11 de febrero de 2018

La generación que cambió Hollywood

Moteros tranquilos, toros salvajes                  Autor: Peter Biskind                                                                      Editorial: Anagrama                                                 
Nº páginas: 672 

"A finales de los sesenta y principios de los setenta, si uno era joven, ambicioso y talentoso, no había en la tierra ningún lugar mejor que Hollywood".
La frase pertenece a la introducción de "Moteros tranquilos, toros salvajes" (La generación que cambió Hollywood), libro de obligada lectura para cinéfilos empedernidos a los que les gusta rascar más allá de ese material del que están hechos los sueños.
El libro relata las relaciones entre los directores y la industria de Hollywood en los años 70, una época clave en la historia del cine estadounidense. Hasta finales de los 60, la estructura de la industria giraba en torno a los productores. Pero dos hechos vinieron a concretarse en la revolución del "New Hollywood". Por un lado, en Francia llevaba años fraguándose el concepto autor con la "Nouvelle Vague", poniendo en el alma de la creación cinematográfica al director. Los nuevos y talentosos directores americanos sintieron una profunda admiración por toda aquella generación de genios franceses (Godard, Truffaut, Chabrol…). Por otro lado, hacía poco que en USA se habían creado las primeras universidades cinematográficas. Y aquellas fueron las primeras generaciones con "formación" para dirigir films. En ese punto empieza el ensayo del libro. Tras el éxito de "Easy rider" (1969) de Dennis Hopper y "La última película" (1969) de Peter Bogdanovich, la industria hizo un giro hacia el cine de autor.


Pero "Moteros tranquilos, toros salvajes" no sólo supone un repaso exhaustivo a esa década en la que directores como Coppola, Polanski, Spielberg, Lucas, Bogdanovich, Dennis Hopper o Scorsese cambiaron para siempre el cine con sus películas, es un retrato preciso y detallado de las miserias, miedos y excesos que las rodearon. Porque el fenómeno al que dieron por nombre "Nuevo Hollywood" solía caminar en el alambre, haciendo malabarismos entre montañas de cocaína y océanos de alcohol. Repleto de jugosa y sórdidas anécdotas, el recorrido de Peter Biskind comienza con "Bonnie and Clyde" de Warren Beatty y termina en "La puerta del cielo", la película que, dicen, sepultó al "Nuevo Hollywood" y a sus películas, envueltas en noches de ácido, orgías, cocaína y una lucha constante de egos, y devolvió todo el poder a los estudios. 572 páginas que te descubren esa generación de autores, productores y actores que cambiaron Hollywood con un ojo permanente sobre Europa y su "Nouvelle Vague", y el otro hacia el altar en el que todos tenían instalado "Ciudadano Kane".

Con el libro descubriremos como de buen tío y amigo de sus amigos (aunque bastante colgado), era Jack Nicholson. O que Robert de Niro si no le caías bien, te hacía la vida imposible, como se la hizo en "Taxi Driver" a Cybill Shepherd (mientras que a Jodie Foster la trató con delicadeza y devoción). Como Francis Ford Coppola ante las críticas previas (antes y durante el montaje) le hicieron no creer demasiado en "El Padrino" (un género pasado, una película oscura, una historia muy larga que los productores no entendían demasiado). Su apuesta por Marlon Brando (actor señalado, con quien nadie quería trabajar por sus excentricidades, cuando Coppola lo eligió para encarnar a Vito Corleone) y un desconocido Al Pacino (-"Solo vale para protagonizar películas B"-).
Algo parecido le ocurrió al extremadamente tímido e introvertido George Lucas con "La guerra de las galaxias". Un rodaje y un presupuesto que se le fueron de las manos. Una historia en la que quería reconciliar al público con el niño que llevaba dentro, pero los descreídos que se arrastraban por los despachos de hollywood le decían que su historia de robots y estrellas de la muerte no tenía ni pies ni cabeza, que se había salido de madre, que sería un rotundo y sonado fracaso, que nunca alcanzaría a su segunda (y triunfal) película "American Graffitti". También desnuda las dudas e inseguridades de Marty Scorsese frutos de su tremenda adicción a la cocaína. Su apuesta por un desconocido Robert de Niro. O ese guión de "Toro Salvaje" en el que nadie confiaba demasiado y que dio vueltas y vueltas por platós de rodaje y despachos antes de llegar a Scorsese. También nos asombraremos ante la locura y paranoia que rondaban desde siempre la cabeza de Denni Hopper o que nadie creyera en esos dos hitos de la contracultura como "Bonnie and Clyde" y "Easy Ryder", esas dos películas sobre las que se asentó el "Nuevo Hollywood" mientras los viejos estudios se desconchaban y caían de viejos y sus mandamases se llevaban las manos a la cabeza. Hollywood se les había escapado de las manos.


