26 de mayo de 2018

Irene Cruz


La naturaleza interior de la luz


Defensora de la integridad humana, del cuerpo sin tapujos y censuras y de la unión del ser humano con la naturaleza, la fotógrafa Irene Cruz nos invita a soñar… a sentir ese momento preciso donde la obra no se hace reflexionar sino que, se deja sentir. Se muestra ante nosotros esa imagen única que nos invita a traspasar la línea que hay entre lo mortal y lo inmortal… nos permite ser parte de la obra misma.


Naturaleza y cuerpo se funden en los trabajos de esta fotógrafa y videoartista nacida en Madrid, en 1987 pero residente actualmente en Berlín. Su obra habla del misterio, de la privacidad, de la integración en el paisaje. Le interesa trabajar lejos de la personalización, y cerca de representar emociones y sentimientos universales. 


Con más de 350 exposiciones a sus espaldas, Irene Cruz se siente más cómoda entre la naturaleza de los bosques y los lagos que encerrada en un estudio. Para ella la fotografía es un lenguaje con el que representa su universo interior, su posición frente al mundo, su rincón de intimidad, la forma principal de expresarse, de capturar y crear belleza. 


Irene Cruz Concibe la fotografía como espejo interior de sí misma. Fotografía … es eternidad, la esencia de su visión, de su pensamiento…ama plasmar lo que siente y lo que ve. Con ella consigue evadirse de ciertas realidades o de sumergirse completamente en temas que le conmueven y preocupan.


¿Pero que hace tan especial su fotografía? Si os detenéis por un instante a analizar sus obras os encontraréis con que la artista juega magistralmente con la luz que a su vez le permite explorar y experimentar con diferentes sensaciones y sentimientos muy humanos. La mujer, la soledad, la melancolía, y la luz son los nexos comunes del conjunto de su producción, por eso no es casual que Irene Cruz haya trabajado fundamentalmente en países del norte de Europa: allí ha encontrado atardeceres tardíos y anocheceres tempranos dominados por una luz azul a medio camino entre la noche y el día que invita al intimismo, la serenidad y la comunión con un paisaje entendido como un todo del que se forma parte y como una fuente de símbolos.


En cada una de las fotografías hay presencia de naturalismo, por supuesto que lo hay, pero un naturalismo que nos es mostrado con algo más que la presencia del verde olivo del bosque… podría ser cualquier día pero nunca podrá ser ordinario, puesto que nos deja caminar descalzos sobre la húmeda hierba. Nos permite esa posibilidad de sentirnos únicos, pero quizás también solitarios; la tranquilidad y la intranquilidad, lo claro y lo oscuro, dos polos opuestos que parecen lejanos pero que, en realidad son muy cercanos, eso es lo que se percibe en estas fotografías.


La artista teje un íntimo y evocador paisaje por el que desfilan cual ninfas sus llamadas “musas”. Un grupo de mujeres que de alguna forma u otra la han inspirado en su proceso creativo y del que ahora forman parte activa, eligiendo las flores que Irene tejerá para decorar sus cuerpos desnudos. Un ejercicio de reciprocidad que remite a la relación entre musa y artista dotando a la primera de cualidades que van más allá de la mera estética. 


Dentro de este mundo poético y onírico que sugieren sus fotografías, Irene Cruz intenta que esas obras sean un espejo de su universo que se va conformando dentro de ella, de ese aprendizaje incesante, que puede inspirar o hacer reflexionar a alguien cuando contempla su obra, y de la cual se siente maravillada cuando eso ocurre.










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