicos le habían dado semanas de vida. Durante toda la filmación hizo su trabajo con normalidad y nadie sospechó su condición; ni siquiera Charlton Heston, de quien era amigo personal desde hacía bastantes años. Pero la secuencia de la muerte de su personaje era, precisamente, una de las últimas que Robinson debía filmar. Antes de rodarla, el viejo actor apartó a Heston y mantuvo una conversación privada con él. Le anunció cuál era su condición, y que su muerte era inminente, con lo que el estado de ánimo de Heston se vino abajo al instante. Pero eso era precisamente lo que su anciano amigo deseaba: darle la oportunidad de ofrecer un momento único en la pantalla, y así sacar algo artísticamente aprovechable de su propia muerte. Robinson le pidió que mantuviese el secreto, y en esas condiciones se dirigieron a filmar la secuencia.


El equipo de rodaje quedó impactado por la extraña fuerza que ambos actores estaban desplegando en aquella escena. Edward G. Robinson parecía estar ya mirando al otro mundo, exactamente como el personaje que interpretaba. Pero todos le tenían por un gran actor, y nadie vio en ello más que el producto especialmente afortunado de su talento. Para asombro de todo el equipo los ojos de Charlton Heston aparecieron repentinamente enrojecidos, bañados en lágrimas, de repente su mirada parecía traslucir un dolor sorprendentemente verosímil. Por supuesto la toma fue buena, , y quedó registrada en la versión definitiva de la película.

Tan sólo doce días después de filmar ese momento, Edward G. Robinson fallecía. Así, cuando se estrenó la película, el público y la crítica pudieron apreciar en pantalla lo que ya había sorprendido al equipo de producción: las lágrimas del duro Charlton Heston… eran de verdad. 

Un año antes de su muerte Edward G. Robinson recibió un Oscar honorifico de la Academía, la misma academia que durante más de cuatro décadas le habia dado la espalda sin ser nominado al Oscar en ninguna ocasión como mejor actor; oficio en el cual fue, pese a su corta estatura, uno de los más grandes.


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