¿Y que decir de las noches insomnes en Nicholas Beach? la casa que las actrices Margot Kidder( la Lois Lane de "Superman") y Jennifer Salt se alquilaron más allá de Malibú, lejos del viejo Hollywood, una casa que era una eterna fiesta por la que pululaban Susan Sarandon, Brian de Palma, Scorsese, un temeroso y mojigato Spielberg … La vida al límite, el talento y el consumo desenfrenado de drogas y mujeres de Bert Schneider y Bob Rafelson, o como "Tiburón" cambió la manera de publicitar el cine, insertando pequeños anuncios en televisión, un medio que el Viejo Hollywood entendió como enemigo hasta que llegó Spielberg, aquel niño que ceceaba y vivió una adolescencia de erizo, pegado precisamente a la tele, hasta que se convirtió en el niño prodigio de Hollywood.

El libro es casi imprescindible para comprender los resortes que aquella época movieron y cómo un grupo de talentosos artistas acabaron (la mayoría) tan mal. Drogas, alcohol, creatividad, narcisismo… Un cocktel terrible para sus vidas pero delicioso para nosotros, los espectadores. Peter Biskind narra el día a día de aquel "movimiento", la génesis de sus películas y sus luchas contra el establishment. "Moteros tranquilos, toros salvajes" es la espléndida crónica de ese viaje alucinante que fue Hollywood en los años setenta, la historia apasionante y verídica de la última gran edad de oro del cine americano.

Todos ellos asumían que Hollywood era un cadáver andante, que había perdido su hegemonía estética ante el cine europeo, cuyas enseñanzas pretendían incorporar (de hecho, los estudios ficharon a realizadores como Roman Polanski, Antonioni, Louis Malle, Milos Forman). Surgieron con una fuerza y aceleración desmesurada, sin control, para lo bueno y para lo malo, sea lo que sea lo bueno y lo malo. Un momento especial, de inflexión, simplemente paso, un puñado de personas que por allí pululaban lo vieron, creyeron en ello y se lanzaron, unos hacia arriba otros no. Cada uno con su estilo, con sus ideas, sus limitaciones, actitudes y aptitudes crearon una corriente creativa decisiva, una corriente de imaginación, estilo, drogas, sexo, arte, iniciativa, éxitos, fracasos, miedos y apuestas arriesgadas.

 

Hollywood toleró todo: los despilfarros, los escándalos, los divorcios, los arrestos. Potentes abogados y hábiles engrasadores sacaban de líos a los genios hedonistas. Hollywood puso la alfombra roja a esos jóvenes insumisos que generaban películas altamente rentables. Además, daban prestigio: conquistaban premios en festivales, se asomaban a las portadas de Time. Pero tan interesada relación entre dinero y talento se pudrió a finales de los setenta, cuando los costos se dispararon, los rodajes se convirtieron en epopeyas y cada montaje final era una lucha a muerte. Los intentos de los realizadores para asociarse y resistir el tirón fueron inútiles. 

La megalomanía de Coppola, los encoñamientos de Bodganovich, la flaqueza de Scorsese, la arrogancia de Altman fueron clavos extras en el ataúd. La taquilla ya no respondía a propuestas rompedoras y la catástrofe de "La puerta del cielo", de Cimino, señaló el final de la fiesta. Sólo quedaron en pie Spielberg y Lucas. Coppola, Scorsese, De Niro son ahora mercenarios, que cada equis años cuelan proyectos personales. Otros lo llevan peor, atascados u olvidados en oscuras listas negras, malditos para siempre.

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