17 de mayo de 2018

La hija de Robert Poste

Autora: Stella Gibbons                                                            Editorial: Impedimenta     
Nº páginas: 357

La "hija de Robert Poste" se llama Flora y queda huérfana a la edad de veinte años. Ante lo escaso de la renta anual heredada decide vivir a costa de sus parientes. Para decidir con quiénes de ellos se instalará escribe una misiva a cada rincón de Gran Bretaña y espera a recibir los diversos ofrecimientos antes de tomar la decisión. La última carta que envía es a una remota granja de Sussex llamada Cold Comfort Warm, precisamente el título original de la novela, habitada por unos parientes a los que no ha conocido hasta la fecha y que resultan los únicos que parecen aceptar su propuesta de acogerla bajo su techo. Pero el ofrecimiento llega envuelto en misterios que aún atraen más el interés de Flora. Ciertos derechos que le corresponden y alguna ofensa contra su padre parecen ser el origen de cierto sentimiento de culpabilidad hacia la joven al tiempo que se la teme.

Hasta aquí puede que os parezca otra novela más sobre la "confrontación" de dos mundos, el rural y el urbano, pero en realidad la "hija de Robert Poste" es una gran broma. Una broma magnífica a costa de la frivolidad, la ignorancia, los prejuicios, la pedantería y la estupidez que Stella Gibbons veía en la sociedad inglesa de los años 30 (o sea, más o menos como aquí y ahora) y, en concreto, de los libros románticos tan populares por aquel entonces. Una simple broma, sí, pero una de esas que a pesar de su espontaneidad y su falta de pretensiones permanecen en la memoria.

Digna heredera de la tradición satírica británica Stella Gibbons utiliza el ingenio y los juegos de palabras para destacar lo ingenuos y superficiales que eran sus compatriotas en aquel tiempo. La Gibbons no deja títere con cabeza y se encarga de pasar por la quilla tanto a los escritores del "melodrama rustico" y romanticón de moda en ese momento. Mientras se mofa sin piedad de la novela romántica victoriana, los intelectuales pretenciosos y de las literarias descripciones insoportables de los decimonónicos.


El lector disfrutará tanto de la historia como del admirable dominio del lenguaje que demuestra Gibbons, su versatilidad, su encanto y su irónica burla sirven para presentarnos las peripecias de la divertidísima Flora y sus ganas de ordenar la vida de la granja, donde se "enfrentara" a los personajes secundarios más estrafalarios como: su tía deprimida, un tío predicador que amenaza constantemente con el fuego del infierno a todos los pecadores, un primo ambicioso que cuenta las plumas de los pollos, otro fatalmente seductor de mozas, un empleado centenario que habla con las vacas, una prima que se cree medio duendecillo, una moza que se queda embarazada siempre que florece la verdeparra y un montón de jornaleros, más o menos emparentados, que tienen más de animal que de persona. Pero por si este circo no fuese poco, Flora todavía tendrá que lidiar con el poder en las sombras: la misteriosa abuela Ada, que vive encerrada en su habitación y no permite que nadie se aleje porque, cuando era niña, "vio algo muy sucio en la leñera" que la volvió loca.


Poco importa que el desarrollo de la historia sea bastante previsible; de hecho la propia protagonista planifica desde el principio lo que va a suceder. La gracia de "La hija de Robert Poste" no está en el argumento sino en todo lo demás: Gibbons no desaprovecha ni una ocasión para dar rienda suelta a su ingenio (combinado en muchas ocasiones con algo de mala leche): cada diálogo tiene doble sentido; cada nombre propio, un significado jocoso; cada personaje es más extravagante que el anterior; cada situación, por convencional que parezca, es en realidad descabellada. La toponimia, la botánica, incluso el dialecto de los lugareños ha sido inventado con acidez por Gibbons, para diversión del lector y desesperación del traductor.

Esta obra pasa por ser una de las novelas más divertidas de la Literatura inglesa del siglo XX y su éxito inmediato llevó a Gibbons a una fama y reconocimiento de los que aún goza en los países anglosajones, pese a que no volvió a repetir semejante éxito con sus obras posteriores de similar estilo. Sin embargo, no creo que por divertida el lector deba esperar una comedia desenfrenada que levante carcajadas que entorpezcan la lectura. Más bien el divertimento vendrá de la mano de eso que algunos conocen como “humor inglés” y que aunque no sepamos definir nítidamente consiste, entre otras cosas, en combinar situaciones cotidianas con grandes absurdos.


¿Qué más se puede decir de una novela en la que su autora señala con asteriscos los pasajes "más elegantes y literarios" para que podamos saber el tipo de literatura que tenemos entre manos? Pues mucho, aunque lo principal es que "La hija de Robert Poste" es un despropósito delicioso de principio a fin, dicho esto como una gran alabanza. Todo este derroche de inteligencia, humor e ingenio hacen de la lectura de este título una auténtica delicia. Tal es la magia de Stella Gibbons que el lector le tomará simpatía a todos los personajes, por estrambóticos o zafios que le parezcan. Incluso a la descarada, entrometida y manipuladora Flora se le coge cariño... Yo no me lo pensaría dos veces. Hay mucho libros buenos, pero hay muy pocos tan divertidos como éste.

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