2 de mayo de 2018

José Ortiz Echagüe OK



Fotógrafo de la tradición



Hablar de José Ortiz Echagüe (1886-1980) es referirnos a una de las figuras más sobresalientes de la fotografía en España, un embajador del arte que dio a conocer la imagen de España por los países de todo el mundo. Ingeniero de profesión, piloto de globos aerostáticos y de aviación. Reconocido internacionalmente, en 1935 la revista American Photography lo consideró uno de los tres mejores fotógrafos del mundo, lo cual es más meritorio porque la fotografía fue una afición a la que dedicaba ratos libres, especialmente los fines de semana y durante sus viajes.


Su contacto con el mundo de la cámara comenzó en 1898 tras negarse su familia a que José siguiera los pasos de su hermano mayor, Antonio, y se formara como pintor, su principal deseo en ese momento. Fue entonces cuando recibió su primera cámara fotográfica, a modo de consuelo, con la que empezaría a realizar sus primeras instantáneas, iniciando así una trayectoria que le conducirá a las cimas más altas de la fotografía española y a convertirse uno de los fotógrafos de mayor reconocimiento a nivel internacional al enfocar su creatividad hacia la plasmación de los caracteres más definitorios de un pueblo: sus costumbres y atuendos tradicionales y sus lugares.

      

A través de su fotografía, José Ortiz Echagüe tuvo un único objetivo: el de recoger a través de su cámara aquellos aspectos más representativos de la tradición española, consciente de que esa tradición constituía un vestigio pronto a desaparecer por efecto de la rápida expansión del progreso y del desarrollo industrial del que él mismo era parte integrante al fundar C.A.S.A. y SEAT. Su carrera profesional y fotográfica discurren de manera paralela y mientras el Echagüe empresario contribuye a la modernización del país con la construcción de aviones y de coches, el Echagüe fotógrafo se interesa por rescatar todas aquellas tradiciones que estaban condenadas a desaparecer por el imparable efecto de la modernidad. 

         

Imbuido por el espíritu de la "Generación del 98", el fotógrafo vuelve su cámara hacia aquellos asuntos impregnados de tradición y de pasado. En sus fotografías se siente la emoción por la tierra y por sus habitantes; pero la tradición no sólo impregna los temas que recoge Echagüe a través del objetivo; la estética, cuajada de composiciones equilibradas, de ejes de simetría, de luces de rayos sesgados, de volúmenes escultóricos, lo definen como un artista de vena clasicista. 
En su fotografía nada sucede por azar, su obsesión por el detalle le obliga a componer minuciosamente cada instantánea, la situación de cada uno de los personajes en la escena, la impresionante monumentalidad de los castillos, el brillo en una mirada, los profundos surcos arados en los rostros nos muestran la alegría y dolor, la tradición y la miseria que se dramatizan gracias al juego de sombras y al uso de una artesanal técnica que transforma en una obra única cada una de sus copias. Esto queda patente en sus numerosos retratos de tipos, especialmente en la serie de monjes, donde se advierte el recurso a iconografías y composiciones procedentes del Barroco. 


Pero donde queda patente su inmenso arte es en la sobrecogedora "Cruceros de Roncesvalles". Para la toma de tan "magna" fotografía, Echagüe dispuso la cámara en un ligero contrapicado con el cual obtuvo un punto de vista en el que magnificó la presencia de las figuras encapuchadas y de su esfuerzo duro y callado cargando con la cruz, al tiempo que destacaba el protagonismo de los pies desnudos de los penitentes caminando por el terreno pedregoso y difícil... Todos los elementos de la naturaleza, en un silencio sobrecogedor, se suman al sufrimiento de estos hombres anónimos, las enormes piedras del camino, que dificultan la marcha, reducidas únicamente a una pequeña referencia en primer término; y la gran masa de cielo gris sobre la que se recortan los perfiles oscuros de los penitentes y de sus cruces, surcada de cúmulos amenazantes y tormentosos.

     

A lo largo de 75 años realizó miles de fotografías que revelaba él mismo sus negativos usando una compleja técnica al carbón fresson. Él la usó en toda su obra artística, lo que daba un especial matiz a sus positivos, retocándolos a veces con pincel, así como un mayor contraste, que hace que sus obras sean fácilmente reconocibles. 



Tuvo un gran reconocimiento internacional. En 1928, expuso en Turín, pero después lo haría en Los Ángeles, Berlín, Londres, Milán, Washington, México… hasta culminar en su gran éxito internacional que supuso la muestra en el Metropolitan Museum de Nueva York, en 1960, y la posterior de la Biblioteca Nacional, en 1962. Sin embargo, paradójicamente, es, a partir de ese momento de gloria, cuando se le empieza a considerar anticuado y sus técnicas obsoletas. Pero a pesar de ello, Echagüe se mantuvo firme a su técnica y a su producción fotográfica hasta comienzos de los años 70 cuando una enfermedad ocular le obligo a poner termino a una larga trayectoria de más de 75 años que llegará a su punto final un 7 de septiembre de 1980, cuando contaba 94 años de edad.


Habría que esperar a la década de los 80 y 90 para su completa revalorización culminando en la exposición antológica que el Museo Reina Sofía le dedicó en 1999. Hoy es considerado, sin ninguna duda, uno de los mejores fotógrafos españoles del siglo XX. 









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